Viernes, 24 de septiembre de 2010 | Hoy
SOY POSITIVO
Por Pablo Pérez
De los cinco perfiles que lo habían contactado, L eligió para empezar el de Osogoloso: 45 años, 90 kg, 1,86, pasivo, con barba y muy peludo... contestó “no” en el ítem HIV. Sobre todo le atrajo la foto donde se lo veía desnudo, recostado boca abajo al borde de una pileta de natación, parando el culo ¡peludísimo!, emanaba feromonas a través de la pantalla. Arreglaron una cita en el café Q de Congreso a las cinco de la tarde. L tendría que aguantarse unas horas más la calentura: se había levantado al palo, y después de haber visto varias veces la foto de OG, su excitación se había quintuplicado. Algo más tranquilo, L se acordó de tomar las pastillas de la mañana de su cóctel de drogas, todavía no tenía el hábito, casi se olvidaba, tenía que tomarlas tres veces por día, lejos de las comidas, las primeras antes del desayuno.
Al rato empezó a sentir náuseas, las pastillas le caían pésimo. Como no quería perderse por nada la cita, se puso de inmediato a buscar una solución. Entró a thebody.com, una página sobre sida que le había recomendado una chica con quien se había puesto a conversar en el Ministerio de Salud mientras esperaban su turno para retirar los medicamentos. Allí encontró información acerca del uso medicinal de la marihuana: ayudaba a estimular el apetito y a calmar las náuseas. Se acordó de su amigo B, que le había ofrecido varias veces una pitada. Estaba decidido, lo llamó por teléfono y le preguntó si podían encontrarse. B lo invitó a almorzar.
Mientras B (un sesentón jovial que andaba siempre con un porro en la mano) cocinaba la pasta dominguera, le ofreció, como tantas otras veces, una seca a L, que para su sorpresa esta vez aceptó. Hey, ¡qué pasó!, ¡al fin te decidiste!, dijo B. “Sí..., en realidad pasaron cosas. Estoy tomando unos medicamentos que me provocan náuseas y leí por ahí que el porro sirve para eso, qué sé yo...” “¿Medicamentos?”, preguntó preocupado B. “Sí..., ¿cómo te lo digo...? Tengo HIV”, soltó al borde del llanto.”¡Qué bajón! —le dijo B y le dio un abrazo—. Tomá, fumá que te va a hacer bien... Viste que ahora si tomás los medicamentos la manejás como cualquier enfermedad crónica...” “Sí, lo sé; igual es un bajón.” “¡Arriba el ánimo! —le contestó B, que estaba enamorado de L pero nunca se lo había dicho—, sabés que podés contar conmigo cuando quieras.” “¡Esto no hace nada!”, dijo decepcionado L. “Fumá una seca más y esperá, esta hierba es de lo mejor, ¡no puede no hacerte nada!” L fumó una seca más; al rato se olvidó de las náuseas y empezó a sentir hambre. Agarró un pan y lo mojó en la salsa bolognesa, ¡estaba exquisita! De pronto se acordó de la foto de OG y tuvo una erección muy notoria, era dotadísimo. B, que a sus años ya parecía tener incorporado un radar para detectar bultos, se dio cuenta. “¡Epa! ¡¿Qué pasó?! ¡Se te subió la salsa de tomate a la cabeza! L sonreía, coloradísimo.
(continuará)
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