› Por Rudy
Digame, lector, ¿no siente usted que, luego de 25 años de investigar juntos tantos temas a través del humor, nos merecemos un premio? Hablo de un premio compartido, por ese tiempo compartido, entre usted y noso-tros, el Premio Nobel al Humor, o a la Paciencia, o a la “Insólita costumbre de compartir semanalmente un espacio lúdico y creativo en el que la risa estentórea, o bien la sonrisa cómplice, o la carcajada gastrogénica (o sea, que viene desde el estómago), irrumpen consuetudinariamente para beneplácito de todos los presentes, reales o virtuales, sin distinción de raza, género, sexo, edad, ni estado de la dentadura”, ¡fah, se imagina si ganamos ese Nobel!
Pero esos premios no existen, lector, o si existen, son calladitos, privados, íntimos, no salen en los diarios, y obvio que no hay metálico de por medio (así que no nos reclame su parte en efectivo), aunque muy disfrutados por los que, como nosotros, seguimos haciendo de este espacio, bueno, todo eso que figura en el párrafo anterior por lo que creemos que podríamos ganar el Nobel.
Los que sí existen son los premios que, año a año, ofrece la Academia Sueca, gracias a la fortuna de Alfred Nobel, quien en el siglo XIX inventó la dinamita, y luego legó el dinero que ganó con ese producto a la Humanidad, para que a través de la medicina, la paz, la literatura, la economía, y algunas disciplinas más, pudiéramos compensar los efectos que la misma dinamita produjera. O al menos, intentar un empate entre lo malo y lo bueno.
Lo que Nobel jamás imaginó es que los seres humanos seríamos capaces de lograr productos mucho más destructivos que el suyo, y que, incluso, algunos de esos creadores serían, paradójicamente, noblemente premiados.
Temibles guerreros se ganaron el de la Paz, algunos físicos que ayudaron a que existan armas mortíferas obtuvieron su premio, y mejor que ni hablemos de los “economistas de destrucción masiva”, que en su momento fueron galardonados.
Y este año, fíjese, el de Medicina va para dos científicos que trabajan produciendo células madre, contraponiéndose al viejo concepto de que “célula madre hay una sola”. El de Economía lo ganaron personas que se dedican al “diseño de mercado”, palabra que, francamente, asusta a quien piensa, como nosotros, que podemos llegar a ser una especie de “Frankenstein del consumo”, diseñados por expertos. Y el de la Paz... ¡ah, el de la paz! ¡¿Justo a la Unión Europea?!
Bueno, ellos sabrán, nosotros seguimos con lo nuestro, a ver si el año que viene nos ganamos, no digo un Nobel, pero un choripán...
Hasta la semana que viene, lector.
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