Viernes, 26 de noviembre de 2010 | Hoy
LUX VA A TRAVIESAS
Amanecidx en plena calle, Lux busca refugio en la noche artificial de un after del Abasto, donde sobra amor y sueño y hasta el show es capaz de empezar puntual.
Epoca de casorios y fiestas más longevas de lo que llegarán a ser nunca las parejas que se aceptan formalmente ante la ley, la noche del sábado se me hizo domingo antes de que pudiera darme cuenta y sin una pizca de ganas de irme a la cama. Ni siquiera el taco que se me había roto a las 4.05 mientras bailaba por n vez a Gloria Gaynor —a ver si vamos cambiando de hit, que los tiempos cambian y los temas quedan— amedrentó mis pasos, que enfilaron al Abasto mientras el sol les empezaba a pegar bonito a los picantes peruanos que se ofrecen en las veredas y que ya les iba a hincar el diente para quitarme la resaca. Cuando saliera de mi último destino, eso sí, ese al que nunca llego porque abre de mañanita justo cuando a unx los ojos se le van cerrando. Cuestión que, aprovechando que estaba como dos de oro, así me presenté en la puerta del after Traviesas, abierto de 5 a 14, aunque alcohol no te venden hasta que las diez de la mañana no hayan dado y sereno porque la habilitación corresponde a local diurno. Aunque adentro siempre es de noche. Y siempre es fiesta. No así en la misma puerta:
—¿Cuánto sale la entrada? —le pregunto a un señor en musculosa, pelo asomando por el escote y sudor químico aromando la calle.
—30 pesos.
Busqué entre mi ropa el último billete de cien del mes de noviembre: entre el elástico de la ropa interior y el mojadito de esas partes ya casi tenía un tatuaje de Roca... ¡horror! Estiré el billete y cuando lo iba a entregar, me golpeó la cara un soberano ronquido. ¡El hombre de la puerta se había dormido! Dos sacudidas de una jovenzuela con las siliconas bien puestas le levantaron los párpados y me abrieron la puerta. El show empezaba a las once. 11.00: una trava de vestido largo me regalaba canciones de Barbra Streisand, aunque mis ojos se iban atrás de otra, más mayorcita y menos producida, pero con mejor sincro abajo del escenario. Es así, lo mejor siempre sucede abajo. O al costado, donde un grupo de chongos se empolvaba la nariz sin disimulo y sin ánimo metrosexual. El traguito de jarra loca que me había puesto La Towa de puro placer para que esta Lux alumbrara la mañana me empezaba a bajar la cortina, cuando el show se pegó un levantón. Señora mayor de carnes firmes empezaba un desnudamiento progresivo que prometía un buen bastón entre las piernas; pero no, había allí un tajo que mostró sin disimulo y del que salió una cadena. Unos centímetros primero, unos metros después y... ¡no dejaban de salir eslabones de ese interior ignoto que ya me estaba haciendo más que cosquillas! ¡Y cómo la revoleaba! “Acá hay arte”, le dije a un señor muy gay que acunaba a su novio casi adolescente. “¿Podemos evitar los detalles, Lux?”, me propuso él, pero ese bomboncito merecía una mención, que me disculpe. Pero no me dejó manotear... ¿y cómo querían que llegue a las 14 si nadie se atrevía a llenar el hueco de mi mano? “Ofertas no te van a faltar, Lux”, me dijo un taxista que me quiso llevar al baño. ¿Para qué si hay dark room? “Es que está vacío”, se quejó el chongo, deseoso de más entrevero. Subimos igual y mientras me dejaba hacer relojeaba sobre la pista a una cheta vestida de cuero que bailaba empastillada sobre la pista, donde las travas se negaban a perder protagonismo. “¡Bajá, mi amor!”, le pedían desde el micrófono y ella, nada. Llamaron a seguridad y el señor de camiseta se la parló muy tranquilo hasta que la señorita se dignó dejar la pista libre. Eso sí que es belleza de domingo: un seguridad dispuesto al parlamento. Y así era nomás, todo amor y paz. ¡Si hasta el chongo que me magreaba las partes se quedó dormido sobre mi espalda! Delicias de after en mañana del Abasto. Ya era hora de ir por otro picante. l
Traviesas, Agüero 726.
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