La última Marcha del Orgullo fue un desborde. Más de 100 mil personas en una convocatoria en la que cada cuerpo, cada identidad, cada manera de estar en el mundo cuenta. Se marchó por lo conseguido, por el reconocimiento legal de la identidad de género más allá del sexo y por el de las familias que todavía no tienen estatus legal. Hubo quien marchó por primera vez, quienes se perdieron en la marea humana como lo hacen cada año, quienes bailaron, quienes vociferaron, quienes se besaron desatendiendo el orden de las parejas y quienes se prometieron dejar el recato en casa la próxima vez. Hubo lugar, como siempre, para los abucheos y los aplausos y para cantar a voz en cuello ese orgulloso himno —“Soy lo que soy”, según Sandra Mihanovich— que cierra la marcha hace 19 años, pero que siempre hace temblar de emoción a cada garganta.