1° DE DICIEMBRE
De las marcas visibles que se suponía que delataban el sida convertidas en estigma a la performance de volverlo “indetectable”, un recorrido posible a propósito del Día Internacional de Lucha contra el Sida.
› Por Claudio Zeiger
En películas como Filadelfia o La banda siguió tocando, aquellas que representaron para bien o para mal el espíritu colectivo que imperaba durante la era del sida pre cocktail de antirretrovirales, signada por la sospecha, el miedo y la paranoia, han quedado registradas esas escenas de la marca reveladora, el estigma en su sentido más neto de encarnación del sufrimiento autoinflingido. Primero era la manchita, la pequeña herida que sólo el interesado llegaba a ver. El hombre inclinado sobre sí mismo mientras hacía abdominales de pronto lanzaba un grito de espanto que debía atragantarse para no revelar la verdad. Acababa de ver la insidiosa marca en la pierna. Luego, esas manchas salpicaban la cara del ya desahuciado. Era el temido sarcoma de Kaposi, etapa superior de la enfermedad y su faceta más visible: lo que ya no se puede ocultar. Entretanto, un sutil y sibilino rumor serpenteaba por el mundo del espectáculo, los salones culturales, los “ambientes”. Se señalaba entre susurros lo delgado que estaba éste o aquél. Antes del imperio de la anorexia, estar muy flaco o perder peso de golpe era más que mal visto, alarmante; estigma, otra vez.
Esa tendencia al adelgazamiento, ese ir lentamente hacia la nada, paradójicamente vino a convertirse en la avanzada de lo que ahora domina el mundo del VIH-sida: la indetectabilidad. Volverse opaco, invisibilizarse, ir borroneando las marcas de lo evidente, tapando las huellas, es el ideal. Ser indetectable. La carga viral indica cuando el virus ya no es detectable. El virus se ha vuelto indetectable. Las manchas rojas en la piel pueden hacer pensar en alergias, psoriasis o cualquier otra cosa pero ya nadie se acuerda del desprestigiado y otrora satánico doctor Kaposi. Estar flaco volvió a ser eso. Estar flaco. Ser flaco. Cuestión de peso. Esto no quita que una persona que no se hizo nunca el análisis de VIH-sida de pronto derrape hacia síntomas alarmantes, entre ellos, una fulminante delgadez, y llegue a la consulta médica con las defensas por el piso. Suele pasar, mucho más seguido de lo deseable. Pero esas marcas visibles y esos estigmas se han ido borrando del imaginario colectivo en los últimos quince años.
Casi desde los comienzos de la enfermedad, aun en los momentos más difusos e inciertos, se recurrió al preservativo como la herramienta fundamental de la prevención. Lo que en principio era un manotazo de ahogado sanitario, se terminó convirtiendo en la mejor y a veces única certeza. Con los años se acentuó esa tendencia y se llegó a la situación actual: Su majestad, el forro. No importa cómo, dónde ni con quién. Lo importante es el reinado del látex. Una invocación mágica. Llevarlo encima, en la billetera, en la cartera, ya parece que te va curando de antemano, vea, que ya me siento mejor.
El problema de esta línea de prevención en lo general correcta es, precisamente, lo particular. Es imposible arrancarle a un doctor en público que haga alguna distinción, alguna precisión, que cuente algún yeite en el uso o no uso del preservativo en situaciones específicas como sexo oral, o que distinga sexo entre hombres, mujeres, trans, travestis. Su majestad, el forro, llegó para quedarse. Previene embarazos y enfermedades, no sólo el vih. ¿Qué más se le puede pedir? Y es más práctico y manejable que un celular. Quizás, el problema radique en el absolutismo de la propuesta. El preservativo como fetiche plantea el problema de la rigidez de la propuesta. Es blanco o negro, todo o nada.
No se trata aquí de “reivindicar” grupos de riesgo pero sí de advertir que las prácticas sexuales son tan íntimas como específicas, sin juicio moral o señalamiento de ningún tipo en el medio. Estaba muy bien aquello de “por amor, usá preservativo”, pero la vida sexual no tiene que ver sólo con el amor. El uso del preservativo empieza a plantear la necesidad de que vayamos avanzando cada vez más hacia micropolíticas de la vida cotidiana bajo el lema foucaultiano del “cuidado de sí”, sobre todo a la luz de las últimas novedades.
Todos los años, a partir de los congresos internacionales y de los estudios especializados en infectología, retrovirales, etcétera, hay novedades. Y muchas veces esas novedades plantean un cambio de orientación (ahora hay que fijarse en la cantidad de CD4; ya no importa el volumen de la carga viral, o viceversa) y esas orientaciones llegan a incidir en lo más dinámico, frágil y sensible de la vida cotidiana de nosotros, todos, los infectados, los que no, los que tienen pareja infectada, los que no, los que no saben o no contestan, los negadores de siempre. Porque precisamente estamos en red, on line.
A raíz de un estudio científico de la Universidad de California se evaluó la posibilidad de que un antirretroviral utilizado para combatir el virus también puede reducir el riesgo de contraerlo. O sea, podría llegar a ser una pildorita que reemplace al condón. Desde luego, todos se apresuraron a decir que no reemplaza al condón, pero la posibilidad quedó abierta. Mientras tanto, en la Declaración de Suiza se sugiere que un paciente con carga viral negativa deja de ser sexualmente “infeccioso”.
¿Cómo plantarse frente a estas informaciones que muchas veces circulan antes por los medios de comunicación que por los consultorios médicos? ¿O que están sujetas a revisiones, cambios, idas y vueltas? Desde ya no se trata ahora, como nunca se trató, de rechazar la ciencia, la medicina, el saber médico. Más allá de advertir sobre algunos riesgos de excesiva medicalización de, sobre todo, los portadores del virus, aquella época horrible en que las veleidades new age llevaron a tanta gente a darle la espalda a la medicina debe quedar atrás, sepultada con los peores recuerdos.
Pero la realidad de estos últimos años se ha acelerado y diversificado como nunca. Si lo sabremos en la Argentina 2010. La bienvenida politización global de la sociedad no debe hacer dejar de lado la micropolitización de todos estos temas donde el médico puede y debe ser aliado y no juez, ni el congreso científico la verdad revelada.
Ya se vivió el fin de época y la resurrección del llamado no sin ironía efecto Lázaro del cocktail, que aún sigue siendo la gran vedette. Da toda la impresión de que entramos en una nueva etapa, una transición más creativa, que requiere de más alianzas y de mayor solidaridad entre las personas, entre las minorías y entre las minorías y mayorías. Quizá llegó la hora de una mayor sinceridad a la hora de evaluar las prácticas sexuales y los sujetos implicados. Nuevas historias, nuevas dudas y nuevas respuestas se tienen que abrir paso entre la mayor igualdad y la mayor diversidad. Y lo más importante de esta etapa es que cada uno sea protagonista de su propio cuerpo, de su propio goce y de su propio destino.
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