Viernes, 5 de marzo de 2010 | Hoy
CIENCIAS SOCIALES
Crónica sobre la visita de Pedro Lemebel a la Argentina,
sobre el vodka, las masitas, una casa burguesa y algo más.
Por Juan Tauil
Se estrenaba la obra Tengo miedo torero y La Pepa, una amiga santiaguina, me avisó por mail que venía Pedro Lemebel a ver la puesta y a saludar al director y elenco. Me remarcó especialmente que aprovechara la ocasión para conocerlo. Le contesté que ya lo conocía, que había compartido varias veladas con él y que cada vez tenía que presentarme, pues siempre me olvidaba, maldito desdén recurrente. Acepté esperanzado de que todo iba a salir mal de nuevo.
Estuve puntual en la puerta del Teatro de la Comedia, ansioso por ver a Marlene, quien me prometió ser puntual, aunque yo sé que la trava no tiene reloj, su tiempo es un limbo eterno. Me senté en la puerta del Megatlón, el gimnasio de las 200 musculocas por metro cuadrado y a lo lejos divisé a Pedro, con su marca registrada: el pañuelo negro con calaveras. Me acerqué a saludarle, estaba con una parejita gay muy simpática —los dos, escritores— y La Petra me saludó muy afectuosamente, me acarició tiernamente las mejillas, se rió a las carcajadas y me dijo:
—Marlene, ¿qué te has hecho?
—Me volví puto —le contesté cuando caí en cuenta de que me confundía con mi amiga trava.
Nos reímos un poco, hablamos de un par de trivialidades, La Marlene se bajó del taxi con una pollera minimagnánima y se acercó a nosotros a los saltitos y se rieron juntas con La Petra, no les importó nadie más; y yo parado ahí.
La obra terminó y nos fuimos todos a comer pizza a Güerrín: los protagonistas de la obra, su director, La Petra, Marlene y una parejita santiaguina muy trendy: Sergio y Jorge. Con ellos aproveché para hablar sobre política, la irrupción derechosa tras los Andes y la obligada y odiosa comparación entre las presidentas de nuestros países. Después de la cena se decidió una retirada masiva; todos estaban muy cansados. Al otro día, La Petra se lo pasó dando entrevistas para diarios y televisión, y terminó exhausta, con un terrible dolor de cabeza. En casa la esperábamos con Marlene, con la mesa de merienda servida con merengues, pan de campo y mermeladas. Cuando llegamos estuvo todo muy bien. La Petra elogió mi cocina y el gusto con que estaba decorado el living. Se arrojó a un sillón de cuero granate y charlamos sobre variados temas como el escupitajo que le tiró al ministro de Cultura no asumido de Chile, por qué las avivamos a las minas que ahora entregan el culo y repitió varias veces una frase que nos heló la sangre: “No existe Dios, si deja que un niño tenga miedo”.
Los vasos de vodka empezaron a circular y la botella empezó a vaciarse alarmantemente. Vimos varios videos por YouTube, el trailer de la película El lugar sin límites, de Ripstein, “My Sweet Lord”, de George Harrison, con el que bailamos con Marlene, dábamos vueltas alrededor de la mesa ratona, mientras La Petra rodaba en la alfombra y balbuceaba cosas como “traidora”, “quién eres tú, perra”... estos vasos parecen sapos... no me invites si tienes sólo una botella de vodka...
—Pero tú, niña, ¿qué tú dices si eres rica? Mírate, vives en esta casa, me haces todo el “chow” doméstico, ¿y me vienes a hablar de la ciudad? Se viene dura la mano, amiga Marlene. A ellos, a los maricones burgueses no les va a pasar nada, el tema va a ser con nosotras. ¿Por qué nunca voy a poder atesorarte en mi corazón? ¿Y qué es lo que tú haces? ¿Quién eres? Fuiste cobarde, linda. Esta casa tiene un buen gusto que da asco. Da asco de tan lindo todo.
Marlene caminaba por toda la sala, dando círculos, riéndose de la confusión. La música se había terminado y yo estaba inmovilizado, con La Petra acurrucada en mis piernas como un niño, me acariciaba, me olfateaba y las luces del velador me perseguían como espectros tenaces. A Marlene le agarró el pedo culposo y se le ocurrió llamar a su casa, para que la esperaran, pues había perdido la carterita que le había regalado Amaranta Gómez Regalado y con ella las llaves. La tranquilicé con una pitada de flores de cannabis en una pipa de cristal del tamaño y forma de un pene abridor de sex-shop.
—Yo dormí en la calle, Marlene, cuando era un niño. Tú no vas a dormir en la calle, tú no vas a dormir, tú no vas a dormir en la calle pues tienes la casa de esta marica burguesa, la concha ’e su madre, mira qué linda que es, da asco de tan linda que es...
Y La Petra se tiró un pedo estruendoso y siguió gritando, que se quiere quedar, que en la Argentina hay libertad, que se vienen malas épocas, que me ama, que ama a Marlene y a este país.
—Marlene, esta mujer tiene crédito como para agarrar un cuchillo, degollarnos y escribirlo en una novela.
Marlene se incorporó, tomó un trago más y bailamos canciones de Amanda Lear chimpando entre los vasos, botellas y ceniceros repletos. A Pedro, que dormía en el piso, no la pudimos despertar.
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