Viernes, 16 de abril de 2010 | Hoy
LUX VA A CóRDOBA
Conminadx a asistir a una charla que nunca escuchó, Lux encontró que Córdoba tiene diversidad, tiene militancia y, sobre todo, pone el cuerpo.
Por favor, por favor, por favor. Y si te lo piden así, ¿qué vas a hacer? Vas. Y fui. Ni un solo instante me quejé, ni por las horas de aeropuerto que amenicé con un panchito que me comí en el baño (¿y dónde quieren? No lugar les dicen a los aeropuertos...) y que me dejó de recuerdo una gota de traslúcida salsa blanca en la comisura, ni por lo deforme del programa al que había sido invitadx o más bien conminadx a asistir. ¿A quién se le ocurre ir a hablar de “Diversidad sexual y el Bicentenario”? ¿Tendría algo que ver con Mariquita Sánchez? Nunca me enteré, debo confesar, el bollo abollado de quien me había sacado de mi pieza para hacerme pasar siete horas de aeropuerto sin ninguna fiesta prevista no logró terminar de explicarlo y aun cuando hubiera logrado hacerlo, yo no habría podido entender. Porque aun sin fiesta prevista había que ver lo que era el auditorio. Ese sí que era un lugar seguro. Ese sí que era un lugar. Me fundí en la oscuridad ni bien empezó la charla. Modernxs más que modernxs en ese Centro Cultural España Córdoba, mucha luz fucsia, mucho símbolo sugerente... en vez de decir “palabras” se sacan la lengua, sin ir más lejos. Una lengua de papel, sí, pero unx es de carne. ¿O sería que estaba con hambre? El salón, una caramelera. “Esa mano boba sólo puede ser tuya”, me delató un gordito de anteojos que me invitó a probar lo que tenía debajo de la camisa. “Shh, por favor, yo no digo que tenés tetas y vos no decís que yo estoy acá porque estoy de incógnito”, le dije. “Salí del closet, Lux –me dijo un bombón de chocolate–, hagamos micropolítica queer.” “A mí no me vengan con micro”, retruqué y quise volver a las tetas de mi primer amante, pero me crucé con la barba de otro que ya se las había metido en la boca. La charla, mientras, avanzaba y de Belgrano no dijeron ni pío. ¡Por el oído no, que no escucho! Alcancé a pedirle a una señorita de rulos que mientras me manoteaba el escote me ponía en la mano unos volantes denunciando La Voz del Interior, la lesbofobia y la transfobia. Sacando la lengua de mi oreja, me susurró: “Es que acá las travestis no tienen ningún derecho”. ¿Dónde era acá? ¿Dónde será allá? Por el micrófono alguien hablaba de medicalización y un médico se dio por aludido. Lxs ingenierxs y lxs abogadxs son peores. Las equis me pertenecen, yo quise pertenecerle al doc, pero me negó tres veces. Y eso que estábamos en la Docta. Un joven escritor de anteojos cuadrados me imprimió un poema en la espalda. “Soy de los diversos –me dijo– o no soy de los diversos”; no entendí, pero me llevé su mail. El punto sobre mi punto me dolió. Dije “ay” justo cuando una señora hablaba con voz temblorosa de su hijo gay y su hija lesbiana. “Ese dolor es la violencia heterosexista”, dijo como si supiera la amiga pastelera que me había llevado hasta allá. ¡Este dolor es de mi cuerpo disputado por el queer cuarteto que hay acá abajo! Hubo aplausos, pero no participé. Todavía tenía las manos ocupadas.
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