ENTREVISTA
Actriz, dramaturga, novelista, Romina Paula irrumpió hace pocos años en el panorama cultural como una joven promesa. Lo es todavía aunque va cumpliendo paso a paso: acaba de estrenar la obra de teatro El tiempo todo entero y de editar su segunda novela, Agosto. Un fantasma de erotismo y de amores entre mujeres recorren muchas de sus ficciones. ¿Ser o no ser? Es una pregunta que ella no se hace, que se la hagan los demás.
› Por Liliana Viola
—La publicación en Entropía era desde el comienzo una posibilidad. Después de que salió finalista en Página y no la volví a presentar a ningún concurso. No creo que sea una novela con chance de ganar un Premio Clarín, por ejemplo. La presenté acá porque el concurso se llamaba Nueva Novela...
—Creo que tiene que tener una conexión con los hechos históricos, con lo que pasa o pasó. Por ejemplo lo que pasa con la violencia, lo que pasa en un country, lo que pasa en tal década. Justo todo lo que mi novela no tiene. Mi novela no le cambia la vida a nadie.
—¿Te parece que es una segunda persona? ¿Te parece que existe la segunda persona? Yo no estoy segura. Hablar en segunda en ciertos casos es hablar en primera. Mirá, la pobre amiga ni siquiera le puede responder porque está muerta.
—¿Ah, sí? Bueno, mirá vos. Es una lectura...
—Bueno, hay muchas cosas que no están dichas en la novela y gran parte de las cosas que pudieron ocurrir no se dicen.
Creo que hay amor entre ellas, el sentimiento que se produce muchas veces a esa edad, una especie de simbiosis entre amigas. Ahora, ¿si ellas se acostaron me estás preguntando?
—Sí, es muy importante eso en la novela. Me parece que hay algo del desarraigo típico de la clase media alta argentina que tiene esto de viajar a otros lugares para estudiar que fuerza una partición, esto de llevar, aunque no te des cuenta, dos vidas en cada lugar, dos vidas paralelas. No soy del sur, pero quise mostrar esa tensión que se da entre Buenos Aires y la provincia cuando un personaje circula de un lado a otro. Una especie de metáfora de la vida partida en dos.
—Me interesa como lugar para mirar, pero desde ahora. Como lugar potencial sobre el que se puede proyectar. Creo que visto desde afuera es un tiempo interesante. Para mí, particularmente, fue un infierno. No tengo una mirada melancólica hacia mi pasado.
—Creo que no. O tal vez sí, pero prefiero no pensar así, lo que me espera puede estar mejor que lo otro. Digo que me interesa para trabajar, porque es el tiempo en el que no estás obligado a tomar decisiones. Ni qué vocación, de qué vivir, qué hacer de tu vida. La chica de la novela, ahora que dejó el pueblo, trabaja en Buenos Aires, tiene que pensar si se casa o no se casa. No me gusta elegir. No quiero tener que elegir (risas).
—Ah, sí. Muy lindo para llevarle a mi mamá y decirle: “Mirá qué linda entrevista me hicieron, al menos salí bien en la foto...”.
—Bueno, justo lo contrario de lo que te dije, que es la razón por la que me gusta pensarla. Me molestaba tener que ir siempre al mismo lugar, la escuela, la rutina, la misma hora, días y días haciendo lo que había que hacer, depender de mis padres económicamente...
—No, son casi lo mismo. Actuar, que es más diferente, es lo que cada vez hago menos. No hay una ruptura, la escritura y la dirección juntan esto de lo social que me interesa. Trabajar en un grupo, con un equipo, relacionarme con gente.
—Veo mucho por épocas y a veces me agarran fobias. Lo hago porque sin dudas es parte de mi formación, como leer. Desde hace un tiempo descubrí esto de leer en paralelo, es decir, muchos libros a la vez. Es bueno porque así el libro está menos cargado de la exigencia de llenar todas las necesidades de lectura. Estoy leyendo La mano de Laura Merardi, otra novela que salió finalista en el concurso de Página, también 2666, de Bolaño, los Diarios de Fiztcarraldo y El elogio de la locura, de Erasmo. De la novela de Bolaño ya me adelantaron que hay crímenes, ¿no es cierto? Mientras, por un lado, me concentro en un texto de filosofía, estoy esperando ese momento en que aparezcan los crímenes.
—Crímenes violentos, sí, tengo ese morbo. Me da miedo, no miro películas porque me dan mucho miedo, pero me da morbo leer. Me gusta la idea de estas historias turbulentas que a nadie se le podrían ocurrir. Yo siempre empiezo a leer el diario por atrás, por los policiales. Desde chiquita hacía eso. He seguido mucho los casos de chicas de mi edad que han matado.
–Los casos de Jimena Hernández y de Nahir Mustafá me han hecho sufrir mucho. Miraba sus fotos, no podía dejar de hacerlo ni de tener pesadillas.
—Bueno, te puedo decir que esta novela iba a ser en un principio una historia de amor lésbico. Antes había escrito el cuento tal que se publicó en la antología tal en que una chica que no es lesbiana y que ha tenido un amor con una amiga le escribe una larga y desesperada carta. Ella tiene su familia constituida y su amiga lesbiana vive en Canadá, viaja cada tanto y no se ha enterado de nada. Esta iba a ser al revés. La que es lesbiana le escribe a la que no es. Al final después escribí otro cuentito, en el sur, una chica enamorada de la otra. Esta novela quedó cómo quedó, con su misterio.
—Bueno, no sé. Creo que es porque me gustan las chicas. Me gustan los chicos y las chicas en realidad.
–Buena pregunta, pero no. No creo que se pueda llamar así. Cuando escribo algo lo hago porque pienso que tengo necesidad de escribirlo, porque aparece un material que me interesa. Son temas que me surgen. A veces es lésbico y a veces no. Tampoco es un modo de salir del closet. La escritura para mí es al revés. No es un lugar de exposición, es un lugar de protección. Lo que está escrito está ahí, en el libro, yo estoy acá. No es que quiera negarlo. Después los demás lo leen y por ahí dicen: “Mirá ésta de lo que está escribiendo”. Pero para mí está alejado. Y no lo digo porque es ficción simplemente. No sé cómo explicarlo, me da cierta impunidad, la escritura es un “kamicazismo” mío.
—Sí, totalmente. No les cae bien ni a los héteros ni a los homos. Sos siempre una impostora, te miran raro. No te creen. O si no, piensan que estás como una desaforada buscando siempre para los dos lados, tratando de acaparar todo.
—La verdad que no. Tampoco me he definido en una entrevista... Si miro para atrás tengo que decir que en mi adolescencia fui heterosexual, salí con un chico. Después me gustó una chica. Salí dos años con ella. En ese momento fui lesbiana. Ahora estoy con un chico. ¿Qué soy? No es que no me haga preguntas. Pero como no tengo mucha respuestas...
–Mi novio sabe que alguna vez me gustó una chica. ¿Vos me decís si se siente inseguro porque yo podría irme con una chica o con un chico? La verdad que no. Uno está y cuando está, está. No se multiplican las posibilidades de que uno se vaya porque alguna vez te guste una chica. No me gusta toda la gente que veo.
—Ay, qué horror, lo que escribo entonces entra en esa categoría. No sé, no lo pensé así. Me interesó sobre todo trabajar el tema del desencuentro, que también está en las relaciones heterosexuales. El amor fracasa a veces, el heterosexual también fracasa.
—Es una obra que está basada en El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Es uno de mis favoritos. Me gusta mucho Tennessee Williams (risas). Bueno, por si faltaba agregar algo, la chica ésta se cae de madura van a decir.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux