TAPA
La amistad entre el hombre (gay) y la mujer (en general, hétero, aunque no es excluyente) es un clásico de las relaciones humanas que el mundo del espectáculo supo exponer en una amplia gama de variantes. No todas las amistades son iguales, pero es posible encontrar en este mapa algunos lugares comunes donde reconocerse.
› Por Mariana Enriquez
Dicen que la unión comenzó al mismo tiempo que las luchas por los derechos de las mujeres y los homosexuales: siendo ambos despreciados y marginados, se cristalizó entre ellos una simpatía que acabó en complicidad y amor. Pero, probablemente, se trate de algo mucho menos político y más cercano a las simples relaciones humanas; es verdad que esta amistad hubiera resultado imposible en otros tiempos de la Historia, cuando las mujeres vivían vidas reclusas y los hombres ocultaban su homosexualidad. Salvo en un área: el mundo del espectáculo. Porque, allí, la “inmoralidad” estaba dada. Y probablemente se trató del primer lugar de incubación de la amistad entre las mujeres heterosexuales y los hombres gays, que es un clásico verdadero. Pasan los años y los estereotipos se hacen más complejos y se desdibujan. Pero el par sigue firme, presente en la cultura pop, celebrado y, por supuesto, también con sus problemas. Aquí, una taxonomía posible con tipos que en muchos casos se superponen, cambian y se complementan.
Indudablemente, gran parte de las relaciones de pareja entre un hombre gay y una mujer heterosexual –que, se sabe, abundan por motivos diversos— suelen terminar en un drama o pelotera. Pero muchos pasan de una intimidad a otra, y forman vínculos sólidos, diferentes, muchas veces incomprensibles para el que nunca vivió algo así. “Gabriel es mi ex, es gay y está más que presente en mi vida, no tenemos una relación normal, ni de amigos, ni de ex pareja: queremos estar siempre juntos, mis parejas tienen que entender que él viene conmigo, es como de la casa, y que estar celosos no tiene sentido”, cuenta Gimena, periodista, que estuvo tres años en pareja con un chico gay. “La gente siempre me pregunta si no me di cuenta. Claro que sí, pero es más complejo que ‘darse cuenta’ cuando te enamorás. Y también quieren saber si había problemas en el sexo, y la verdad es que no, para nada. Sólo que, finalmente, él tuvo que elegir y yo también: era insostenible. Ahora nuestra relación es hermosa, de una manera diferente.”
La pareja más entrañable de ex novio y mejor amigo fue la que formaron Freddie Mercury y Mary Austin. Vivieron juntos durante los ’70, Freddie tenía el piano junto a la cama y le compuso, entre otras canciones, la archicélebre “Love of my Life”. Pero, claro, ellos también tuvieron que decidir. El vínculo de afecto y complicidad se mantuvo intacto. Contaba Freddie: “Todos mis amantes me preguntan por qué no pueden reemplazar a Mary. Pero es imposible. Es mi única amiga, y no quiero a nadie más. Para mí, ella es mi esposa. Creemos el uno en el otro, y eso basta”. Freddie fue el padrino del hijo mayor de Mary, que se llama Richard. Y cuando murió, le dejó a ella la mayor parte de su fortuna, privilegiándola antes que a su familia y que a Jim, su último novio. Mary se quedó con la espectacular propiedad de Freddie en Londres y, más importante, con las royalties de Queen.
Uno de los iconos gays por excelencia, Liza Minnelli, llevó al cine la adaptación de Bob Fosse de Adiós a Berlín, un libro de relatos semiautobiográficos de Christopher Isherwood que en su versión musical se llamó Cabaret (1972). Allí, la reina de la noche, Sally Bowles, quiere seducir a un comedido profesor de inglés, Brian (Michael York). Lo logra, después de mucha reticencia de parte de él. Ya en pareja, conocen a Maximilian, un rico noble alemán. Y los dos tienen sexo con él. Y Sally queda embarazada, pero no sabe de quién, y decide abortar. Y la vida sigue, pero ahora ella sabe que Brian continuará con aquellos jóvenes a los que verdaderamente desea.
