Domingo, 13 de diciembre de 2015 | Hoy
CIUDAD › EL TRABAJO DEL AREA DE INTERVENCIóN EN SITUACIONES DE CALLE DE LA MUNICIPALIDAD.
El área dependiente de la Dirección General de Infancias y Familias de la Secretaria de Promoción Social de la Municipalidad, acompaña a los jóvenes mayores que no tienen un hogar para vivir. Un pequeño grupo pasa sus días en pensiones y aprendiendo oficios.
Por Martín Stoianovich
Samuel tiene 28 años, es portador de HIV y estuvo preso cuatro años por robo calificado con conjunto de causas. Luego quedó sin hogar y vivió en la calle. Hoy, dice convencido, está bien y buscando cambiar su estilo de vida. Junto a otros seis jóvenes de entre 18 y 29 años forma parte de un grupo que está siendo acompañado por el Area de Intervención en Situaciones de Calle, dependiente de la Dirección General de Infancias y Familias de la Secretaria de Promoción Social de la Municipalidad. Los testimonios de Samuel y sus compañeros, así como los de los trabajadores de esta área, dejan ver una estrecha relación de confianza en la cual se depositan las esperanzas de lograr verdaderamente un cambio que garantice los derechos de estas personas en situación de extrema vulnerabilidad. Actualmente viven en pensiones y a través de un curso de carpintería en el marco del programa municipal Nueva Oportunidad, buscarán insertarse en un ámbito laboral que nunca empezó por incluirlos. A su vez, la relación de estos jóvenes con las distintas instituciones del Estado dejan de manifiesto una profunda contradicción: la contención que encuentran en el taller queda aislada ante el maltrato policial y las complicaciones para conseguir un trabajo digno.
Samuel se ríe mucho, hasta de lo que él considera sus propios errores. Enumera las drogas que consumió y, ante la atenta mirada de sus compañeros, asegura que ya las dejó y que sólo le está costando con la marihuana. Se remonta al pasado, antes de caer preso en el año 2008, y cuenta que iba a la escuela, que vivía en su casa y hacía changas para sobrevivir. La cárcel, pero sobre todo los años posteriores viviendo en la calle, lo marcaron definitivamente. "Cuando estoy en una casa como ahora, me pongo las pilas, hago mucha gimnasia y cursos como el de carpintería", comenta.
Moisés, que tiene 20 años, también vivió en la calle. "Andaba caminando solo, me parecía mal caminar con otro porque siempre terminaba pasando algo", dice. Tanto él como sus compañeros mencionan mucho a "las influencias". Cuentan que la calle está jodida, y que hay muchos vicios dando vueltas. Moisés habla de sus experiencias y, probablemente sin querer, ejemplifica con su vida lo que en términos generales resulta ser una de las posibles fallas de los cursos de oficios que ofrece el Estado. Recuerda que hizo un curso de panadería, que luego recorrió muchos comercios buscando trabajo pero las puertas nunca se abrían. Ahora, está probando suerte de nuevo. Está contento y agradece infinitas veces a los trabajadores del área, denominados Operadores de Calle, por acompañarlo, aconsejarlo y estar a su lado cuando la hostilidad en la sociedad es más frecuente que un plato de comida caliente.
Gustavo es el más grande, tiene voz ronca y es callado. Dice que en sus 29 años tuvo problemas con la ley y el consumo de drogas, y que eso terminó por empujarlo hacia la calle. Refleja, diciendo que quiere salir adelante y que lo puede lograr con esfuerzo, la historia de muchos pibes que recién en la adultez se topan con alguna mano estatal que peleará contra los cimientos construidos por la ausencia en tantos años. Gustavo transmite su seriedad al grupo, y cuando se escapa alguna carcajada con el tema drogas, opina que "no es para risa". No habla mucho más pero deja entrever con sus pocas palabras que carga con una vida curtida.
Leandro y David, por su parte, cuentan que se acercaron al curso pero no por interés en la carpintería, sino para poder instruirse en una nueva materia, despejarse, conocer gente, estar de alguna manera acompañados, aunque sea unas pocas horas a la semana. "Esto lo veo bien, suma, no es lo que quiero hacer con mi vida pero me sirve", dice David, y agrega que ya hizo cursos de chef. Se ilusiona con pensar que ahí están sus virtudes y la utopía colectiva de poder trabajar de lo que a uno le gusta.
Luciana Gracia, trabajadora social y coordinadora del Area de Intervención en Situaciones de Calle, explica las complicaciones frecuentes en este tipo de trabajo. "Los compañeros reciben demandas de todo tipo y en todo momento. Los chicos que viven en la calle son jóvenes y no tienen a nadie que los pueda acompañar ni herramientas básicas para alguna autonomía. En el Area hay muchas demandas porque los chicos están solos y encuentran a alguien que los escucha y los acompaña", explica Gracia. Analiza el área de la que forma parte como un eslabón necesario que debe estar acompañado por una articulación estatal que nunca termina de consolidarse. "Debería haber más acompañamiento, con los chicos mayores de edad que están en la calle es más difícil. Ni siquiera tienen un centro de día porque son para menores, y en el centro (donde se concentra la mayor cantidad de personas viviendo en la calle) hay un solo centro de salud", agrega. Su análisis final permite que se lea entre líneas el impacto que genera este tipo de intervenciones estatales: "Es bastante frustrante nuestro trabajo, es difícil conseguir cambios a corto plazo".
Leandro, de 22 años, es otro de los chicos del grupo. Muestra un temple más tranquilo al de sus compañeros y, con una seriedad que parece disimulada, dice que no puede hablar mucho porque los ratones le comieron la lengua. Entre sus pocas acotaciones introduce un tema crucial en la vida de estos jóvenes que transcurren sus días entre la calle y un techo temporal. La policía es la parte del Estado que reprime con más fuerza sus derechos. "Da bronca que uno quiere estar bien, quiere cambiar su vida, y ellos nos molesten", dice entre anécdotas que hablan de requisas constantes, de maltratos verbales y físicos.
La disconformidad desde este aspecto es unánime. Todos critican la relación que las fuerzas de seguridad generan con la pibada que vive anda por las calles rosarinas. Moisés no oculta su disgusto y cuenta una anécdota reciente, tan paradójica como impactante. El pasado jueves 10, mientras en el Parque España el gobierno municipal festejaba el Día Internacional de los Derechos Humanos, la Policía de Acción Táctica aplicaba sus "requisas de rutina" a los jóvenes que miraban las bandas de música en el parque. "Nos pararon, nos revisaron, nos dijeron de todo", cuenta Moisés y desprende su disconformidad: "Quieren tomar todo como si se hubieran comido el mundo. ¿Para qué dicen que pueden cambiar los chicos de la calle?, si uno cambia, está tranquilo disfrutando de la vida y la policía te corta esos momentos, te para, te saca todo y te maltrata". Moisés refleja con mucha facilidad el equilibrio ausente a la hora de buscar la inclusión definitiva de los pibes que viven en la calle.
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