Otra vez un balance de año. Y la verdad que, más allá de la limitación que supone una lista de títulos, no deja de ser un divertimento reflexivo pensar acerca de lo visto. En otras palabras, se vuelve un regocijo particular. Por ello es que me atrevo a pensar, antes que en títulos, en maestría narrativa. Por lo menos en lo que se refiere al cine norteamericano, tan alicaído y consumista. Motivo por el cual uno no puede no señalar a Clint Eastwood, que veterano y prolífico, sabe de nervio narrativo y de sensibilidad: La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima son espejo desde el que debiera evaluarse cómo la artesanía sobresale por sobre la decadente cinematografía norteamericana.

De todas maneras, sí encontramos otros films que nos gustaron, y mucho. Robert De Niro dirigió El gran pastor, y concibió un alegato crítico sorprendente respecto de la génesis y el accionar de la CIA. David Fincher (Pecados capitales) realizó, quizá, su mejor film hasta la fecha: Zodíaco supo indagar tanto en el mito del serial-killer como en sus ramificaciones sociológicas y simbólicas. Brian De Palma nos subyugó de paranoia con tintes noir en La dalia negra, donde nos advierte que el esplendor de Hollywood está hecho de madera podrida; mientras que David Lynch, con su polémica Imperio, supo situar también allí a Laura Dern, con la compañía de homeless que la observan vomitar sobre los nombres y los mosaicos del famoso boulevard de los sueños. También podridos.

Infame (Douglas McGrath) nos introdujo de un modo sutil y complejo en la tortuosa tarea creativa de Truman Capote durante la redacción de A sangre fría". Así como también Retrato de una pasión (Steven Shainberg) lo hace respecto de Diane Arbus, mientras indaga en el desafío de un arte fotográfico vivencial, capaz de desocultar lo que en las imágenes anida.

Del cine francés, entre varios -pero muy pocos- títulos, pudimos delirarnos con Soñando despierto, desquicio surreal de Michel Gondry. Tiempo de vivir, del referencial François Ozon, es de una calidad y sensibilidad únicas. Juegos de amor esquivo, de Abdel Kechiche, plantó su cámara en la periferia de París, por dentro de las problemáticas inmigrantes, así como también lo hiciera, desde la problemática africana, la coproducción inglesa Mi nombre es Tsotsi, de Gavin Hood.

La reformulación de los géneros, ya se sabe, no pasa por Norteamérica. El laberinto del fauno es muestra de la inteligente manera con la que su realizador, el mexicano Guillermo del Toro, propone abordar la Guerra Civil Española. La maldición de la flor dorada, del chino Zhang Yimou, relata tanto artes marciales como conspiraciones, corrupciones y relaciones de poder. Una maravilla. Y desde Corea del Sur nos llegó el mejor monstruo de los últimos años. Con el título The Host, el cine catástrofe dejó de ser lo que era. La familia que llora el familiar perdido, en pleno sometimiento militar, es uno de los momentos más bizarros de los últimos años.

Agreguemos a nuestro repaso la poesía de imágenes, de palabras casi ausentes, a la que nos acostumbra el realizador surcoreano Kim Ki-duk. El tiempo es una obra maestra. Capaz de ramificarse en cuantas intenciones lectoras tenga el espectador. Bellísima. Así como de contundente resulta El caimán, del italiano Nanni Moretti, desde su metáfora ya cansada de corruptos, de Berlusconi, y de la izquierda aletargada.

Y desde las variadas propuestas del cine argentino, elijo por sobre todas a El otro, de Ariel Rotter. Un film preciso, capaz de explorar, de tematizar, de indagar en la identidad, sea tanto la del personaje como la nuestra. Una película magnífica.

Final del repaso, de la lista, de lo que sea. Son muchas las películas que quedan fuera. Y muchas más las ganas de seguir escribiendo. Los balances son divertidos. Seguro que usted no concuerda con varias de las apreciaciones. Qué bueno.