Viernes, 8 de enero de 2010 | Hoy
Las escenas de vestuario, esos abrazos que se dan en la cancha por la emoción de un gol, los secretos compartidos, los recuerdos comunes; todo eso que hace a la amistad entre varones supuestamente hétero puede ser contado con las mismas reglas de una historia de amor a la antigua en la que chico-conoce-chica o viceversa. Ese es el juego que propone el nuevo subgénero de Hollywood, la bromantic comedy –mezclando en la primera palabra brother (hermano) y romantic–, una manera un poco más relajada y también algo queer de contar esa relación que ahora tiene un exponente argentino en la última película de Ezequiel Acuña, Excursiones, recién estrenada.
Por Diego Trerotola
Uno de los pocos buenos momentos de la última ceremonia de entrega de los Oscar tuvo a los actores James Franco y Seth Rogen como protagonistas notables, haciendo un sketch donde recreaban a los dos fumones que interpretaron para la comedia Piña Express: sentados en el sillón, miraban por televisión fragmentos de las películas nominadas esa noche. Y el chiste consistía en que, supuestamente a causa de estar bajo el encanto de la marihuana, reaccionaban al revés, se ponían serios frente a las comedias y con las películas dramáticas se retorcían de risa. Eso hasta que llegan las imágenes de Milk, donde también actúa Jess Franco, que muestra cómo le pega un chupón antológico a Sean Penn. Acto seguido, Franco pasa su brazo por sobre el hombro de Rogen, casi como abrazándolo, quien empieza a ponerse incómodo. Lo que hasta ese momento parecía una simple escena de amistad viril, dos amigos fumados mirando TV, se transforma en una posible estampa gay. Pero este giro gay no era sólo un gag de esa noche, sino que dejaba al descubierto el nuevo y más exitoso subgénero del Hollywood de los últimos tiempos: la comedia bromántica, subgénero al que pertenece Piña Express junto con varias de las películas recientes que cambiaron el modo de hacer reír en el cine de la primera década del siglo XXI. Porque ahora la homofobia y el machismo, que producían gags a destajo en el cine estadounidense (sólo basta recordar algunos momentos de la saga American Pie), parece que se hace a un lado en la buena comedia para dejar paso a la homofilia. El chiste fácil cambia de signo.
Explican por todos lados (ahora todos lados es Internet) que la palabra bromance surge de la fusión de “brother” y, “romance”, y que fue inventada en los ’90 por Dave Carnie, editor de una revista de skate, que la usó por primera vez para referirse a los fuertes vínculos de amistad duradera entre los skaters. Sea como fuere, bromance fue adoptada pronto por el periodismo para usarla como “la forma más queer con que dos hombres heterosexuales pueden llamar a su amistad”, y no tardó en ser un adjetivo, “bromántico”, que aunque “no necesariamente homosexual, sí define un poco de excesivo amor entre dos hombres”. En todo caso, siempre se habla de homosociabilidad, de una nueva forma de masculinidad que no tiene ese tufo de represión sentimental y afectiva hacia otros hombres. Pero la cuestión es que la palabra se popularizó en este milenio y últimamente se multiplica con frecuencia en las críticas de cine estadounidenses para describir un cambio en las comedias románticas. Lo que antes eran películas de amistad viril, como las de parejas de policía al estilo de Arma mortal, donde se podían cifrar algunos toques implícitos de homosociabilidad en ciertas escenas, ahora son historias que casi salen del closet o que, por lo menos, no hace falta leer a contrapelo para encontrar los pelos y señales de su lado homo. El amor viril eclipsó a la amistad: los nuevos protagonistas de las comedias se hacen declaraciones afectivas, casi pasionales, como si fuesen novios. Y ya no se trata de ambigüedad de los vínculos sino de potencial queer. Con antecedentes como Zoolander (2001) de Ben Stiller sobre el mundo de los modelos masculinos o la remake de Starsky & Hutch (2004) de Todd Phillips, el primer gran ejemplo explícito de comedia bromántica es Supercool (2007) de Gregg Mottola, donde dos adolescentes salen una noche en busca de mujeres, pero fracasan y terminan durmiendo juntos, dándose cuenta que ellos mismos se aman, con declaración incluida. Parece la descripción de una historia estudiantil de iniciación gay (sobre todo si se suma que uno de los adolescentes tuvo una terrible y divertida obsesión por dibujar pijas), pero en la película ambos son heterosexuales. Al igual que Piña Express, Supercool fue co-escrita y producida por Judd Apatow, a quien se lo considera el principal impulsor de la comedia bromántica. Y uno de sus actores favoritos, Paul Rudd, transformado en icono gay principalmente a partir de su personaje en El objeto de mi afecto (1998), también trabaja