CIUDAD › CINCO AñOS DEL MUSEO DE LA MEMORIA EN SU SEDE.
En el acto estuvieron presentes el gobernador Lifschitz, la
intendenta Fein y la directora del Museo Viviana Nardoni, entre otras autoridades. Se inauguraron muestras que continúan.
› Por Beatriz Vignoli
"Sigamos trabajando juntos por la Memoria, la Verdad y la Justicia", dijo el viernes Mónica Fein, intendenta reelecta de Rosario, durante un acto en el Museo de la Memoria de esta ciudad, tras ratificar expresamente el compromiso de su gobierno con la causa de los Derechos Humanos. El acto de conmemoración (a una semana de su fecha) del Día Internacional de los Derechos Humanos y de los cinco años de la instalación del Museo de la Memoria en su sede definitiva de Córdoba y Moreno (ex asentamiento del Comando del II Cuerpo de Ejército) estuvo signado por una silenciosa pero palpable intensidad.
Unidos en la diversidad, conscientes de la propia fragilidad, esperanzados en las nuevas generaciones: ese fue el espíritu de los presentes. Y presentes estaban, en representación del nuevo gobernador provincial Miguel Lifschitz, la ministra de Innovación y Cultura, María de los Angeles González; el ministro de Justicia y Derechos Humanos del Gobierno de la Provincia de Santa Fe, Carlos Silberstein, y la secretaria de Derechos Humanos de la Provincia, Mary Caldoso; junto a la intendenta, el nuevo secretario de Cultura y Educación municipal, Guillermo Ríos; tarde y de azul, la flamante subsecretaria de Cultura y Educación, Lila Siegrist. "Nos sentimos contenidos", dijo con gratitud la directora del Museo de la Memoria, Viviana Nardoni, ante integrantes de un amplio arco de organizaciones con un objetivo en común. Porque presentes (intensamente presentes) estaban: la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) local y nacional; las Madres de Plaza 25 de Mayo Rosario; las filiales locales de Abuelas de Plaza de Mayo; H.I.J.O.S.; Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Por el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, estuvieron presentes Federico Pagura, obispo emérito de la Iglesia Metodista, y Carlos Auban, pastor de las Iglesias evangélicas. También asistieron el primer director del Museo de la Memoria, Rubén Chababo, y Norma Ríos, presidenta de APDH nacional y de la actual comisión directiva del Museo. Además envió sus saludos el cónsul de Chile en Rosario, Marcelo Flores Aliaga.
Con la última luz del día primaveral salieron González, Daldoso, Ríos, Pagura, Chababo y varias madres de Plaza de Mayo a descubrir la placa que desde ahora señala públicamente el reconocimiento (efectuado en 2014 por la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos) del Museo de la Memoria como Lugar Histórico Nacional.
El abrazo simbólico de la comunidad a esta institución estatal, emblemática de una lucha que viene siendo un ejemplo para el mundo, tuvo como expresión central al arte. Esto fue posible a través de una ceremonia, dos donaciones, la inauguración de una exposición fotográfica de Helen Zout, Huellas de desapariciones, y un espectáculo de danza del elenco de Expresión Corporal del Instituto Isabel Taboga.
Norberto Puzzolo, autor de la instalación interactiva en el patio andaluz del Museo titulada Evidencias, participó junto a una madre de Plaza 25 de Mayo y dos alumnos del Complejo Educativo Alberdi en el traspaso anual de sus piezas de rompecabezas desde el muro de los bebés apropiados y buscados al de los nietos recuperados, que este año fueron tres: la nieta 117, el nieto 118 y el 119, Mario Bravo.
A esta liturgia secular que un artista tuvo que inventar para restituir dignidad y afecto donde antes solo hubo despojo y dolor, le siguió el sincero agradecimiento de Viviana Nardoni a los equipos de gente que trabajan en el Museo: comisión directiva, administración, producción, comunicación, técnica, mantenimiento, coordinación de sala de muestras temporarias, Patrimonio y conservación, Departamento de educación, Jóvenes y memoria, Centro documental Rubén Naranjo, Biblioteca Raúl Frutos, Centro de estudios de historia reciente argentina y latinoamericana, y el Servicio de Orientación jurídica en Derechos humanos cuyas abogadas, Gabriela Durruty y Jesica Pellegrini (anunció Nardoni), iniciarán el año entrante dos nuevos juicios: el del genocidio cultural de la Biblioteca Vigil y el de la represión en Villa Constitución en 1975, "donde todo empezó", subrayó la directora.