No todas las historias son tristes. La situación de ex novio y luego mejor amigo fue material para la sitcom gay por excelencia (junto con las últimas temporadas de Ellen): Will & Grace. Los del título vivieron un breve romance en la post-adolescencia, pero Will (Eric McCormack) era incapaz de tener una relación sexual satisfactoria con Grace (Debra Messing), a pesar de que se sentía enamorado. Es Jack, un amigo abiertamente gay, el que lo saca a patadas del closet mental. Pero Will no rompe su amistad con Grace. En la comedia, que arrancó en 1998, comparten un lujoso departamento en Nueva York: él es abogado; ella, diseñadora. Y se complementan para bien y para mal: funcionan como pareja blanca para no tener que ensuciarse las manos con el afuera hostil, se divierten, miran televisión juntos, comparten gustos de ropa y decoración. Finalmente quedan embarazados. Will & Grace, aunque resulta algo pacata, resultó una revolución cultural: era la primera vez que una relación así aparecía tan claramente expuesta de forma masiva. Eran los amigos de los amigos gays correctos los que, quizás, empujaron más la agenda, sugiriendo una relación “fiestera” mucho más divertida, y mucho más riesgosa.
Harper Lee es una escritora reclusa, que apenas salió a la luz pública desde la década del ’70. Es famosa por haber escrito la novela clásica Matar a un ruiseñor. Pero también fue parte tangencial de otro clásico literario del siglo XX, porque ella fue quien acompañó a Truman Capote, su amiguísimo desde la infancia, a Kansas, para ayudarlo a investigar los asesinatos que acabarían siendo el material de A sangre fría. Algo pasó después que enfrió la amistad, pero por ahora ese percance es secreto, y sólo existen especulaciones. Antes de separarse, sin embargo, ambos se integraron a la obra del otro: en Matar a un ruiseñor, el personaje de Dill está inspirado en Capote; en Otras voces, otros ámbitos, la primera novela de Capote, Harper aparece retratada como la temperamental jovencita Idabel.
Pero otros matrimonios artísticos suelen perdurar. El de Patti Smith y Robert Mapplethorpe, por ejemplo. Ellos también fueron pareja, brevemente, a fines de los ’60. El tomó esa maravillosa fotografía de la tapa de Horses, el primer disco de Patti, donde ella es pura androginia y desafío. La siguió fotografiando toda la vida. Cuenta Patti en Complete, su recopilación de letras, poemas y fotos anotadas: “Cuando tenía 41 años, Robert nos tomó un retrato familiar en su estudio de Nueva York. Fue la última vez que fui fotografiada por mi querido amigo. El vino al estudio cuando grababa ‘The Jackson Song’. No estaba bien, y estuvo acostado en el sillón. Richard se sentó en el piano, y yo me senté enfrente. Fred, mi esposo, se acercó a Richard y dijo simplemente: ‘Hacelos llorar’. La tocamos dos veces, la segunda fue lo mejor que pudimos hacer. Cuando terminé, miré a través del vidrio y vi que Robert estaba durmiendo en total paz. Con Fred parado a su lado, llorando en silencio”.
En la Argentina, la artista plástica Renata Schussheim y el coreógrafo Oscar Araiz son la pareja artística más famosa. En 1970 hicieron juntos la puesta de Romeo y Julieta, y desde entonces no dejaron de trabajar jamás; quizá su trabajo conjunto más famoso sea la puesta de Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Cuenta Renata, en una entrevista para Clarín: “Mi vínculo con Oscar es un mariage, un matrimonio artístico, pero sin los problemas típicos. Hemos viajado muchísimo juntos. Conocemos todas las manías. Que él no puede dormir si hay una rendija de luz y yo tengo otro tipo de problema. Ya hasta te conocés la pantufla. No somos como hermanos, para nada. El vínculo es diferente. En lo profesional, cuando encontrás un par y llevás adelante proyectos, yo creo que es mucho más apasionado”.