en dos películas recientes muy importantes que orbitan el universo Apatow: Role Models (2008) de David Wain y I Love you, Man (2009) de John Hamburg. Y, en un grado aún más superlativo que las otras, estas dos historias toman los códigos de las comedias románticas de chica-conoce-chico y los adaptan explícitamente al amor entre muchachos. Y, como si el subgénero necesitase salir aún más del closet, en ambas hay personajes gays que casi se confunden con los protagonistas héteros. Más aún: como toda comedia romántica debe terminar con una boda o con la unión definitiva de la pareja central, en estas dos películas hay uniones triples: heterosexual, gay y bromántica, como tres modelos de pareja que se forman sincrónicamente, en el colmo de la diversidad de familias y del descentramiento del deseo. Y todo esto no implica que el nuevo protagonista de la comedia americana sea necesariamente metrosexual ni nada por el estilo. Más bien sucede que no tiene miedo en ser “confundido” con un gay. Recientemente, Paul Rudd escribió para Entertainment Weekly: “Recuerdo cuando hacía entrevistas para El objeto de mi afecto, y la gente me decía: ‘¿Cómo fue besar a un tipo?’. Como si esto fuera algo shockeante... Amo a lo tipos gays. Me siento un poco gay. De hecho, nunca voy a ser el más macho de la casa”. Dicho y hecho: en I Love you, Man, Rudd recibe un chupón de un tipo y no se inmuta; a pesar de ser heterosexual, respeta el derecho de que un gay le parta la cara de un beso. Con actores como éstos, ¿vuelve la comedia americana a la gracia ambigua y genial de las performances de Cary Grant y Rock Hudson? Sí, es muy probable que, medio siglo después (nunca es tarde cuando la dicha es queer), se recupere en un contexto más amplificado y menos machista el espíritu que animaba los guiños que esos dos grandes actores insinuaban en sus personajes siempre obligados al closet por la censura de la época. Todos estos ejemplos de Apatow, Rudd y Cía. hacen de la comedia actual el género masivo más queer, con una dinámica más laxa en relación con la representación del género y la diversidad sexual, sin dejar de ser películas masivas. Y tal vez lo más importante: lo cómico nunca surge de lo ridículo, de lo desubicado o de lo aberrante de ese amor viril, sino que eso es celebrado hasta la emoción festiva. Y estas películas no son buenas sólo por encontrar nuevos matices para pensar el afecto, el amor y la amistad fuera del heterosexismo, sino también por empujar más allá de sus límites el humor, con cierto desenfado para contar la infancia, el uso de drogas recreativas, el mundo del trabajo, la cultura pop en general. Por desgracia (¿y por homofobia?), en la Argentina, tanto Piña Express como Role Models y I Love you, Man no tuvieron estreno en salas y se editaron directamente en DVD durante 2009, lo que disminuye considerablemente la posibilidad de un impacto local de estas películas, que sí lo tuvieron alrededor del mundo.
El estreno de Excursiones, tercera película de Ezequiel Acuña, es un raro ejemplo de comedia bromántica argentina. Y es raro principalmente porque es muy difícil que pueda surgir una película de estas características en un país que debe tener el record de chistes homofóbicos por segundo en cuanta comedieta cinematográfica aparezca, la mayoría salida de alguna poco legítima raíz televisiva. Y raro también porque tampoco existe una verdadera tradición de homosociabilidad en la pantalla local: apenas se pueden contar algunos ejemplos aislados. Uno de los más sólidos, tal vez una de las películas más extrañas del cine argentino, es Soñar, soñar (1976) de Leonardo Favio, un ejemplo hecho y derecho de bromance avant la lettre, con Carlos Monzón y Gianfranco Pagliaro metejoneados en una explícita relación de amor viril. Y, frente a la falta de contexto local para entender la película de Acuña, casi que se podrían encontrar parentescos lejanos con la película de Favio. Aunque más similar en tono a cierto cine indie estadounidense, Excursiones respira un aire de bromance que la acerca al espíritu Apatow, aunque todo tiene su origen en un corto llamado Rocío, de hace una década, donde ya todas las ideas estaban planteadas. Y los referentes de Acuña en aquel momento a fines de los ’90 fueron muy otros: “Siempre pensé mucho en Simplemente amigas de Mike Leigh cuando hice Rocío, porque fijate que las películas americanas de amistad entre mujeres, que de hecho no hay muchas, no son buenas, las minas que se juntan a las cinco de la tarde a tomar el té y recordar el pasado, y no son creíbles, y parece como que van de shopping todo el tiempo”. La inglesa Simplemente amigas es claramente un rarísimo caso de bromance entre mujeres (¿womance?), con música de The Cure, y con la nostálgica mirada de Leigh que termina de marcar