› Por Naty Menstrual
Hablando por msn con una víctima más de mis retoces carnales, ante el inminente encuentro a concretar, se me dio por preguntarle cuáles eran sus características debajo de su varonil solcillonca. El, con un atisbo de enojo –que por mi percepción advertí que provenía de su entrepierna– me dijo secamente: ¿te pensás que ando por la vida con una regla?
Yo sonreí aunque él no me vio, mientras confirmaba mi teoría de que el macho que nunca se la midió –o al menos eso dice– es por que no tiene algo que valga la pena contar. El que la tiene grande alguna vez se la mide y anda contándolo por aquí y por allá.
Haciendo memoria de mis años mozos de marica tapado, que andaba caliente por la ciudad como una chiva sola en el monte hacía dos meses, recordé con melancolía los concursos que se armaban entre mis compañeritos de primaria mostrándonos lo que cada uno tenía colgando. Recuerdo sin dejar que me suban los calores el pitongo de un tal Pablo Girotti, que de haberlo tenido a mano después de unos años nada me hubiera impedido tirarme de boca... de Boca, de River o de San Lorenzo... qué más me hubiera dado. Yo siempre en silencio y haciéndome el machito sacaba la mía y concursaba como si fuera participante de Miss Siete Días. En esas épocas todo era deseo oculto y malestar, cargo de conciencia por ser el único puto del universo, que después con el tiempo uno termina dándose cuenta de que ser puto no es nada original. No somos machos pero somos muchos. Concursos de largos de pitos, concursos de quien meaba más lejos, toallazos mojados en vestuarios después de algún partido intenso, tocadas de culo... cuántos juegos... los hombres se tocan el culo, se manotean los bultos, si hay una despedida de soltero aprovechan corriendo para vestirse de mujer y taconear amariconados durante todo el festejo...
Sea como sea, el tamaño del pito les importa más a los tipos mismos que a la que comparte la cama con ellos, aunque hay de todo como en botica para no caer en estereotipos...
En una clase de sexo cuando estudiaba en el ISER, una sexóloga contó que un pene considerado normal era todo aquel capaz de procrear, si mal no recuerdo, desde 11 o 12 cm... Yo le creí porque tenía título, pero no me convenció, a decir verdad. A mí eso me alcanza para sacarme la carnecita de los dientes, aunque la actitud también viene a asistir al que dios le restó centímetros... Cuán cierto es eso.
Tengo amigas que prefieren el largo antes que el ancho, maricones que lo quieren modelo Obelisco porteño, están los que prefieren el encuentro de almas antes que la carne en exceso, y los que prefieren la carne en exceso antes que complicarse con el amor sus sensibles sesos. Yo, a decir verdad, con que sea mayor de edad, listo, de 18 cm para arriba y estamos contentos. Y a los hombres que tanto se preocupan preguntándote en pleno revuelque “¿Es grande? ¿Te gusta lo que tengo...?” ya que saben tanto de fútbol piensen en cuánto los saca de quicio cuando un árbitro no hace su trabajo y les arruina el juego... Tener el pito indicado no siempre quiere decir que vas a tener asegurado los buenos resultados en el juego, es todo más complejo... Yo quiero mi flautista de Hamelin, que además de tener la flauta indicada, sepa sacarle los mejores acordes a mi cuerpo, y al ritmo de su bella música podamos desplegar nuestros más grandes ratones y así enredarnos en un rico revuelque revolcón intenso hasta el abismo que sea, y que me busquen después.
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