COMING OUT
› Por Facundo Nazareno Saxe
Nunca sé qué responder cuando alguien me pregunta por mi salida del closet. ¿Vale la pena contarlo? No lo sé, siempre repito, yo no tengo respuestas, sólo preguntas. Yo soy lo que se dice un nyc: nacido y criado, en este caso, en la Patagonia. Crecí en el horror de la mentalidad de un pueblo montañés. Lo “diferente” no existía. Claro, todo se compensa, incluso el horror, en mi caso con mis padres, extranjeros en una tierra fría que no entendían esa mentalidad reprimida. Pasé mi adolescencia sin saber quién era. O confundiéndome con el frío patagónico. Nada me movía. Hasta que me fui a estudiar. El ratón del campo en la gran ciudad. El tiempo pasó. Y me enamoré. No me importaba que fuese hombre. La primera vez que me besó, nací otra vez. Todas las piezas encajaron y descubrí quién soy. Todo lo imaginable ocurrió con mi primer amor. Después de enamorarme y descubrir que podía disfrutar del sexo, no aguanté mucho tiempo para contarle a todo el mundo. Tuve la necesidad de gritarlo al viento. Yo amaba, por primera vez, había descubierto que podía amar (y disfrutar, por supuesto). Después vino la revelación. Nunca supe guardar secretos. Cuento todo. Primero le conté a mi hermano, que como buen hermano ya lo sabía. Se supone que contarle a mi familia no tenía que significar un problema. Se supone que me tenían que aceptar. Mi familia no tenía que tener problemas. Así y todo, el día que hablé tuve mucho miedo, todos sabemos cómo pueden llegar a reaccionar las familias. Estaba lejos, estudiando. Tenían que pasar meses para que pudiera ver a mis padres y contarles. No pude aguantar. Así que fui cobarde y llamé por teléfono. Y les dije. A los dos. Mi papá siempre lo había sabido. Me lo había dejado en claro la última vez que lo había visto. Y no le importaba. El siempre lo repitió y lo sigue repitiendo: me quiere por lo que soy y todo cuenta en esa ecuación. ¿Y la reacción materna? Ahí sí que tenía miedo, una madre obsesionada por los nietos, ¿cómo podría llegar a reaccionar? Fue simple. A los pocos días de hablar por teléfono viajó los dos mil kilómetros que nos separaban para abrazarme y decirme que me quería. Creo que yo tuve mucha suerte, no creo que estas reacciones sean las habituales de los padres, de las familias. Las historias que escuchamos y vivimos son duras. Tristes. Mi caso fue inusual. Lo único que puedo decir es que siempre bancaron, con tristezas, diferencias y alegrías, siempre estuvieron y están ahí, lejos, pero presentes. Me bancaron, a muerte. Y eso fue muy importante, aunque sea inusual.
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