"Que me va a importar un frío más o menos si perdimos Las Malvinas". La frase es de Juan Miguel Saucedo, quien hace tres años que vive en este "coqueto" rincón rosarino. "Tuve problemas en mi hogar y me fui" es lo único que explica. El "me fuí" incluye a Juan de siete años y mirada inquieta, un habilidoso en el arte de apedrear lo que se mueve y lo que no. "Acá mal que mal sobrevivimos", confiesa. Ahora están ellas dos (por Rosa y Sandra) y hago lo que puedo" reconoce, mientras baja la mirada y se arremanga los brazos, mostrando sin querer los innumerables tatuajes n su piel. "Me la rebusco cuidando autos, y juntando cartones para sobrevivir", apunta, al tiempo que reprocha que "la gente ayuda a veces y a veces no." "Pero -reconoce resignado- "esa es la ley de la calle".

Juan Miguel interrumpe la charla cuando un joven se acerca preguntándole de buen modo si 'el caballo que está suelto es de su propiedad'. "Se cruzó la calle y es un peligro, en cualquier momento puede pasar un accidente" señala preocupado. Es el único momento en que la marea de gente que atraviesa Parque Norte buscando el sol de la ribera, presta atención al grupo de purretes y trapos desparramados entre montañas de pañales sucios, y perros que se rascan al sol. Pero es solo eso, un pequeño instante de molestia. Y nada más.