CIUDAD › MARCHA DE VECINOS DE LA ZONA DE LA TERMINAL DE OMNIBUS
Una convocatoria espontánea frente a la
casa del verdulero asesinado, derivó en
una marcha hacia la comisaría del barrio.
› Por Luis Bastús
Doscientas personas, tal vez más, insultando en la cara a tres comisarios en la seccional 7ª, sobrevolados por huevos y bolsas de basura, fue la síntesis extrema de lo que siente la mayoría del vecindario en el barrio Luis Agote después del asesinato impune de Damián Lucero, el domingo de madrugada, a manos de dos motochorros que lo apuñalaron a sangre fría en Constitución al 400.
Fue el broche caliente que anoche coronó la convocatoria espontánea del vecindario frente a la modesta vivienda de la víctima, en Tucumán 3740, allí donde ahora Maia Polo no sabe cómo hará para salir adelante. Viuda a los 35 años, con cuatro hijos: la menor dormía en el cochecito mientras los vecinos encendían velas y aplaudían alrededor, y además, el bebé que crece en su vientre. "Que alguien haga algo de una vez. Nos están matando a todos. No se puede hacer un mandado, esperar el colectivo. A Damián lo quería todo el mundo, era trabajador, baterista, excelente papá. Una pérdida irreparable, y yo no sé cómo voy a hacer ahora con los chicos. No le robaron nada, encontraron el reloj tirado, llevaba plata pero no la billetera. Llegó acá tirado, decía que se moría, que se ahogaba. Paró un taxi, no podíamos levantarlo, y en el Centenario nadie salía a atendernos", relató Maia en el rellano de su puerta, sin sentir la cera que se derretía sobre sus manos.
Un alambre de púa enrollado sobre el alero del garaje insinuaba que la inseguridad es una certeza constante en el barrio detrás de la terminal. Damián había nacido en esa casa despintada, hace 36 años, y la mitad de su vida la pasó con Maia.
Detrás de las cámaras de TV, llegaban clientes de la verdulería de Rioja y Francia donde Damián trabajaba, amigos de los hijos, docentes de la escuela Gurruchaga, ex alumnos de batería de Lucero, y vecinos, muchos vecinos. Alternaban el silencio con los aplausos, la tristeza y el hastío. Mientras tanto, tendían hilos de solidaridad para ayudar a la familia sin sostén ni consuelo. "Impacta que pasó en una situación que todos hacemos como esperar a alguien que llega de madrugada", reflexionó Matías, un vecino.
Octavio -hermano de Maia- pidió más control sobre las motos que merodean el barrio. "Siempre son dos, sin casco, sin patente, a cualquier hora, si nosotros los conocemos, la policía también", calculó. Y les rogó a los asesinos de su cuñado: "Dejen de arruinar familias, como lo hicieron con la de mi hermana. Si tienen algo de cerebro, piensen qué sentirían si les hacen esto a ustedes".
Después de esperar a que empezara la transmisión en directo para el noticiero de la tele, un vecino propuso: "Marchemos a la comisaría sin búsqueda política (sic), sólo para vivir en paz". "¡Damián Lucero!", exclamó; y el gentío contestó tres veces: "¡Presente!".
Si hasta allí el color de la convocatoria había sido el dolor silente, apenas interrumpido por aplausos, lo que siguió fue bronca liberada. La gente caminó hasta Cafferata y al doblar la esquina brotó el coro en la cabecera de la columna: "Oh, que se vayan todos, que no quede ni uno solo". El edificio de la comisaría 7ª quedó cercado por un vecindario que reatroalimentó su bronca por sentirse presas fáciles de delincuentes sospechados de contar con vía libre de parte de la policía. Al frente se apostaron jóvenes que bramaron insultos a los policías, y luego al gobernador Bonfatti, y al ministro de Seguridad, Raúl Lamberto. En tanto, se multiplicaban las anécdotas y comentarios sobre hechos de corrupción policial en el barrio.
Algunos intentaron calmar el fervor para escuchar una respuesta oficial. Asomó el inspector de zona, comisario Zancocchia y ensayó: "Qué quieren que les diga...", y fue nafta al fuego. Luego, ante Rosario/12, argumentaría que la seccional tiene un móvil y otro chocado, que refuerzan la Policía de Acción Táctica y el Comando Radioeléctrico, pero que no alcanza. Que hay días que recibe diez denuncias. Refutó que sus hombres recauden coimas entre los prostíbulos clandestinos del barrio, y sugirió que si los vecinos identifican a los motochorros, que los denuncien.
Volaron huevos y bolsas con basura, zapatearon un patrullero estacionado, y algunos avanzaron adentro de la comisaría y entre escarceos y gritos, alguien bajó la llave del cortacorriente. Cuando volvió la luz, el jefe de la seccional, Sergio Cantero, quedó pidiendo que le devolvieran su gorra de comisario.
La furia se replegó, pero una mujer gritó desde la vereda: "La paz se terminó cuando mataron a Damián".
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