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› Por Pacha Brandolino
La fiesta de los osos se puso caliente. Pero en el más estricto sentido: éramos, cómo mínimo, quinientas personas metidas en esa casona de fiestas de la calle Sarmiento, sin ventilación, ni ventiladores, ni nada parecido. Sin moverse, solamente paradito, te goteaba la espalda. Bailar era un desafío para valientes. Y los había. En realidad eran todos los que no estaban haciendo la cola para comprar alguna bebida, porque la barra no daba abasto. Como venía de La Marsháll y de zamparme una cervecita bien helada, podía esperar el show de King Africa y DJ Alito sin tomar nada. Había cordialidad aquí y allí y tal como lo prometía la gacetilla, música de los ‘90. Ibamos bien.
En eso, salió el osazo que hizo las veces de maestro de ceremonias y con una voz maravillosa y un estilo teen canchero-rosa-chicle nos preguntó cómo andábamos y sin esperar respuesta nos anunció que King Africa no iba a estar, que suspendió, pero que gracias a sus contactos íbamos a cantar con Seducidas y Abandonadas. Chiflidos. El osazo cagó a pedos a los que chiflaron. Y así de fácil se zanjó la cuestión. No resiste mucho análisis de la oficina de lealtad comercial, pero bué... Injusto sería decir que las tres flores de Seducidas y Abandonadas no merecían estar allí: unas voces notables y notablemente afinadas para resolver una especie de karaoke con pistas de canciones bailables de la década en cuestión. Unas diosas, que al son de “El chico de la barra” hicieron subir al osito que quisiera acompañarlas (que resultó un Facundo tan desopilante y divertido como ellas) y que nos hicieron bailar sin miramientos y olvidar la ausencia de lo prometido. Con bis y todo.
Cuando terminaron, daba para seguir en esa historia. Pero, por el contrario, se presentó el antedicho muchacho del ceremonial y nos dijo que si teníamos calor, que nos sacásemos la remera, que allí sí podíamos hacerlo (¿se supone que no en otro lado? No entendí, che...). Así las cosas, hubo un segundo show brevis galante en la voz y el cuerpo de una de las chicas del trío antedicho, que nos regaló una no tan feliz versión de “Resistiré”... Había que ver el entusiasmo de los coespecímenes. Todo el mundo a grito pelado. Siguió su ruta el asunto hasta que en eso se anunció la apertura del túnel en el primer piso: una habitación oscurecida, que de túnel no tenía nada, pero que hacía las veces. Y de ahí en más, pop latino duro y parejo (¿y la prometida música de los ‘90?). Y el lento desgranar del final de fiesta hasta las 6 ó 7 de la mañana. A causa y también más allá de las promesas no cumplidas, la fiesta de los osos, como dije al principio, se puso caliente. Y eso estuvo muy bueno.
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