Viernes, 9 de octubre de 2009 | Hoy
4X4
Objetos sexuales que no suelen aparecer en primer plano en vitrinas de sex shops ni siquiera en páginas web de ventas especializadas, pero que por su comodidad y su precio harán las delicias, sobre todo, de damas bien entrenadas.
Por Pamela Mascardi
Dos puntas tiene el camino, dice la cueca chilena, y en las dos alguien espera. ¿Por qué resignarse entonces a esperar turno? Este aparatito consta de dos vibradores, uno en forma de bala símil metálica y el otro con reminiscencias peneanas para chicas más vainilla o bien bisexuales en jelly azul. Ambos vibradores van unidos por un cable tan largo como invisible a un control que regula la velocidad de la vibración y que, esta vez sí, habrá que compartir o dejar a un lado cuando se llegó al ritmo justo. ¿Ventajas? Por ejemplo, puede una tomar el control cuando ve que la cosa amaina, puede dejar que el adminículo se pierda en el interior del ídem porque total será fácil rescatarlo, se comparte el juguete sin necesidad de lavarlo porque cada una tendrá el suyo. Y también, por supuesto, el precio módico —su diseño modesto y sus dos pilas doble AA lo garantizan— y el tamaño portable. Ideal principiantes.
Aunque la mayoría se jacte de conocer el cuerpo de la otra como el propio, ha pasado en más de una ocasión que la lengua se ha limado de tanto insistir sobre el hueso o en un lunar ubicado justo al lado; o bien se ha perdido en medio de la jungla del monte de Venus ocasionando no pocas molestias —las arcadas son las más molestas y fáciles de distinguir—. Esta es una de las ventajas de esta pinza para clítoris, casi una señal luminosa, un camino de pedrería que dice “ven, ven a mí”. Otros usos también son recomendables y dependen del modo en que se coloque esta hebilla: un pequeño pellizco, un dolor soportable y sostenido puede hacer las mieles de quien quiera engalanar sus partes y de paso señalizar el camino a la frutilla de la torta sin necesidad de enunciar una sola palabra. Precio más que módico, casi ínfimo.
Herederas modernas del auténtico dildo —sí, la corrección política llama ahora dildo a cualquier cosa, pero no siempre fue así— estas bolas doradas, rellenas a su vez por otras bolas, pesadas y tintineantes, generan sensación de saciedad ahí donde se las introduzca. Se pueden usar en pareja o bien llevarlas puestas durante las actividades cotidianas, lo cual genera un cálido placer sólo por acción de la fuerza de gravedad que hace que ellas presionen en puntos clave de las zonas más oscuras del cuerpo. Hay quien dice que resultan ideales para incrementar el placer durante el sexo oral o bien para interactuar con otros elementos que puedan convivir en un mismo espacio. Atención: estas mágicas esferas no pueden usarse por vía anal, aun cuando tienen de dónde agarrarlas, es fácil perderlas y esas cavidades sólo las sacará el cirujano. O el laxante.
La habilidad manual es un encanto tan valioso como difícil de advertir a primera vista. No es el tamaño lo que importa, no es la forma en que se gesticula, apenas si se detendrá una en la existencia de alianzas. Es probable, sí, que otros anillos alerten sobre el entrenamiento de dichas manos, máxime cuando un bodoque de proporciones dolorosas exhibe por debajo una línea de piel blanca inmaculada que delata que ese anillo y ese dedo ya son uno. Es más factible todavía que sean las uñas las que permitan advertir en una mano a una amante: ni muy largas y filosas —duele de mirarlas— ni muy masticadas —ay, la prevención de its—. Todos esos son detalles sin importancia con estas fundas para dedos, lavables, reutilizables, de grosor agradable, con simpáticas escamas, que harán las delicias de la dama que da y de la dama que recibe. Lo mejor, su precio módico y su fácil transporte; ni siquiera es necesario tener cartera.
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