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Viernes, 16 de abril de 2010

GLTTBI

El forro

 Por Martín Cirio

¿Hay algo más humillante que salir del supermercado cargado de bolsas semitransparentes donde marcas tan de primera línea como “Ciudad del Lago” y “Dulce de leche, ¡qué leche!” se pueden ver a kilómetros de distancia? Sí, chicos, hay: como tengo franco lunes y martes, aprovecho las noches para ir a algún tugurio siniestro como Search, el cine porno de Flores, o cualquier barcito gay que dé la impresión de que se viene abajo en cualquier momento. Es que si entre nosotras no nos ayudamos... ¿quién? Yo sé que, con mi consumición, contribuyo a pagar algún impuesto. Además descubrí algo que antes de laburar en el hostel lo veía como patético: me gusta salir solo. Y este domingo caminaba por Santa Fe, tipo doce de la noche, cuando lo vi venir. Era él, mi futuro hombre de una sola noche. Lo olí a la distancia y supe en mi corazón que, aunque él no se hubiese percatado aún, íbamos a terminar en la cama. En cuanto nos cruzamos, los dos sostuvimos la mirada. Yo seguí caminando, él también, pero nos dimos vuelta y frenamos. No hablamos mucho, fue más que nada algunas risas, intercambios de “es la primera vez que hago algo así” (ja, la primera vez, sí, y también es la primera vez que soy pasivo), y cuando me dijo “¿querés ir a tomar algo?”, le respondí “ahorremos ese paso, vayamos a un telo”. Mi madre estaría orgullosa de mí, lo sé. Entramos en un telo inmundo que se llama “Glamour”, así que imagínense cuán glamorosas eran las habitaciones. Después de un rato de franeleo sin importar el ambiente, le dije un mínimo pero contundente “sí” y esperé en cuatro. Esperé un poco más de lo normal en que uno tarda en ponerse un forro. Como veía que nada pasaba, me di vuelta y vi algo terrible. El hijo de puta no sabía ponerse un forro. Se lo trataba de meter, pero le quedaba como un globo en la punta. Y lo sacaba, y se reía, y se lo volvía a poner. Obvio que no tenía ni la más puta idea de cómo hacerlo. Qué pelotudo, por Dios. Pasados cinco minutos, tiró ese forro y sacó otro, con peor suerte aún. Mientras se lo ponía, hizo tanta fuerza con las uñas que se rompió la base. Después de semejante panorama se podrán imaginar que mientras él seguía intentando, yo ya estaba vestido. “No sé qué decirte, te juro que es la primera vez que me pasa”, me repetía. Debe ser la primera vez que se acuesta con alguien, si no, no tiene sentido. En la calle parecía tan seguro... Mierda. Hasta yo, que sacando a Diego no la pongo hace cinco años, sé ponerme un forro. Una aprende a hacerlo. Lo ve en las películas porno, o nos enseña un amigo, o el párroco de la iglesia. Cuando salimos del telo me pidió mi celular, lo miré fijo y le dije: “¿Te parece?”. Me tomé un taxi y en diez minutos llegué a mi casa, sola, solísima, como siempre. l

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