Mientras exista la obligación de asumirse como persona enferma para acceder a los derechos elementales, la marginación seguirá siendo una constante para las personas trans. Hoy por hoy, “el estar atrapado en un cuerpo equivocado” son las palabras que médicos, funcionarios y jueces quieren escuchar para permitir, por ejemplo, un cambio de nombre. Argentina forma parte de una campaña internacional que exige retirar a la transexualidad de los catálogos de enfermedades. Soy presenció el debate que se realizó en la Legislatura porteña y recogió los testimonios que dan cuenta de la vida cotidiana de un hombre y una mujer trans en este mundo tan pero tan sano.
› Por Ariel Alvarez
”La transfobia nos enferma.” Con esta frase finaliza el Manifiesto de Stop Trans Pathologization 2012, la campaña internacional por la despatologización de las identidades trans y su retirada de los catálogos internacionales de enfermedades. Siguiendo con esta iniciativa, el pasado 17 de octubre, en más de 35 ciudades del mundo se llevaron a cabo numerosos actos. La Argentina se sumó al proyecto a través de la charla debate “Otro mundo es posible. Para terminar con la patologización de la transexualidad”, que se realizó en la Legislatura porteña, en donde además se debatió sobre la situación por la que atraviesan lxs ciudadanxs trans, que deben asumirse como enfermxs para acceder a sus derechos.
El panel estuvo integrado por Diana Maffía (legisladora de la Ciudad de Buenos Aires), Marlene Wayar (directora de Futuro Transgenérico y de la revista El Teje), Irene Meler (psicoanalista, coordinadora del Foro Psicoanálisis y Género) y Alfredo Grande (director honorario de Atico).
Lohana Berkins (coordinadora general de Alitt, Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual), abrió el debate: “Dicen que la sociedad cambió, o que está cambiando; yo no lo creo. Lxs que cambiamos somos nosotrxs y empezamos a cuestionar, a debatir, a dudar de los discursos de control que nos tratan de enfermxs”.
En la actualidad, la transexualidad es considerada como un “trastorno de identidad sexual o de género”. Esta clasificación figura en el DSM-IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales de la Asociación de Psiquiatría Norteamericana) y en el CIE-10 (Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud). La versión revisada de estos catálogos aparecerá en 2012 y 2014, respectivamente. Dichos documentos son los que guían a los psiquiatras y médicos de todo el mundo en el momento de establecer sus diagnósticos. La principal acción que la campaña STP-2012 viene realizando desde el año 2007 es que se retire el estatuto de patología mental a la transexualidad, junto a otras medidas revolucionarias, como que se elimine la identificación de sexo en los documentos de identidad.
Al tratar como trastorno a la transexualidad, el Estado, a través de las instituciones médicas, ejerce el control sobre las identidades de género. La práctica de dicho control responde a intereses religiosos, económicos y políticos. Este fue uno de los puntos clave del encuentro realizado en la Legislatura porteña.
La legisladora Diana Maffía lleva varios años trabajando sobre el tema de las sexualidades alternativas, y es autora del libro Sexualidades migrantes. Género y transgénero (2003, editorial Feminaria): “La cuestión central es pensar políticas que se dediquen a resolver las cuestiones de todas las personas y que no sólo queden enmarcadas en el ámbito de lo judicial. Cuando el Estado te patologiza, te saca tu autonomía y los que deciden qué se hace con tu persona son el médico, el psiquiatra, el juez. Por ejemplo, la ley de ejercicio de la medicina no admite las intervenciones ‘irreversibles y mutilantes’, sobre todo cuando afecta a los órganos reproductivos; es decir, el Estado está velando únicamente por la reproducción, por eso es tan difícil que una persona pueda hacerse una intervención. Se hace sólo cuando hay un fallo judicial. De todas formas, no necesariamente tenés que atravesar un cambio de sexo para que tu identidad sea concedida”.
Por lo que sí tiene que atravesar una persona transexual es por la humillación de someterse a pericias psiquiátricas denigrantes, ya que la única alternativa parece ser asumir una sensación de disconformidad con el propio cuerpo. “La medicina es una disciplina de control y tenemos que discutir los mitos fundantes de esta sociedad, el de la heteronormativa que nos pone a nosotrxs dentro de las perversiones y la enfermedad. ¿Quién lo decide? ¿Una iglesia? ¿Una dictadura? Una sociedad entera que mata, discrimina, tortura, destruye, nos trata de enfermas a nosotrxs, pero, ¿quién puede establecer qué es la normalidad? No tenemos que aceptar el control del Estado y la sociedad a través de la medicina”, dice Lohana Berkins, y agrega que “para este encuentro convocamos a diferentes psicólogos y especialistas con el fin de hacer escuchar nuestras realidades y nuestra voz”.