el tono perfecto para una intimidad al borde del lesbianismo. Y ahí, en el Leigh con menos fanfarria, Acuña encontró un modelo para su corto. En Rocío, Alberto Rojas Apel y Matías Castelli interpretan a Martín y Marcos, respectivamente, dos amigos de la secundaria que no se separan durante todo un fin de semana, solos en un departamento, donde rememoran su pasado y planean sus futuros viviendo juntos. Hacen, más que vida de novios, vida de pareja: duermen, desayunan y pasean juntos. Y la música termina de crear el clima necesario para entender esa relación como algo más: “El corto tenía una canción de Morrissey y una de Melero, ‘Quiero estar entre tus cosas’, que habla de algo muy ambiguo si lo ponés en un contexto de una amistad”. La música de Morrissey no sólo se escucha sino que, de alguna manera, se ve en esa textura de Súper 8 blanco y negro, por momentos fuera de foco, tenue, impreciso, rayado y retro, que es bastante similar a las fotos de las tapas de los discos ochentosos de The Smiths. Se puede pensar que, en Rocío, Martín y Marcos todavía olían a ese espíritu adolescente con un deseo que muchas veces se permite aún ser mutante, y no decidirse por ser amigo o amante. Pero, casi una década después, esos mismos personajes, interpretados por los mismos actores pasando los treinta, volvieron al ruedo en Excursiones, y Morrissey sigue firme como referente. “Hay una remera de Morrissey, que es un icono de cierta cultura pop-gay, ligado a ciertas ambigüedades, y con esa remera hay un conflicto”, se hace cargo Acuña del peso del líder de The Smiths en su nueva película, que continúa con un blanco y negro que, si bien ahora no está ni rayado ni fuera de foco, sigue perfilando una atmósfera melancólica aún más densa que en Rocío. Marcos descubre que Martín tiene puesta una remera de Morrissey que le perteneció y comienza una pelea, pero también un recuerdo a modo de flashback verbal de cuando ambos iban a recitales. Porque, a diferencia de lo que podía esperarse de Rocío, Martín y Marcos se separaron, no volvieron a verse por mucho tiempo y Excursiones es una película sobre su reencuentro, sobre un afecto que atravesó como dolor y como felicidad toda una década. Reencuentro de una amistad que no pudo ser y que ahora vuelve a confundirse con el amor: el bromance en su máxima potencia queer. Sobre todo porque en el mundo de Martín y Marcos no hay novias, novios, ni nada parecido; ni en ninguno hay comportamientos o comentarios que denoten su orientación sexual. Lo que sí hay es una batería de sentimientos que se disparan como una guerra de juegos artificiales entre ambos, sentimientos que van cambiando de colores, de estado, de apariencia y puntúan la tensión emocional de Excursiones. Esto es porque la película encuentra un lugar para desarrollarse sin que nada sea necesariamente categórico. Y aunque tiene referentes, modelos y citas, tanto cinematográficas como musicales, Acuña se fuga para hacer honor a su título, para explorar las posibilidades de los géneros, por eso la comedia y el drama se suceden con una intermitencia impensada, el humor se desparrama sin querer, la tristeza se dispara sin estruendo. La excursión va por caminos impensados, a veces absurdos, pero siempre fuera de mapas estrictos marcados por una cultura de pertenencia y/o referencia, porque se está decidido a la aventura de encontrar el sentimiento escondido: “Una película sobre la amistad, y que para mí es una película escondida desde lo gay, es Cuenta conmigo, por los dos personajes: uno es escritor, muy afeminado y tiene todas las fichas jugadas para que sea gay, y está River Phoenix que para colmo está gordito, forzudo y es lindo. Obviamente, la película empieza con los dos hijos de Richard Dreyfuss, que es el escritor, jugando, pero casi no aparecen mujeres en toda la película”. Me dice Acuña, en una charla informal más que en una entrevista, con la misma informalidad con que fluyen sus ideas en la pantalla, y recuerda con nostalgia festiva detalles de la aventura de esos niños del clásico ochentoso de Rob Reiner, perdidos en un bosque, pero que encuentran en un viaje que parece mínimo la expresión de su vitalidad, de un deseo y un riesgo que dispararán los ecos que permitirán contener una historia oficial y su reverso. Acuña aprendió la lección de que el lugar escondido, el detalle impensado puede dar vuelta la trama: si se mira bien, Cuenta conmigo, para él, puede ser otra historia de amor. Excursiones es ese mismo trip, que se puede leer al derecho y dado vuelta, porque a pesar de los pocos elementos con los que el cine de Acuña siempre decidió contar, puede multiplicar en su independencia un deseo genuino de ser diverso: orgullo de ser lo mismo y lo otro a la vez.
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