CULTURA / ESPECTáCULOS › LAS PINTURAS DE RICARDO ROUX EN EL CASTAGNINO
› Por Beatriz Vignoli
Las dos muestras inauguradas en la planta alta del Castagnino el 23 de marzo presentan dos ejemplos de resiliencia, con obras cuya fuerza vital y artística no fue acallada por la represión política. Ego Sum, la muestra de Ricardo Roux, igual que la de Franco Venturi, va a estar hasta el 23 de abril. También conmemorando el golpe del 24 de marzo del 76 se incluyen, en la planta baja, un mural de afiches de Juan Carlos Romero, otro del Taller Popular de Serigrafía y la matriz con que Fernando Traverso pintó la famosa serie de bicicletas dedicadas a sus compañeros desaparecidos por toda la ciudad, matriz que es en sí misma una obra y que pertenece hoy al museo.
"La fuerza de su carácter y el valor de sus convicciones también le han tendido una trampa que lo ha hecho sufrir los más cruentos dolores, primero en el castigo infligido por los torturadores de la represión militar del año 1976 y luego por la soledad del exilio durante más de cinco años en Europa. Dos cicatrices que han sido sobrellevadas con dignidad", escribe el artista y curador de la muestra Juan Carlos Romero en el texto de catálogo. El pintor expresionista abstracto de tercera generación Ricardo Roux (Buenos Aires, 1945) demuestra firmes convicciones en lo estético, además. Sus versiones finiseculares de lo sublime, fechadas en los años 1990, podrían haber sido pintadas en los tiempos de Robert Motherwell y la Escuela de New York. Está todo: gran escala, angst, síntesis, furia, gesto heroico. Están los brochazos negros que como metales de un vitral rodean abstractos soles rojos o imposibles arenas amarillas. Pero, parafraseando a Borges en "Pierre Menard, autor del Quijote", el sentido de las pinturas de Roux es otro que el de sus precursores aunque los signos parezcan ser los mismos. Donde en William de Kooning había que leer el drama épico del individuo, en Roux se lee la celebración de la pintura, además de por supuesto el drama épico del individuo. Hay como dos capas: una de saber y otra de epistemología, por así decirlo. Lo que en el informalismo era salvaje, en Roux es cultura. Sus collages aplican un procedimiento posmodernista de desintegración a jirones de la urbe contemporánea. Lo mejor son las mezclas de pintura y collage: ambas técnicas entran en violento conflicto, se desmienten y neutralizan una a otra, relativizándose mutuamente. El campo pictórico se carga así de una tensión extrema, más extrema aún que la lograda en sus pinturas: son dos paradigmas en colisión. El resultado, en todos los casos, es regocijante.
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