ES MI MUNDO
En medio de noticias y debates en torno del matrimonio como la ley manda, Leo Chiachio y Daniel Giannone, artistas plásticos y albaceas del afortunado Piolín, firmaron su unión civil para darle marco legal a la escolaridad del salchicha. Unión de amigos y amantes que con su firma en el papel se embarcan juntos en la aventura que no se domestica con juramentos.
› Por María Moreno
Todo empezó con el chiste de que el perro Piolín empezaba preescolar en un colegio del Estado y su situación jurídica era por lo menos confusa. Entonces los artistas visuales Leo Chiachio y Daniel Giannone decidieron legalizar. Fue el 22 de diciembre a las once menos cuarto de la mañana en el Registro Civil de la calle Uruguay en donde las uniones civiles se han “naturalizado” tanto que el empleado de seguridad, al preguntársele por la sala en la que se realizaría la ceremonia, dijo mundanamente: “Ah, sí, dos muchachos, diez y media, sala 3, ya los van a llamar”.
Leo y Dani vestían pantalón y camisa negra estilo cantautor o grupo Quilapayún o como si estuvieran gordos. Piolín vestía t-shirt negro y verde de hip-hop con la inscripción “Bah Bah Humburg” en port-infant de telar guatemalteco.
La oficial pública Alicia María Crugnale o “la jueza”, como pasó a ser conocida por la audiencia —pelirroja, comunicativa, con algo de tapa de Gente—, tardó en adaptarse. ¿A qué? ¿A dos varones? No, al perro.
—Que entre, pero yo no vi nada. ¿Cómo se llama? ¿Violín?
—No, Piolín.
Los testigos eran arty: Mirtha Bermegui (diseñadora gráfica), Cynthia Kampelmacher (artista visual) y Mónica Raiola (actriz). El abogado Daniel Pacheco había viajado especialmente desde Córdoba, ciudad en donde nació Giannone, pero tenía el documento a la miseria y no pudo firmar. Lo hizo de oyente.
“En Buenos Aires, el 22 de diciembre de 2009 —comenzó la jueza—, comparecen Leonardo Facundo Chiachio, con DNI 20.964.259, y Daniel Darío Giannone, con DNI 17.004.578... ser acogidos en Unión Civil... (ladrido) Yo no tengo problemas, nada más que si se enteran, a mí me matan... fuera de eso no tengo problemas... los que están filmando, por favor, saquen esta parte porque a mí...
¡me matan!”
El perro Piolín aparece en las obras de Chiachio & Giannone tanto como Alfred Hitchcock en sus películas. Ha sido representado por lo menos como dama de compañía imperial, bebé de carcaj y Cristo de pesebre apócrifo. En 2007, dentro de su muestra Desborde de alegría, Chiachio & Giannone invitaron a los artistas de la ciudad a que le dedicaran un museo (MUPI o Museo Piolín). Es que el antropomorfismo no sólo representa la sinrazón en la ciencia de la etología: puede ser, como en el caso de Chiachio & Giannone, el motor creador de una imaginación estética capaz de poner en cuestión, en la dupla arte-vida, la jerarquía superior de lo humano. Por eso Piolín tiene bienes y representantes, aunque eso a la jueza Crugnale le resulte increíble.
—¡Como que tiene un museo!
—Piolín es coleccionista de arte. Entonces les pedimos a un grupo de artistas que lo pintaran o esculpieran. Nosotros somos los representantes.
El salchicha es un perro de ley y, sin saber firmar, consintió ante la abogada Leticia Kabusacki —de Harari & Kabusacki, Abogados— firmar un Memorándum de Entendimiento mediante el que aceptaba la fundación de su museo y ser representado por Daniel Giannone y Leo Chiachio, cuya principal responsabilidad es no mostrar las piezas de la colección en ningún lugar en donde no sea bienvenida la presencia de Piolín, ni recibir en su nombre sponsoreos de empresas privadas de alimento para perros que no le gusten. El Memorándum ha sido rubricado solemnemente: “En la Ciudad de Buenos Aires, en el año 2007, pacta sunt Servanda”.
Como Piolín jamás consintió en el control de esfínteres, en la reducción de sus impulsos naturales al árbol —afirma que su abono no ha sido aprobado por controles bromatológicos— o al poste de luz, luego de enterarse de que la artista Lucrecia Urbano utilizó uno que quedaba enfrente del Centro Cultural Ricardo Rojas como galería de arte, se lo ha tildado de anarquista. Sobre todo cuando, hacia el principio de la ceremonia de unión civil entre sus amigos, emitió varias veces un aullido lleno de enes como si intentara decir “no” o “ni”. Antes de tener que inventar una figura legal para un oponente no humano de unión civil, la jueza ordenó que lo sacaran de la cartera: inmediatamente se deslizó hasta sus pies.
