EPA!
Más allá de la sorpresa que Sam Handley, un profesor de educación física de 25 años, pudo haberles causado a sus alumnos de la Harvey Grammar School en Folkestone, Gran Bretaña, cuando hace poco descubrieron unas fotos suyas posando desnudo en un sitio de pornografía gay (tras lo cual las autoridades del colegio decidieron suspenderlo), lo que quedó claro de entrada es que Sam (o "Mike", si nos regimos por el alias con que aparecía en la página) no era gay precisamente. De hecho, ni falta hizo que el rubio profesor saliera a declararse hétero, ya que en el perfil que acompañaba las fotos solo se lo describía como alguien "straight" que "no tiene ningún prejuicio en mostrar su cuerpo". Algo que lejos de constituir una contradictio in terminis (la palabra straight sólo tiene sentido en un contexto gay y no a la inversa), demuestra que si bien a esta altura del partido se hace cada vez más difícil determinar en qué se diferencia un gay de un heterosexual, la heterosexualidad como tal sigue siendo, para algunos gays, un objeto de deseo.
Lejos de aquellos chongos que se jactaban de ser heterosexuales, aduciendo su papel activo en la relación sexual, y que identificaban unilateralmente al pasivo con la homosexualidad, hoy el heterosexual que expone la pornografía gay es poco más que un rótulo. De ahí que la categoría "straight boys" (bajo la cual pueden hallarse infinidad de fotos y videos en Internet) explote la típica escena de masturbación de chicos solos o en grupo, o escenas de felatios en las que un supuesto heterosexual mira una película porno heterosexual mientras otro, más abajo, hace lo suyo. Pura genitalidad (hablar de besos ya sería demasiado), este tipo de pornografía que podría llamarse "gay straight" consiste, muchas veces, en la fantasía del chico heterosexual que acepta "rebajarse" por algunos billetes. Y es la arbitrariedad o el vacío de sentido con que funciona la palabra "straight" en esos casos lo que permite que hasta haya chicos, a priori heterosexuales, que entre lloriqueos y gritos aceptan ser sodomizados...
Supuestos marines, supuestos policías, supuestos chicos heterosexuales reclutados por bellas señoritas en la calle y subidos a una camioneta en la que aceptan ponerse una capucha para recibir una felatio que se las termina dando (¡el engaño!) un muchachito, son ejemplos de esta equívoca categoría de "macho" cuya virilidad ya no es prueba de nada. De más está decir que el engaño no sería posible si el engañado no quisiera serlo. Un pacto que el espectador firma (con la mano que le queda libre) creyendo atestiguar una escena imposible que si es posible en la pornografía gay es porque ya no quedan parámetros para distinguir quiénes son o se hacen.
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