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Viernes, 12 de marzo de 2010

LUX VA A LA CASA ROSADA

Edecarne somos

Fulminadx por la mirada penetrante de una edecana, nuestrx cronista festejó el Día de la Mujer como la diosa manda. Y ahora no hay quien le destituya lo bailado.

Se lo había prometido cuando la vi entrar, a paso estupendo, por un portón lateral del Ministerio de Economía, para anunciar no sé qué cosa. Era el día diecinueve, el de su cumpleaños, y aunque ella no me escuchó (ay, iba tan distraída), le grité que tuviera fuerza, que no iba a abandonarla, y que aunque las identidades históricas me parecen un corset en el que hace mucho, por cuestión de peso y de ideología, ya no entro, estaría junto a ella en el Día de la Mujer.

Lo cierto es que la promesa a Cristina se le había ocurrido a la Melo, siempre tan memoriosa con las fechas y tan cholula con los grandes personajes, con quien conversaba por celular en el mismo instante en que se me apareció la Presidenta, muy coqueta ella, apenas a unos pasos de donde yo estaba, y me brotó el costado político, en seguida surgió Lux contra los destituyentes, aunque haría bien en recordarles que todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, es en sí mismo un hecho político, un Manifiesto Queer que la Butler se perdió. Si no me creen, deberían haber visto la cara de asombro del guardia bultón, el oficial Juan Domingo Revuelta, en la entrada de Balcarce 50, que no sabía en qué casillero de género encajarme, pero en fin, adelante me dijo, Lux está en la lista de las invitaciones. Y sí, gracias a SOY las puertas de los grandes eventos se me hacen fáciles de abrir, y difíciles de mantener abiertas, porque tarde o temprano alguien tan ardiente como yo muestra las hilachas de sus vicios y entonces siempre un encargado del protocolo me dirá “Lx acompaño hasta la salida”.

Ojo, que no es la primera vez que recorro los vericuetos de la Rosada. No vayan a creer que soy novatx en esto de recalentar los fríos monumentos del Estado. Alguna vez, se acordarán, volví verde de vergüenza la bandera albiceleste en Rosario. Espero no delatar la cifra de mi DNI si les cuento que en plena dictadura de Videla vulneré la comisaría de la Casa Rosada, que por obra de mi boca experta se convirtió en un refugio libidinoso contra la cruzada católica de la Junta Militar. De todos modos, habría que preguntarse dónde estaba la verdadera obscenidad, si en el despacho del tirano Videla o en el gozoso subsuelo donde un colimba se desataba las botas y la bragueta. Si en el Vaticano o en la Casa del Sado. Desde entonces tengo que hacer esfuerzos colosales para separar el fetiche que son para mí las botas, de la fea función política de esas mismas botas. Es que el deseo es tan primitivo que no entiende del Mal ni del Bien.

En fin, lo cierto es que en el Salón de la Mujer no había colimbas ni oficiales embraguetados sino una belleza femenina detrás de la Presidenta, durita ella en su uniforme militar, a la que desde la primera fila le guiñé varias veces un ojo y –me parece– yo no le caía nada mal. Y sí, era la pechugona edecán la que me enloquecía, siempre caigo en la seducción de mi fetiche. Apenas terminó Cristina su discurso, en el que no detecté que sobrevolara ni por asomo la despenalización del aborto, aunque claro, distraídx como estaba yo con ese manjar rígido parado detrás de ella, por ahí se me pasó. Y si no hubo mención a los derechos reproductivos, hubo sí un lugarcito para la búsqueda del placer. Les aseguro que cuando se me pone una presa en la mira, me convierto en escopeta.

En el maremagno de los saludos presidenciales, aproveché para acercarme a la edecán y le pasé un papelito con mi número de teléfono. Se lo guardó sin mover la cabeza. La Perlongher decía que la irrupción del peronismo erotiza las calles de la ciudad; yo digo que la irrupción de Lux en los templos de saco y corbata del poder peronista hace arder hasta las paredes.

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