Marlene Wayar completa: “Está la ciencia y su realidad de que hay un cuerpo macho y un cuerpo hembra. Eso es mentira. También están los niños intersex, por ejemplo, que nos demuestran que hay una naturaleza ambigua y esto vuelve mucho más cruento el proceso de ‘normalización’, ya que no son sujetos que den su consentimiento para semejante cosa. En muchos casos, el proceso los deja legitimados, pero sin opción a poder vivir en plenitud”.
Cuando la medicina y el Estado definen la transexualidad como un trastorno, están poniendo en evidencia que la diversidad de identidades en realidad trastorna su sistema. Diagnósticos como disforia sexual (aquello del cuerpo de mujer atrapado en un cuerpo de hombre o viceversa) evidencian el miedo a que se desarticule el orden vigente. Estamos hablando de transfobia y ésta es la verdadera enfermedad: “Este es un sistema que produce sujetos enfermos. Podemos decir que nuestra sexualidad no está patologizada, pero sí estamos enfermas de soledad, de no poder construir proyectos a futuro, de no poder decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos”.
Cuando la OMS dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad en 1990, se constituyó un precedente histórico. Pero la remoción de términos médicos y psiquiátricos que definen las identidades sexuales como patológicas no ha sido completa. Dice Lohana: “Yo fui muy crítica de los países donde se celebró que se retirara la condición de enfermedad a la homosexualidad, ya que faltábamos nosotrxs. Empezamos a entender que en cuanto a la agenda de gays y lesbianas hay un desfasaje”.
Por su parte, Maffía expuso su posición acerca del rol del Estado: “Cuando en los ‘90 se hace el reconocimiento explícito de la homosexualidad como una elección y no como una perversión, fue algo que tuvo que ver con el modo en el que avanza la sociedad, con cierta tolerancia hacia la apropiación que cada uno hace de su libertad personal. Pero en la sociedad todavía hay voces que dicen: ‘Pero si les sacás lo patológico, no los podés curar’, y es que no hay nada que curar. En todo caso lo que hay que curar es la homofobia y la transfobia. Una sociedad no se hace simplemente tolerante, es algo por lo que todavía hay que trabajar mucho. Todavía existe una realidad hegemónica que hace vulnerables a las personas. Hay que pensar en un marco de derechos humanos y si lo pensás así las soluciones son nuevas políticas públicas. Toda la población debe ser educada en una sexualidad más amplia. Hay que liberar los márgenes de expresión sexual de cada persona y empezar a entender que la expresión de género no se vincula con la genitalidad de los cuerpos”.
“Tenemos que dejar de aceptar lo del cuerpo equivocado. Yo no nací en un cuerpo equivocado”, declara Lohana Berkins, marcando así otro punto clave en este debate: la aceptación que algunas ciudadanxs transexuales hacen de las reglas dominantes, lo cual conlleva asumir que para acceder a determinadas políticas públicas tienen que aceptarse como enfermxs o anormales. “Una cuestión importante es concientizar a lxs compañerxs, porque históricamente han aceptado la disforia de género para que se realice el tratamiento. Queremos discutir con activistas y no activistas para que no acepten una enfermedad a cambio de un derecho. Tenemos que trabajar con las compañeras que asumen esa situación.” Al igual que Lohana, Marlene también encuentra en este punto una responsabilidad de la militancia. “Esto que nos sojuzga no podemos reafirmarlo en nosotras mismas. Tenemos que quitarnos al enemigo que tenemos dentro. Es desde ahí desde donde tenemos que hacer la revolución para poder enfrentar el afuera. El cambio de sexo tiene que ver con la potestad de lo académico que se yergue como despótica y que te dice que una mujer no puede ser sin vagina. Pero tenés que pagar un precio muy alto: convertir nuestro sexo en una zona cercana a la muerte. Si alguien quiere transexualizarse está en su derecho, y el Estado tendría que brindar las formas posibles. También estamos las que decidimos no hacerlo. No quiero imponer el ‘no te intervengas quirúrgicamente’, no es mi objetivo, pero me parece que hay que plantearlo. Hay allí un tema a trabajar y que tiene que ver con el enemigo interno que nos dice ‘que estamos mal’ y que tenemos que ser hombres y mujeres ‘puros’ y perfectos. Yo soy ciento por ciento trans y en mi transexualidad soy pura y perfecta.”
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