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Viernes, 31 de diciembre de 2010

LUX VA EN BUSCA DE LA NOCHEBUENA

Rompiendo las bolas

Lux pierde la memoria pero no las mañas y aunque su misión de aportar adornos para el árbol navideño estuvo a punto de fallar, supo conseguir qué colgar en el arbolito. O al menos de dónde colgarse.

No puedo todavía saber si fue un milagro o la súbita iluminación de la verdad revelada que me dejó encandiladx después de leer el Soy de la semana pasada, pero de alguna manera he atravesado la semana que pasó sin ninguna conciencia sobre cómo la pasé. Sudando, eso seguro. Es prueba de ello unos surcos en mi escote, cauces de ríos desenfrenados por los que ha navegado más de una lengua. Y eso que faltó lengua en las góndolas del chino, o al menos eso dice el diario porque lo que es yo no te como más lengua que la que anda vivita y coleando entre mis labios y lo de comer es una metáfora porque a mí la sangre me marea de sólo verla. Tengo un primer recuerdo que me sitúa comprando bolas navideñas en un local de Once cuyo fondo sirvió de probador sin que todavía logre averiguar para qué tenía que probar las bolas. Aunque tal vez no era yo la que tenía que probarlas y era ese jovencito dependiente que junto con las bolas me vendió un catálogo de ropa interior en el momento siguiente al que le pregunté cuánto me salía ése pero no por el catálogo sino por el chongo que posaba la sunga con trompita de elefante. Me dijo diez pesos y me ilusioné, tanto que seguí al joven al fondo pensando que ahí por fin estaría mi Papá Noel para darme su heladito. Pero no. Pagué los diez pesos y algo recibí, tanto como perdí una de las bolas que había comprando y que la mai que albergaría la mesa navideña me había encargado so pena de no ponerme plato en la mesa. Una menos. Recogí las que quedaban y enfilé para el Roca. Horror. Atravesé las piedras y perdí dos bolas más. Comprar más no era una chance, los últimos diez los había gastado en la trompita del elefante al que me dediqué a relojear mientras hacía la cola en la parada de colectivo. Efectivo, trompita; después de que me dejaran de garpe dos 37 repletos ya había dejado de hacer la cola y me estaban haciendo la ídem en el fondo y a fondo en el tercero. Eso ya se parecía al espíritu navideño, al menos había entrega, generosidad y buen trato. Pero las bolas, ay las bolas, las bolas quedaron afuera de la amabilidad. Quise manotear otras con la esperanza de tener algo que colgar en el arbolito pero un ay desesperado dio cuenta de que no todo lo que se tantea es para llevar. “¿Y si te pongo a vos en el arbolito, bombón?”, le pregunté al dueño de esas fantasías colgantes que se ve que estaba tan colgado como esta Lux porque me siguió a todas partes desde entonces para que no me falte jingle bell, que bien agarrado tenía el badajo, al menos hasta el momento que recuerdo. Después, qué importa del después. Salvo porque esta noche todo vuelve a empezar y eso para Navidad, ya es después.

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