WEDDING PLANES
› Por Juan Tauil
Doña Ramona y su nuera esperaban que pasara algún vecino para poder volver a Manantiales, pueblo de 900 habitantes, a 100 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca. Duritas, las dos mujeres permanecían al lado del cartel que anuncia los kilómetros que faltan para llegar a Alijilán. “¿Nos lleva? Son 5 kilómetros nomás.”
Subieron pesadamente al auto moderno, bajo como instinto de cura, como diría la tía Clelia. Tras una mañana de trámites volvían al pueblo que hasta hace unos días tuvo su plaza principal cubierta de nieve. “¿Conocen a la pareja gay que se va a casar?”, pregunté. “¡Sí! ¡Son muy buenos ellos! Yo los conozco a los dos, porque uno de ellos me ayudó a conseguir el Plan de Jefa de Hogar.” “Yo lo veo más seguido a uno, al que hace de mujer en la pareja”, acotó desde atrás la jovenzuela, visiblemente interesada en informar al cronista. “Mire, métase por aquí, yo sé dónde viven, yo le indico”, guió la mayor. Seguimos unos metros por una de las calles principales y nos acercamos a una casa coqueta, frente a la plaza principal, en la esquina de Santa Rosa y Santa Bárbara, donde confluyen los vientos de cambio. Ahí, dos personas charlan en la vereda. “El que está sentado en el cordón es uno de ellos, César”, dijo Ramona; “Sergio, la pareja, no debe estar en el pueblo”. Ellas sabían todo. Nos despedimos amablemente y las dos siguieron a pie unos pocos metros hasta su casa.
El living de la casona es amplio, con ventanales de madera añeja que dejan ver los árboles de la cuadra. César dejó las puertas abiertas de la casa, de modo que todos los que pasaban por ahí pispeaban, saludaban y seguían de largo, con la curiosidad satisfecha por el auto mal estacionado en la puerta.
“Ni bien llegamos, en 1994, ya empezamos a acompañar a esta comunidad”, cuenta el anfitrión. “Organizamos eventos sociales, culturales, fiestas infantiles, reuniones, debates que son apreciados por todos, como nosotros también apreciamos poder colaborar en este lugar. Todo lo hice con la ayuda de Sergio, docente, profesor e intérprete dramático, que ahora está trabajando cerca de la capital. El llega entrada la noche.”
Después de una recorrida por las galerías de adobe y quebracho, caminamos por el jardín repleto de plantas, habitado por patos, perros y gatos revoltosos por la visita inesperada.
“Fue muy fuerte que llegara una pareja gay a un lugar lejano a mucha información”, recuerda nostálgico. “El hecho de casarnos nos respalda jurídicamente, siento que me da derechos, nos da derecho a heredar, a legar, son veinte años que estamos juntos, me aguanta, nos aguantamos, es así con lo bueno y lo malo.” Terminado el recorrido, nos quedamos junto a la puerta, donde el futuro marido de Sergio lo espera cuando sabe que vuelve tarde. “Diecinueve años de felicidad”, resume. “Si pudiéramos juntar los días tristes, cabrían en un solo año, un solo año desde que yo tenía 20 y estaba con mis sobrinos en la capital, en un evento infantil, un 5 de enero. Nos cruzamos, me dijo: ‘Creo que te conozco; esperame, voy a comprar unas golosinas’. Volvió a los 20 minutos. ‘¡Todavía me estabas esperando!’, se sorprendió y yo le dije que, para él, yo tenía todo el tiempo del mundo. Mirá lo que son las cosas: en cuanto el clima se ponga un poco más cálido, hacemos una fiesta, una celebración con todo el pueblo, con la comunidad que nos abrió los brazos.”
Me despedí con la promesa de estar presente ese luminoso día. Y César se quedó esperando a su hombre en el umbral.
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