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Para diferenciarse del gay lampiño, flaco y eternamente joven que posa perenne en las tapas de revistas gay, se creó la identidad Oso (Bear), que establece una nueva sensibilidad desde la que se construyó una comunidad de afinidad gay y bisexual. La primera característica del oso es el pelo corporal y facial: barbas y bigotes más pechos, piernas y brazos peludos son vistos con excitación, aunque las melenas o el pelo largo no son rasgos positivamente eróticos (de hecho, los osos usan mayormente el pelo muy corto, rapado o son naturalmente pelados). Porque más que un fetiche o una parafilia sexual, como las descriptas por Von Krafft-Ebing, el pelo para un oso tiene que denotar masculinidad, ser intrínseco a una forma de ser varón propia de la cultura occidental. Otro rasgo fundamental del oso es la masa corporal: de los morrudos a los musculosos, de los gorditos a los obesos, el ojo y el tacto del juego erótico osuno tienen como blanco privilegiado a un cuerpo más bien excesivo, excedido, que muchas veces subraya cierta virilidad. Sin embargo, muchos clubes o asociaciones de osos incorporan a hombres que no cumplen con estas características, pero sí comparten o son atraídos por el espíritu viril propio de la comunidad (a muchos de ellos se los denomina “cazadores”).
Por un lado, hay algo del culto a la hipermasculinidad, similar al de la cultura leather, que acerca a la sensibilidad osuna a una forma poco dinámica de concebir a los géneros, y que no pocas veces redunda en misoginia, les o transfobia, machismo y otras formas reaccionarias que expresan algunos miembros de los grupos de osos. Pero también es cierto que el oso encarna un estilo de belleza diversa, propia incluso de clases sociales bajas o de culturas suburbanas, como bien destaca en sus libros el teórico osuno Les K. Wright. La sensibilidad de los osos tienen poca permeabilidad en la cultura masiva, tan diet en cuestión de peso; se sostiene gracias a un restringido pero constante circuito de producción y consumo tanto de signos de pertenencia tribal a través de banderas e íconos particulares, como revistas y películas pornográficas con estrellas propias como Jack Radcliffe.
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