—Es que huele a mi perro. Yo los entiendo, ese amor... porque con el mío es igual. Cuando murió el penúltimo, yo estaba destrozada. Lloraba todo el tiempo. Una tarde, mi marido dijo que se iba a ver a nuestra nieta Violeta. Me quedé sola en casa. De repente tocan el timbre. Salgo. Miro para todos lados. Ni un alma. Es una casa afuera. Me asusté un poco. Podía ser un truco. Cierro. Vuelven a tocar el timbre. Nada. Entonces miro para abajo y veo una cosita que no era ni calle, ni avenida. De este tamaño. Hoy mi perro Homero es alguien tan importante que a la productora de videos caseros le puse Homero. Así que, miren si entiendo. Pero volvamos a lo nuestro...
En la sala, colorida de artistas —asistieron entre otros Marcelo Pombo, Eva Grinstein, Horacio Torres, Lena Szankay y Marian Bersten— ya comenzaba un llanto que se deslizaba entre el folletín y la militancia. Todos tenían cámara, así que las fotos resultaron raras: parecían pertenecer a una muestra de digitales. Más tarde, en el Patio de las Parejas destinado a los saludos y mientras Piolín le ladraba al arroz en vuelo y a los abrazos que lo estrujaban, cada fotógrafo se turnó para disparar y no quedar excluido de la tradicional foto grupal con los niños delante y los más atléticos en cuclillas, aunque esta vez faltaron los, también tradicionales, cuernitos.
Llegó la hora del sí. Piolín había sido devuelto a su bolsa y se revolvía entre los novios todavía sentados.
—Bueno, vénganse como están, pero cuando a uno le toque firmar, se lo pasa al otro —dijo la jueza.
Luego se puso a deletrear nombres y apellidos, a repetir los números de documento como si cantara la grande, a contar los testigos como si fueran más de tres, seguramente no por remilgo burocrático sino por evitar esos errores mínimos con que se suelen impugnar actos como éste, por eso de que “hecha la ley, hecha la trampa”, pero sobre todo porque la derecha recrudece. Sin embargo: “El perro es el piolín que los viene atando en el amor y en el estar juntos”, se animó a improvisar. A Piolín no le gustan las metáforas, sobre todo cuando no hay ventilador. La lengua le asomó entre los dientes. La jueza acomodó el libraco y aceleró:
—Acá. Al lado del testigo. Bueno, ahora vos. Dáselo. Tranquilo, papi (al salchicha). Ya falta poco.
Sería demasiado simple suponer que cuando la jueza Crugnale les preguntó a Leo y Dani qué les gustaba del otro y los dos repitieron que era un buen amigo, se ponían discretos porque estaban ante la ley mesma. Quien oponga la amistad al amor en nombre de un deseo erótico puesto entre paréntesis, piensa en la fraternidad jurada de los guerreros, en la que achancha a dos en un estar juntos porque lo están desde hace tanto, por obediencia a una causa o por los enemigos en común o en nombre de la patria, el club o el barrio. Pero la amistad no sublima a Eros, lo flecha de picardía y complicidad quitándole el peso aplastante del uso exclusivo hasta el muere, en donde la plomada institucional pesa por sobre la alegría de vivir.
—Este es un paso muy importante. Falta el casamiento, pero ya va a llegar. Y que tengan mucha suerte junto a toda esta banda. Porque pocas veces una sala de éstas se llena tanto —dijo la jueza.
Y la audiencia estalló en aplausos y gritos mientras Leo y Daniel saludaban menos como en el atrio que como luego de haber ganado las elecciones o las Olimpíadas. Firmar fue una acción artística más y quizá la más fácil que hayan realizado de una larga serie de metros de las imágenes que bordaron juntos, como si antes de haberlo hecho hubieran necesitado posar para todas las culturas y épocas (por ejemplo, como Abundancia y Fortuna, Sapito y Ratita, Pombero y Yaguareté).
Es que la unión de los amigos no se parece a la fundación de una empresa, ni de una unidad reproductora: conserva la fantasía y el espíritu de aventura de los amores tempranos, en donde compartir una paja no es muy diferente de buscar un tesoro, leer en voz alta, de amasarse los pechos como si se casaran Huckleberry Finn y Tom Sawyer o Heidi y Clarita.
Después hubo juerga en el departamento del pasaje La Piedad; entre los altos aparadores repletos de hilos de seda, de mostacillas y frasquitos de glitter, corrió el champagne y la pizza, y Piolín apenas pudo dormitar. Seguramente, y como dicen que entiende todo, se preguntaría por qué una especie que prescribe ladrar, maullar y piar a deshora sólo sabe festejar disparando corchos y poniendo la música fuerte; y eso que para Leo y Dani él ha sido un maestro superior de la adoración silenciosa y capaz de expresarse sólo con el seguimiento de la mirada, el abrigo del roce y la comunión de respirar juntos.
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