Viernes, 20 de junio de 2008 | Hoy
GLTTBI
Por Esteban Frontera
No estoy estructuralmente preparado para saber/recordar los nombres de los/las modelos. Siempre me dije que ese mundo no tiene nada para mí. Ahora, cuando me di cuenta de que no tiene nada para mí, no sólo porque soy inteligente y profundo sino porque además soy feo, tuve que asumir que mi incapacidad se llama envidia, y de la buena. Corrí al olmo más cercano (que no era el de Santa Fe y Pueyrredón), me le apoyé y grité: “¡Dios es mi testigo! ¡Nunca volveré a tener hambre nuevamente!”. Una vez descargado me di cuenta de que eso lo había visto en una película y que mi problema era más grave que el de Vivian Leigh, ella por lo menos era linda y encima yo actúo en la vida real. Finalmente terminé por asumir que soy feo. ¿Qué puede hacer uno en una situación semejante? La cirugía plástica no es opción con pánico al quirófano. ¿Gimnasio? No, gracias. No tengo altura para ser una musculoca. Sí, no tengo altura, porque además de feo, soy petiso. ¡Cuántas cosas tiene uno que soportar por un simple espermatozoide que llegó segundo! (Mi espermatozoide lindo llegó segundo en la única carrera que importa.) Pero como la ventaja de los feos es que como todo nos cuesta nos hacemos más tenaces, decidí poner la autoestima que me quedaba en el fondo del freezer, y rodearme de gente linda, qué digo linda... ¡fantástica! Pero tampoco hubo caso. La belleza no se transmite por ósmosis. Y la verdad que ser el amigo feo del lindo no se lo recomiendo a nadie. El lindo siempre consigue novios ídem con amigos feos siempre dispuestos a engancharse conmigo. Sí, ya lo sé, a nadie va a sorprenderle que a esta altura una amiga me sugiriera hacer terapia. Me saqué un turno con la primera psicóloga que me crucé en la guía. Y así, con mi fealdad a cuestas, toqué el timbre de su consultorio. Era una bomba. Cuando abrió la puerta y sonriendo me saludó desde las alturas de su belleza y yo salí corriendo para nunca más volver. Envuelto en lágrimas paré un taxi y desde el asiento del conductor me sonrió el hermano lindo del rubio de Marlboro que, viéndome tan agitado, compungido, arruinado, me dijo: “¿Estás triste, bombón?”. Una hora más tarde, totalmente contracturado en el asiento trasero, con el Marlboro encima y con su calzoncillo en la cabeza, en los bosques de Palermo, decidí que por más feo que fuera, además iba a ser triste. Eso es, perro callejero que da lástima a los lindos. Y desde entonces no me ha ido nada pero nada mal. ¿O no es cierto que más de uno tiene en este momento muchas ganas de llamarme, mandarme un mail, entrar a mi fotolog para ver cuán feo soy?
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