Es la amistad más visible, y muy extraña, porque transcurre en ese mundo de brillo y artificio que conjura magia y contradicciones. Las grandes divas siempre tienen su corte de gays que las veneran y las contienen, en igual medida. En muchos casos, terminan siendo sus parejas. Les pasó a los dos iconos: Judy Garland y su hija Liza. Mamá se casó con Vincente Minnelli, que era gay y la adoraba. Pero no alcanzó. En El Mago de Oz, el personaje de Judy, Dorothy acepta a todos, incluye a todos, aun al León Cobarde, que muchos identifican como un personaje gay. Y esa inclusión creó un código de reconocimiento entre gays, que se hacían llamar Dorothy’s friends (“los amigos de Dorothy”), en secreto. En fin: Liza tuvo dos matrimonios con fans gays, y los dos terminaron mal: el primero fue con el compositor australiano Peter Allen (que murió de sida en 1992), y el segundo hace apenas cuatro años con el promotor David Gest, un hombre muy extraño que prometió salvarla de sus tendencias autodestructivas y terminó acusándola... ¡de haberlo infectado con una enfermedad de transmisión sexual! Como sea, Liza prometió no casarse más, por las dudas.
La que tuvo muchos matrimonios fue Elizabeth Taylor pero, que se sepa, ninguno de sus esposos fue gay. Sí lo fueron sus mejores amigos: Montgomery Clift, James Dean y Rock Hudson. Cuenta la leyenda que Rock le jugó una apuesta: que iba a poder acostarse con Dean durante el rodaje de Gigante, en 1956. Liz decía que no. Rock, dicen, le ganó. Cuando su querido Rock murió, Liz tuvo un ataque de furia, una vez recuperada del duelo. La homofobia desatada por el miedo al sida la asqueó y creó la fundación Aids Project L.A., que lleva recaudados casi 200 millones de dólares para investigación.
Madonna, claro, tiene su favorito, de entre todos los artistas que la rodean y rodearon. Y es el hermoso actor inglés Rupert Everett, uno de los pocos que salieron del closet muy temprano y sin mayores problemas. Dicen que por Rupert ella visitaba tanto Inglaterra, donde eventualmente Sting le presentó a su futuro marido Guy Ritchie. Hasta se dieron el gusto de hacer una película juntos donde son lo que son de verdad, mejores amigos (sólo que en la película tienen sexo borracho, y ella se embaraza). Suena bien, pero The Next Best Thing (2000) es tonta y bastante desastre, salvo por el fantástico video de la canción principal, American Pie.
Por casa, la relación diva-amigo gay contenedor por excelencia es la de Eva Perón y su modisto y adorado Paco Jaumandreu. El diseñó ese traje príncipe de Gales con el que Eva trabajaba, una de las imágenes más clásicas para la posteridad. El dijo: “En este país, ser pobre, ser puto y ser Eva Perón es la misma cosa”. En su biografía La cabeza contra el suelo, Paco Jaumandreu recuerda el primer encuentro con su musa: “Vivía en Billinghurst y Santa Fe cuando recibí un llamado de Eva Duarte. En un principio no le di mayor importancia al asunto. Estaba acostumbrado a que día a día me llamen las grandes estrellas y las damas de la sociedad, el llamado de una actriz de radioteatro no me atrajo mucho. Me convenció la Bilbao, que me dijo: ‘Esa chica tiene un destino que puede llevarla a la gloria o al infierno, tenés que ir hoy mismo, llamala’. Fui al día siguiente, un sábado, la cita era a las 18. Ella misma me abrió la puerta. Me pareció altísima y muy desteñida. Me impresionó su piel desde el primer día: blanca, transparente, increíble. He conocido muy pocas mujeres con una piel semejante, como de marfil. Era rubia, de pasos largos y muy decididos. Usaba unos pantalones de satén gris plata, un chemisier celeste y zapatos blancos con grandes plataformas de corcho. ‘Qué cache’, pensé en mis adentros”.
