› Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo está usted?, ¿cómo la va llevando? ¿Pregunta usted a qué me refiero con eso? ¡Pero, lector, en estos tiempos que corren, eso es lo de menos! Quiero decir, parece que no importa mucho qué, o a quién lleve, siempre que lleve a algo. O a alguien. Lo que importa es que se pueda ver desde lejos que usted no está solo, o al menos que eso parezca. Porque ahí se transforma usted en un ser adecuado, incluido, respetable, elegible, deseable. Dicen.
De hecho, la frase “No es bueno que el hombre esté solo” se la atribuyen al mismísimo creador, aunque las malas lenguas dicen que en realidad fue una creadora la autora de la expresión, condenando con esta frase al género masculino, y luego, al regir un sistema patriarcal, también al femenino, a la compañía obligatoria. Así, el tener “alguien a quien llevar, o que te lleve” se transformó en un “must”, un “deber ser”, un “mirame, tengo casa, tengo auto, tengo marido/esposa, ¡tengo que ser feliz!”.
Ya sé, lector, usted dirá que estamos un poco vintage, que hoy en día la cosa ya no es así, que la familia tipo es cada vez menos tipo, que existe todo tipo de vínculo, organización y forma de convivencia aceptada por la sociedad, o al menos no perseguida, o al menos no condenada a la hoguera, como hubiera sido hace unos 50 años, o al desprecio social, quizás hace sólo 6070 años.
Y ya sabe lo que decimos en este suplemento: “El lector siempre tiene razón”. Es nuestro lema.
Pero, como todos los lemas, tiene sus matices.
Porque la presión social, de alguna manera, sigue existiendo. No es casual que exista, por ejemplo, el “matrimonio igualitario”, una ley de avanzada, ya que permite a cada uno casarse con quien quiera, más allá de su raza, etnia, género y ¿número? (no, número no, todavía es obligatorio casarse con una sola persona cada vez). Pero hay quien la ve como retrógrada, por considerar que el matrimonio en sí, sea igualitario o no, es una institución “del lado oscuro de la fuerza”.
Como este suplemento trata sobre las leyes, en particular sobre el nuevo código que permite el divorcio express, voy a llamar al estrado a varios humoristas como testigos en la causa sobre (no contra) el matrimonio como institución:
- “Dicen que el matrimonio es la mejor institución para vivir, bueno, ¡eso es para los que quieran vivir en una institución! (Groucho Marx).
- Mi mujer se puso cremas, ruleros, y una red por encima; luego dijo “bésame” y yo le respondí “lléveme con su líder” (Henny Youngman).
- Más de uno le debe su éxito a su primera esposa, y su segunda esposa a su éxito (Jim Backus).
- Le confesé a mi mujer que estaba viendo a un psiquiatra. Entonces ella me confesó que estaba viendo a un psiquiatra, dos plomeros, un escritor (Rodney Dangerfield).
- Una buena esposa es la que sabe perdonar al marido cuando está equivocada (Joan Rivers).
- A mí me casó un juez. Debí haber reclamado un jurado (George Burns).
- ¿Cuál es la diferencia entre un novio y un marido? ¡15 kilos!
(Cindy Garner).
- No se acuesten enojados. Quédense despiertos y ¡peleen!
(Phyllis Diller).
- La gente se pregunta cómo hacen los matrimonios para durar tanto tiempo. El secreto es que hay que saber perdonar. Yo, por ejemplo, hace rato que lo perdoné a mi marido por no ser Paul Newman (Erma Bombeck).
- El mundo está lleno de chicas buscando marido, y de maridos buscando chicas (Joan Rivers).
- Hace 18 años que no le hablo a mi mujer: es que no quiero interrumpirla (Henny Youngman).
- Mi novia me dijo que debo dedicarle más tiempo al afecto, así que ahora tengo 2 novias (Henny Youngman).
- Cada vez que un hombre me cita, me pregunto si ése es el hombre con el que quiero que mis hijos pasen los fines de semana (Erma Bombeck).
Bueno, espero que estos testimonios convenzan al lector de que el matrimonio es un tema... ¡con el que se puede hacer humor!
Ahora, claro, los humoristas sabemos que el chiste siempre se hace sobre aquello que anda mal, lo que no funciona, lo que falla, lo que falta. Lo que anda bien uno lo disfruta y listo.
¿Tan mal anda entonces el matrimonio, lector? Usted me dirá: “Bueno, hay matrimonios y matrimonios”, y como siempre, como indica el lema de este suplemento, usted tendrá razón, lector.
Y a los que no funcionan bien los puede llevar al taller. O a la terapia, o bancársela dignamente, o resignarse, o separarse.
Desde hace cerca de 30 años existe el divorcio vincular en la República Argentina. O sea que, desde mediados de los ’80, quien quiera volver a casarse, allá él, ella y, desde 2010, también ellos, o ellas.
Separarse, podía siempre, lo que no estaba permitido era volver a contraer nupcias. (Y lector, perdone usted, escrito de esta manera parece una enfermedad: contraer nupcias.)
Suelo decir que cuando uno se separa lo que más extraña es a alguien que haga como que te está escuchando. Creo que el problema del siglo XXI, que compartimos varones, mujeres, niños, niñas y tamagotchis, es lograr ser escuchados.
Quizás una de las cosas que no había sido escuchada hasta ahora, es lo que ocurre cuando uno de los dos miembros o miembras de la pareja quiere separarse. Y el otr/a/e, no.
O sea, los dos tenían que querer divorciarse para que esto fuera posible. Tenían que estar de acuerdo. Y, lamentablemente, muchas veces la gente que se separa no está, o no quiere estar, de acuerdo en nada, pero nada nada, con aquel/la que fue su objeto de amor, y ahora es su ex. Suele pasar.
Y hete aquí que, de ahora en más, en nuestro país rige el divorcio express, por el que alcanza con la voluntad de uno de los dos cónyuges (a partir de ese momento “sínyugues”) para que el divorcio se haga efectivo.
O sea que ahora, si te querés separar de tu marido, lo único necesario es que primero te cases (con él) antes, porque –quizás esto desilusione a muchos–. Pero no te podés divorciar de quien no te hayas casado. Esto lo decimos aquí para evitarles trámites sin sentido a miles, millones tal vez, de nuestros lectores.
Bueno, lector, de todo esto trata este suplemento.
Hasta la semana que viene.
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