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Lunes, 31 de enero de 2011

SOCIEDAD

Radiografía, conciencia y matriz de una patria grande

 Por Juan Giani

Si fueron los hombres de Mayo quienes protagonizaron el puntapié natalicio de una gesta emancipadora luego empantanada, sus descendientes románticos de la Generación del 37 habrían arribado para inyectar nuevos bríos libertarios a una lucha siempre entorpecida por la mentalidad inquisitiva y retrógrada que sembró el despotismo español.

Ingenieros, perplejo frente a la mediocracia yrigoyenista y en algo ya desprendido de la matriz positivista que abasteció muy buena parte de su obra, elige el terreno cultural para librar allí una batalla contra las telarañas más obcecadas de un oscurantismo que dificulta la plasmación definitiva de las bellezas de la modernidad. Texto éste entonces que combina la erudición con la pontificación liberal civilizatoria, convocando a las mentes incautas a sumarse a su cruzada contra los testaferros del feudalismo y el Medioevo.

Ezequiel Martínez Estrada cree también imprescindible elaborar un diagnóstico sobre la arquitectura cultural argentina, sólo que nítidamente despojado de todo entusiasmo regenerativo. Escribirá su "Radiografía de la pampa" para colocar en el arribo del conquistador a América, el instante iniciático de un periplo vital marcado por las más abyectas circunstancias. Apela menos a una historia intelectual que a un recorrido entre mítico y legendario por las vicisitudes de un continente que encuentra en Argentina un sonoro caso testigo. La prepotenncia sexual del español sobre la india consuma una violación étnica originaria, y el mestizo que emerge de ese trauma sólo destila un apabullado resentimiento.

Esa perspectiva decadente y fatalista no es casual y, como se advierte en sus páginas, el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen invita a preguntarse por la bizarra convivencia entre un líder tan popular como enfermizo y un imaginario progresista tan pretencioso como impotente. Contra Ingenieros, no escribe para mantener operativo el convite perfectivo, sino para denunciar su inanidad, puntualizando como la confianza civilizante que difundió Domingo Faustino Sarmiento se reveló como una axiología ilusoria e inservible. Balance el de Martínez Estrada con impronta psicoanalítica, colocando en el plano de la conciencia el mal oculto e incurable que anida en nuestras entrañas.

Juan José Hernández Arregui abomina del oráculo quejumbroso de Martínez Estrada y construye una nueva travesía al interior de las figuras político intelectuales del país, convenncido de que el tiempo que protagoniza anuncia la inminencia de una completa liberación para las masas oprimidas de América Latina. Cuando publica "La formación de la conciencia nacional", advierte en el peronismo no el síntoma de una agobiante enfermedad vernácula, sino la potencia plebeya que, acompañada por un marxismo blanquiceleste, hará de vanguardia en la brega por una humanidad por fin emancipada.

Se palpa allí un historicismo de aroma hegeliano, en el cual la conciencia colectiva va incrementando su transparencia, hasta percibir ya sin tapujos que el destino venturoso sólo queda en sus manos. Todo lo que Ingenieros consideraba testimonio pernicioso de barbarie, Hernández Arregui lo ubica como escalón recuperable para el ascenso constante hacia un socialismo situado que tiene como jefe indiscutido al ahora radicalizado General Perón. Sin poder barruntar que la hora de los pueblos que pregonaba desembocaría inesperadamente en el aciago retorno de las dictaduras militares y la hegemonía neoliberal, el pensador de la izquierda nacional avanza en una genealogía ideológica que considera concluyente, pues coloca a la Argentina en los umbrales de la autonomía cultural plena.

(Del prólogo "200 años construyendo la Nación". Fragmento).

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