Viernes, 5 de marzo de 2010 | Hoy
TAPA
Ser camionera, bombera, chongo, la más machona del barrio, la bombero de la familia, la que tiene la pinta de lesbiana de acá a la esquina, forma parte de una identidad que se siente, se lleva con orgullo, se porta en la vestimenta, en la pose, en el caminar, en el hablar y da también rienda suelta a discriminaciones varias.
Por Irene Ocampo
El término butch, palabra inglesa del slang o lunfardo norteamericano, es el utilizado por las lesbianas masculinas del norte y tiene su contrapartida en la “femme” o “lesbiana femenina”, y tuvo su apogeo en la cultura de bares de la mano de las lesbianas de la clase trabajadora de mediados del siglo pasado. La dinámica butch-femme era el modo más usado para definirse, y quienes no encajaban en esos dos modelos eran tildadas de “confundidas” o (kiki). Esta dinámica comenzó a cambiar en la revolucionaria década de los ’70 con el advenimiento del movimiento feminista y trajo consigo el término “androginia”, y la consideración de los roles butch y femme como políticamente incorrectos, como expresiones que reproducen la opresiva norma heteropatriarcal. Entrando ya en el siglo XXI y pensando, sintiendo y viviendo en Argentina, muchas lesbianas hoy por hoy toman esta identificación con otra intensidad, en busca de similares pero diversos sentires de aquellos que originalmente definieron a las lesbianas machonas de otras latitudes. “Para mí, definirme como lesbiana masculina es una posición política que busca una doble visibilidad, la de una identidad sexo-erótica-afectiva silenciada y una expresión de género que es disruptiva del estándar de feminidad esperado para un cuerpo asignado como mujer de acuerdo a la tecnología heteronormativa.” Así se piensa y se larga a definir teóricamente valeria flores, quien usa su nombre escrito con minúsculas, es docente de primaria en Neuquén, activista y además escritora. Pero no todas las que han elegido y se sienten cómodas en ropas y actitudes más identificadas como masculinas llevan esta elección como un activismo tan político, aunque sí tan cotidiano.
NiNiA_dArK se define como chongo, así es como se identifica a las machonas en el boliche o en el chat, aclara, y recuerda: “No me llevó nada puntual a vestirme como me visto. Pero no me siento cómoda ni me veo sobre un par de tacos, o con un escote. Recuerdo que mi primera ex novia me decía: ‘ponete un escote y mostrá lo que tenés’, y eso me molestaba”. Y no solamente la elección de un estilo de ropa permite sentirse distinta.
“La comodidad y soltura de cuerpo ha sido un privilegio otorgado históricamente al hombre, y poco a poco sentí la necesidad cada vez más consciente de estar cómoda también, de no tener que sufrir por lo que me pongo por el solo hecho de haber sido leída como mujer”, dice una docente y activista feminista de Bahía Blanca, que prefiere mantenerse anónima por ahora.
A la hora de salir del chat y del boliche, y caminar por la vereda del barrio, ir a trabajar o a la escuela, la discriminación no se hace esperar. “Pienso que la chonguez de las mujeres lesbianas mucho tiene de defensa contra esas reacciones, ser ‘lo más macho posible’ para poder estar con otra mujer” se despacha Paola Raffetta, quien prefiere identificarse como “mujer sexuada, con sus lados masculino y femenino bastante entremezclados”. También esas reacciones tienen gradaciones que van desde un gesto hasta los tan lamentables hechos violentos. “Muchas veces por las caras te das cuenta. A veces un gesto vale más que mil palabras” se lamenta NiNiA_dArK. Sin embargo, su experiencia habla de aquella discriminación y de la lesbofobia internalizada que un sistema de normas, reglas y estereotipos refuerzan hasta lo más perturbador. “No hablo mucho. Y mi mejor amiga (de la secundaria) falleció cuando teníamos 21. Y yo me quería morir, porque jamás le había dicho te quiero, o le había dado un abrazo, para que no pensara que a mí me gustaban las mujeres” recuerda, y su testimonio nos deja casi sin palabras.
A Ivana Pivatto tampoco le fue fácil reivindicarse como lesbiana no femenina. “Identificarme como torta no ‘feminizada’ es un deseo que empezó a tener forma a partir de mi activismo. Hoy por hoy, aparte del deseo, es una elección que hago día a día como definición política de visibilidad.” Sin embargo, su elección no dejó de traerle consecuencias: “A nivel personal tuvo su costo, me echaron de casa y del trabajo. Esto me dio la enorme satisfacción de encontrarme rodeada de amigxs que me acompañaron” contó Ivana, que sigue firme en su activismo en la ciudad de Córdoba, en donde participó de los talleres de reflexión para lesbianas que coordina Fabiana Tron, y que la ayudaron a plantearse su nueva identidad.