Luego el Museo recibió en custodia permanente las imágenes de Hilda Cardozo, Susana Miranda y Ariel Morando, jóvenes militantes detenidos y desaparecidos en el ex centro clandestino de detención Fábrica de Armas Domingo Matheu durante la última dictadura argentina. Las imágenes son obra de un grupo de militantes políticos, voluntarios y un artista rosarino, Germán Covacevich, quien reconstruyó la identidad de los tres jóvenes a partir de la memoria colectiva.
A continuación se dirigió al público Edith Busleinman, viuda del artista plástico rosarino Rodolfo Elizalde, fallecido este año, para explicar por qué decidió donar (y así donar, en ese mismo acto) al Museo de la Memoria una pintura de su marido titulada Pared blanca. Fechada en 1983, la obra pertenece a una serie que el ex alumno de Juan Grela (y maestro de muchos artistas) salió a pintar durante la dictadura: "paredes exteriores de casonas de nuestro barrio, el barrio de Pichincha, donde no se veía ningún signo de vida; ni humana, ni animal ni vegetal", recordó su compañera. Pero era 1983 y la palabra "vida", pintada en uno de los muros, preanunciaba el fin de la noche. Así lo entendió Elizalde, quien la incorporó al muro ya no tan mudo.
Testimonios que nos miran
Un avión entra por la izquierda del cuadro. Sobrevuela con movimiento rectilíneo uniforme el edificio donde se lee, grabado en el frontispicio clásico: "Escuela de Mecánica de la Armada" y, más abajo, en un banner a dos colores: "Espacio de construcción colectiva de memoria". Helen Zout escucha los aviones y los trenes, les hace lugar en la entrevista (producida en video por el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, radicado hoy allí) y explica: esos eran los sonidos que oían quienes estuvieron desaparecidos en ese lugar. "Yo empecé el trabajo después de veinte años traumáticos en que estuve en silencio. No podía hablar del tema porque a mí me fueron a buscar los militares. Yo sobreviví a un intento de secuestro, me escondí durante dos años con mi ex marido, estaba embarazada, tuve a mi primer hijo en cautiverio y al segundo hasta los seis meses de edad", relata de un tirón. Más adelante reflexiona: "la desaparición de personas fue un daño enorme que se le produjo a la sociedad argentina en su conjunto".
El video integra la muestra Huellas de desapariciones, de Helen Zout. Prestada por el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, la muestra fotográfica se inauguró el viernes en la sala de exposiciones de la planta alta del Museo de la Memoria de Rosario con curaduría de Graciela Sacco. Allí se podrá visitar hasta el 21 de febrero de 2016.
"El proceso que me llevó a crear este material fue una desesperada necesidad de expresar todo lo que yo había vivido durante la dictadura junto a mis compañeros de militancia, entre los cuales hay muchas personas desaparecidas. La mejor manera de drenar esta herida, este dolor, era hacer un trabajo fotográfico", resume Zout.
Nacida en 1957 en Carcarañá (provincia de Santa Fe), Helen Zout trabajó entre 1983 y 1986 como reportera gráfica, labor cuyos lugares comunes subvierte y desarticula entre 2000 y 2006 al meterse en "esa noche larga" de entrevistas a los sobrevivientes que testimoniaban por la verdad en la Cámara Federal en lo Penal N° 1 de La Plata; registros de archivos judiciales y militares; permisos de visita a los Centros clandestinos de detención, y viajes al Río de la Plata donde operaban los "vuelos de la muerte". Para plasmar las dolorosas pesadillas de aquella larga noche colectiva de la dictadura, Zout fue creando un lenguaje fotográfico distinto, cargado de extrañeza y subjetividad.
Negativos superpuestos, retratos y paisajes fuera de foco, flashes que recortan un detalle en medio de la negrura son formas que encontró de articular la experiencia inefable de los sobrevivientes, a la que accedió tras horas y horas de escucha atenta a corazón abierto; su meta era dar con "la huella", dice, "que uniera pequeños relatos, pequeñas imágenes, pequeños fragmentos de un encadenamiento que se intentó destruir y hacer desaparecer para que la gente no pudiera recordar ni contar lo que le había pasado, el horror que vivió".
Que nadie olvide, parecen pedir estas fotos: las huellas están ahí. Que nadie las niegue. Los ojos que cierra Julio López tras haber visto demasiado; los ojos sin vida de un joven asesinado; los ojos de Víctor Bazterra, los ojos de Patricia Chabat, los ojos invisibles del represor con capucha; el cabello encanecido de Nilda Eloy, nos miran.
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