Viernes, 8 de enero de 2010 | Hoy
ADELANTO
En su última novela, Deseo, placer, la española Beatriz Gimeno se centra en una práctica sexual invisible para las mujeres, incluso en la pornografía.
Por Paula Jiménez
“Y sin embargo escribo, a mi pesar, lo reconozco, / y seguiré escribiendo mientras viva / porque no tengo aliento más audaz ni más lejano, / ni tengo abierto otro canal hacia la vida”, confiesa Beatriz Gimeno (Madrid, 1962) en su libro de poemas La luz que más me llama. Es que su literatura, ese haz que la guía, ha tomado diversas formas a lo largo del tiempo —con la ductilidad del deseo— y se ha puesto a prueba en todos los géneros: desde los versos hasta la ensayística y el periodismo, pasando también por la novela. Se podría decir que para esta activista devenida del feminismo, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales de España desde 2003, licenciada en Filología Semítica y reconocida autora de varios libros, forma literaria y contenido se corresponden y dialogan en la búsqueda de una coherencia, una estética y una ética. En el caso de Deseo, placer, Gimeno hace uso de la herramienta ficcional para cuestionar los lugares prefijados y poco creativos que coartan la experiencia deseante. El escenario cuasi kafkiano donde se desenvuelven los personajes de esta novela es una torre de oficinas, con todo lo fálico que esta imagen evoca, por cuyo interior se mueven de un lado al otro cientos de empleados castrados en sus íntimos anhelos merced a la funcionalidad del trabajo y de las jerarquías. Arriba, en la cumbre, la insatisfecha directora general de la empresa transcurre sus monótonos días hasta que la aparición de Horacio, un joven becario, trae “luz” a su vida. Claro que, dicho así, ésta podría ser entendida como una historia más dentro de la literatura hegemónica, es decir la heterosexual, y sin embargo está muy lejos de serlo. En Deseo, placer, Gimeno plantea una ruptura con los patrones tradicionales del deseo, como de diferentes modos lo ha hecho siempre; aquí no es el hombre sino la mujer quien pone en marcha una estrategia de sumisión que apunta a satisfacer un deseo altamente negado para su subjetividad: penetrarlo a Horacio. Sí, así nomás. De este modo, la reversión de los roles y el levantamiento de las barreras represivas femeninas que ubican a la empresaria como sujeto deseante en oposición a su objeto, un joven menos posicionado, cuestionan los lugares previamente asignados por nuestra cultura para el hombre y para la mujer. En palabras de la autora, “es el momento de una novela como ésta”, ya que cree necesario “comenzar a cuestionar prácticas sexuales y economías del deseo con las que llevamos miles de años funcionando y que no se visibilizan ni en la literatura ni en la pornografía”.
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