“Lamentablemente siento que la discriminación es constante. Se me mira feo, continuos chistes desestimándome, caras de desagrado si me ven con las piernas sin depilar, preguntas adrede si soy varón o mujer... ” compartió la docente y activista bahiense. Y no solo lo ha sentido de parte de amigas, amigos y colegas de trabajo, sino incluso de parte de compañeras de activismo, “comentarios del tipo ‘¡qué linda que estás hoy!’ de mis propias compañeras feministas cuando estoy vestida algo más ‘femenina’”. Lo que la llevó a sentirse en un fuerte estado de aislamiento, y de incomodidad, sin sentirse a gusto entre “algunas lesbianas para las cuales ser ‘femenina’ es menos ‘grasa’ que ser masculina”.
“Cuando la masculinidad es performada por un cuerpo lésbico es mucho más difícil que sea bien vista y resulta más amenazadora”, puntualiza valeria flores, y agrega: “La indeterminación genérica provoca mucha ansiedad y temor, la imposibilidad de clasificar un cuerpo a simple vista despierta miedo y pánico sexual”. Todo esto conforma el marco a partir del cual surgen los distintos tipos de discriminaciones de las que son objeto quienes deciden visibilizarse en forma más masculina ante la sociedad. Tal decisión es muchas veces castigada con toda clase de desplantes, palabras despectivas, miradas desaprobatorias, e incluso acciones que intentan castigar, y de ese modo aleccionar, a la que se atreve a rebelarse de semejante manera contra las normas que dicta la sociedad.
La búsqueda de la identidad otra, que muchas veces comienza en la infancia o la adolescencia, sufre por ende algunos o todos esos intentos por reencauzar, o directamente hacer sufrir y maltratar a la jovencita que ya siente diferente a sus compañeras de clase, a sus vecinitas, a sus primas e incluso hermanas. Porque es desde los primeros años, o meses de vida, que la programación de los cuerpos empieza a desplegar su lento pero imparable machaque para que encajen en masculino y femenino, que la cultura se ocupa de perpetuar a través de un sinnúmero de acciones. A veces esto también va acompañado por la atracción hacia las chicas de su clase, compañeras de juegos, o de más edad. “Practicar deportes como el fútbol, manipular herramientas, desarrollar la musculatura y la fuerza, ejercer la actividad intelectual, caminar con firmeza, portar cierta rigidez corporal, rechazar el color rosado, expresar dominio físico, hacer un uso desinhibido del espacio y del movimiento, entre otras, son prácticas y disposiciones que performan una conducta ‘masculina’ de acuerdo a nuestra cultura atravesada por el binarismo de género como forma de regular el uso de los cuerpos”, puntualizó valeria flores. Y agregó “cuando estos códigos son reapropiados por mujeres y lesbianas, el estigma de la desviación se impone fuertemente. Para las mujeres hétero pesa la sospecha de lesbianismo y para las lesbianas se convierte en un potente signo de visibilidad de una identidad erótica disidente”.
De aquellos roles que fueron una primera expresión visible de las parejas lésbicas del siglo pasado en otras latitudes, no quedan muchas. A la hora de expresar su sexualidad, quienes se definen e identifican como lesbianas masculinas no destacan diferencias con la sexualidad que ejercen sus congéneres, aunque sí se expresa una mayor apertura. Por ejemplo, Ivana expresa: “A mi elección de torta no femme nunca la asociaría con un rol o función que deba cumplir dentro de una pareja, pensar así sería aceptar y reivindicar los estereotipos binarios impuestos por esta sociedad heterosexual en la que sólo se permite ‘ser dentro de las normas’, que son impuestas por el patriarcado y las instituciones”.
Si bien ejercer esta expresión genérica no es lo mismo en una ciudad del interior que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, esas diferencias pueden llegar a superarse en el encuentro cara a cara. Lo cierto es que “en la intimidad, no lo sé, puede ser que me sienta diferente, no siento la necesidad de recurrir a todo el repertorio de movimientos y gestualidades que se asignan a la mujer en los intercambios sexuales, y por lo tanto siento una mayor libertad”, comenta quien activa en el movimiento feminista de Bahía Blanca.