Después de la bella prosa de Paco, casi da pudor mencionar que Moria Casán vive rodeada de sus muchachos de compañía, a los que se lleva de vacaciones, o a su casa, o a donde sus caprichos decidan. Ellos, felices. El más famoso: Leonardo Piccinato, “soñador” nacido en Santiago del Estero, que la acompañó en Bailando por un sueño y terminó siendo partícipe de espectáculos, visitante permanente en la mansión de Moria y maestro de baile en su escuela. Y el menos favorecido: el coreógrafo Flavio Mendoza, ex cortesano con el que se pelearon a los gritos por TV... ¡por una bañadera!
En 1982, el divorcio era ilegal en la Argentina, y cuando María Luisa Bemberg rodó Señora de nadie, lo tuvo muy en cuenta. La señora era Leonor (Luisina Brando), que abandonaba a su marido infiel y quedaba en la calle, hasta que conocía a la única persona que no la miraba con prejuicio, Pablo, interpretado por Julio Chávez. Pablo es el ejemplo del amigo en las buenas y en las malas, un personaje que a algunos hombres que les toca el papel, les disgusta interpretar. Dice Marcelo, estudiante de cine: “El amigo gay siempre tiene que ser gracioso, mordaz, tener buen gusto, ser buen bailarín... Las chicas quieren decir ‘cómo me hacés cagar de risa’. Y también uno tiene que ser sufrido por amor, ése es el estereotipo con el que ellas se identifican. Yo adoro a mis amigas, pero a veces tengo que cortarles la cara porque no quiero ir a bailar y ‘ser divertido’, quiero salir a levantar. Y a muchas que no son amigas tenés que pararles el carro, porque te tratan de ‘puto’ o en femenino antes de que haya la confianza, el cariño y la comodidad para que puedan hacerlo sin que resulte ofensivo”.
De lectura obligatoria para ir cerrando: el cuento “Dedicado”, de David Leavitt, que está en el libro de relatos Baile en familia. Allí, una chica llamada Celia vive una vida parasitaria de sus dos amigos gays, Nathan y Andrew. Ellos se sienten culpables si la abandonan, pero muchas veces ella los agota. Ella los desea, se ofende cuando se van corriendo tras un amante ocasional, comprende que debe dejarlos vivir su vida. Escribe Leavitt, por ejemplo: “Celia recuerda la ligera náusea que la acometió el día en que se enteró de que Nathan era marica. Se sintió avergonzada de que él le hubiera gustado... También le avergonzaba no haber sido más perspicaz... Nathan constituyó una experiencia nueva para ella; comenzó a idolatrarlo por tener una naturaleza diferente y también porque su diferencia le permitía acceder a muchas vivencias de las que ella no sabía nada”.
Ser amigos se trata de eso. De vivir la diferencia. Y de divertirse, también.
De a poco, surge un nuevo par: la mejor amiga travesti. Ella, que sabe mucho más de cuidado del cuerpo que muchas mujeres; ella, que puede hacer recomendaciones y ofrecer sabiduría arrabalera como pocas. No hay tantas representaciones, eso sí, pero hay dos memorables, y del mismo autor: Pedro Almodóvar. La primera, en Tacones lejanos (1991), con la amistad íntima de la travesti Letal (Miguel Bosé, imitadora de la diva Becky del Páramo) con Rebeca (hija de Becky, interpretada por Victoria Abril). La segunda, con la amistad tallada en dura roca de Manuela (Cecilia Roth) y la fabulosa Agrado (Antonia San Juan) en Todo sobre mi madre (1999): es imposible olvidarlas, caminando del bracete por Barcelona, recordando viejas noches salvajes.
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