CIUDAD › EMMA STELLA BUNA RELATó SUS 40 DíAS DE CAUTIVERIO EN 1977
› Por Sonia Tessa
"Necesito saber dónde estuve", dijo Emma Stella Buna en uno de los tantos momentos límite que tuvo su declaración de ayer durante más de tres horas en el juicio oral y público contra cinco represores por delitos de lesa humanidad. La testigo, que estuvo 40 días secuestrada por la patota en un centro clandestino de detención que podría ser La Calamita o El Castillo, pidió concurrir a un reconocimiento de esos lugares. El Tribunal decidió que esa medida se produzca esta misma mañana. "Pienso que al estar ahí, cualquier detalle puede despertar en mi memoria nuevos hechos", agregó. En el mismo lugar donde ella fue privada de su libertad y torturada también estuvo su esposo, Guillermo White, que continúa desaparecido. Buna se fue del país en 1979, y reside en Francia, desde donde viajó especialmente para dar testimonio. De sus secuestradores y carceleros, mencionó a Domingo, Sebastián, Daniel y Armando, a quienes aprendió a reconocer por la voz y por cómo los llamaban las otras personas que estaban ahí. Sebastián es Jorge Fariña y Daniel, Juan Daniel Amelong. Armando es Alberto Pelliza.
"Quiero aprovechar para decir que este momento es histórico, y que espero que esto sirva, porque el esfuerzo de la memoria es enorme", indicó la testigo, que hizo un relato detallado. La secuestraron el 18 de febrero de 1977, un día después que su esposo cayera en la ciudad de Santa Fe. La madre de White había interpuesto un habeas corpus, y cuando a Buna la subieron al auto para llevarla al centro clandestino le dijeron, con sarcasmo, que tendrían que interponer otro por ella.
Luego de un itinerario que le resultó largo, Buna fue llevada a una habitación en una casa en las afueras de la ciudad. "Siempre estuve convencida de que estuve en Funes, porque se sentía el ruido de aviones. Muchísimos años después supe que no era lo que se llamó La Quinta de Funes, que no corresponde. Supe que hubo otro lugares en Funes como El Castillo y La Española. Y pensé que ir hasta el lugar puede provocar una reacción ante un elemento, un detalle que no supe decir o describir porque no lo recordaba. Creo que el elemento de volver al lugar puede ayudar", indicó casi como una súplica al Tribunal, que fue tomado por la fiscal Mabel Colalongo y también por la querella. El defensor de Juan Daniel Amelong, Héctor Silvio Galarza Azzoni, manifestó su oposición, pero el Tribunal decidió hacerlo esta mañana.
El relato de Buna fue conmovedor. En más de una ocasión debió silenciarse, para evitar el llanto. En esos momentos, ponía las dos manos sobre la mesa, y seguía su relato. Contó sobre el interrogatorio al que fue sometida, y pidió disculpas antes de decir que la habían "cagado a trompadas", además de picanearla. Que le aseguraron que la arruinarían para siempre, para que no pudiera tener hijos. Relató que le dijeron palabras lascivas y que tuvo terror de que la violaran, "lo que no ocurrió".
Buna se desmayó en aquel interrogatorio. Uno de los carceleros, Armando, manifestó haberla ayudado porque le dio lástima. En un insospechado límite de perversidad, el hombre dijo haberse enamorado de ella. Buna relató también la presencia de tres prisioneros, Tito, María y Juan, el único que se acercaba a conversar con ella. Fue quien le dijo que su esposo se encontraba en el mismo centro clandestino. "Yo no le dije nada porque desconfiaba", relató ahora Buna.
Otra prisionera, María, era la encargada de cocinar, en jarritos para los otros cautivos, y era la que les permitía tener una idea de cuántos más había en ese lugar. Recuerda que nunca llegaron a 20, siempre fueron 10 y tantos. Los represores -"los tipos", les dijo casi todo el tiempo Buna- comían aparte, al aire libre, porque era verano. "Estoy segura de que los jarritos eran para nosotros. Un día, Juan vino a verme y me dijo que los iban a trasladar, pero él estaba seguro de que lo iban a matar", relató Buna. "Me dijo 'flaca, mirame' y me dio su nombre, pero jamás pude recordarlo. Me preguntó si quería decirle algo a mi esposo y yo le mandé a decir que se quedara tranquilo, que me iban a liberar", continuó rememorando. "Al día siguiente, sólo había tres jarritos", remató. Eran los de ella y las otras dos compañeras que estaban en su misma habitación. A veces, para mitigar esos momentos, ellas cantaban. Un día, los integrantes de la patota las llamaron una por una y les dijeron que las iban a liberar. Entonces, en un momento en el que no eran vigiladas, ellas se quitaron la venda, se miraron, y se dijeron sus nombres. Pero Buna tampoco puede recordarlos.
"El trabajo de memoria que habíamos tratado de hacer fue justamente no recordar nombres, direcciones ni números. Por eso, hacer el camino inverso, tratar de recordar los nombres de esas mujeres y el nombre verdadero de Juan, es algo que quise hacer y no pude", dijo al borde de las lágrimas. Después de un breve cuarto intermedio, Buna relató su liberación. La dejaron en Funes, donde pudo tomarse la L para llegar a la casa de su mamá. Cuando la mujer terminó su relato, uno de los que hizo preguntas fue el juez Jorge Venegas Echagüe, quien hizo hincapié en precisar detalles del lugar de cautiverio y dónde había sido liberada.
La querellante Ana Claudia Oberlin, del equipo jurídico de Hijos, le preguntó a la testigo por qué había mencionado en esta ocasión a Sebastián -de quien dijo que era uno de los que había ido a buscarla- y a Armando, y no lo había hecho durante la etapa de instrucción, en 2003. "No recuerdo todo lo que dije hace seis años, pero tanto entonces como ahora hice un esfuerzo de memoria, para recordar todo lo posible", le aclaró Buna.
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