Apelando a la deconstrucción y a la reeducación, muchas tortas masculinas, o no feminizadas, como prefieren llamarse algunas de las que compartieron sus aportes a este suplemento, fueron buscando su forma de expresión de género y de orientación sexual, moldeando sus cuerpos, reeducando sus gestos, eligiendo en la medida de lo posible otra forma de vestir y sobre todo permitiéndose sentir de otra manera de la que se espera de una mujer en esta sociedad. “Muchas horas de diván y algunos enamoramientos me llevaron a descubrir algunos de estos sentidos y poder comenzar a construir mi identidad desde un lugar centrado en mi propia sexualidad y mi deseo, desapegándome de las convenciones sexuales maniqueas (macho/hembra, butch/femme, torta/paqui, y siguen las firmas...)” recordó Paola Raffetta.
Esa búsqueda, esos descubrimientos, esos permisos que poco a poco, paso a paso, van permitiendo la construcción de una sexualidad que no se rinde a lo tradicionalmente marcado, es lo que permite abrir un abanico de posibilidades, donde la libertad tan anhelada y por la que se arriesgan tantas “seguridades” brinda una compensación al poder acompañar una expresión sexual y afectiva mucho más cercana a lo que estas lesbianas sienten y quieren expresar. Ivana Pivatto piensa: “Con respecto a la sexualidad, ¡es la misma para todas! Mientras haya consenso es válido hacer y expresar lo que se sienta y desee, la sexualidad es sumamente enriquecedora y amplia para todas”.
Valeria Flores expresa con claridad y a la vez con una contundencia que apela a un vocabulario especializado. “La expresión de género no va necesariamente atada a determinadas prácticas sexuales. Es decir, no hay una relación directa entre masculinidad y forma de coger. Identificarme como masculina no supone una cadena normativa con la penetración o el uso de dildos, aunque ambas prácticas me gustan, depende de la relación. Creo que las combinaciones de género y deseo, las configuraciones de rol de género y prácticas sexuales son variablemente plásticas. Justamente, la masculinidad lésbica permite introducir una distorsión en las conexiones directas entre género y anatomía, sexualidad e identidad, práctica sexual y performatividad, que desafían la estabilidad del sistema binario del género.”
Los intentos por reencauzar a la lesbiana fugitiva de la norma heterosexual, como lo dijera la filósofa y escritora franconorteamericana Monique Wittig en su famoso artículo “No se nace mujer”, seguirán apareciendo mucho tiempo después que quienes decidieron apropiarse de un conjunto de actitudes y rasgos más propios del género masculino, hayan logrado una identidad y expresión de género alternativa. Esas expresiones tampoco quedarán fijas, y sufrirán en algunos cosas otras mutaciones. Algunas tal vez alternen con expresiones más cercanas con las que se les atribuye al género femenino. Otras seguirán acercándose más a los del género masculino, incluso llegando a experimentar con el “dragueado”, es decir, actuar en una performance como un varoncito, sin dejar de mostrar las marcas del género femenino que se quieran.
La disruptividad que provocan las lesbianas machonas es muchas veces un efecto no buscado, pero en muchos casos, sobre todo para algunas activistas, es aprovechado y capitalizado como uno de tantos hechos que brindan sentido identitario entre pares. “Disfruto enormemente la incomodidad de la gente por mi vestimenta y corte de pelo”, señala Ivana, desafiante. “La masculinización, en mi caso, la entiendo como una primitiva ‘licencia’ para estar con otras mujeres. Y al mismo tiempo, una marca identitaria que me permitía reconocerme en/con otras lesbianas”, recuerda Paola de su propio proceso.
Finalmente o más allá de los atributos de género más marcados, “las relaciones, en última instancia, más tienen que ver con el deseo de encontrar que con el ansia de camuflar. Y ahí las dicotomías poco tienen para ofrecer. La diversidad es arco iris. Cada cual brilla con su propia luz a la hora del orgasmo, aunque nos hagan creer que las opciones son blanco o negro”, apunta Paola con clara sensatez.
Y en ese sentido podemos compartir “que todas las conductas deberían estar disponibles para todos los cuerpos. Y no que ciertos atributos, al ser definidos por la cultura como exclusivamente masculinos, constriñan las posibilidades de que las mujeres puedan explorar y desarrollar sus cuerpos sin estar atados a las prescripciones del género”, como lo expresa valeria flores.
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