2010 fue el año en que empezó a discutirse el reconocimiento de las identidades de género aun cuando no coincidan con el sexo asignado al nacer y sin que se considere esto como una enfermedad. Dos mujeres trans –Tania Luna y Florencia de la V– recibieron este año su documento sin tener que adecuar sus genitales a lo que se espera de una mujer. Fue un primer paso que habla también de una historia de organización y visibilidad de las identidades trans femeninas que los varones trans no comparten del todo. Distintas estrategias de supervivencia, de activismo; distintas necesidades a la hora de la atención de la salud o del acceso al trabajo que empiezan a hacerse escuchar y hacerse ver, porque será también de sus identidades y de sus cuerpos que se hablará cuando se discuta en el Congreso la ley de identidad de género.
› Por Bruno Viera
Desde hace ya un tiempo largo vengo pensando, viendo y viviendo las inquietudes que motivan esta nota y lo seguiré haciendo; pensar sobre la construcción de la identidad, del propio cuerpo, sobre la mirada de los otros, sobre el costo que suele implicar el no reconocerse en el género asignado no es un camino que lleve hacia una conclusión cerrada. En cambio, se pueden formular otras preguntas o comenzar a recorrer los mapas donde los hombres transexuales, transgénero, trans, FtM y transmasculinidades nos cruzamos. La posibilidad de poder pensar el propio cuerpo está atravesada por una cantidad de variables en cada persona que es difícil siquiera terminar de nombrarlas.
En este texto dialogo con tres hombres trans con los que me he cruzado viviendo en La Plata este año. A los cuatro nos atraviesan circunstancias similares: somos blancos –aunque no sea lo mismo ser blanco en las distintas provincias argentinas a serlo en Estados Unidos–, el acceso a la educación, a un techo y la vivienda (aunque no sea propia) y la proximidad generacional. Aun así, cada uno de nosotros tiene su propio bagaje de experiencias, identificaciones y recorridos.
Lisandro Mendieta, 21 años, estudiante de periodismo en La Plata aunque oriundo de Formosa, me cuenta a través de una videollamada desde su provincia natal:
–En Formosa tenemos una sociedad muy cerrada. Para gays y lesbianas también. Sé que debe haber otros tipos trans pero están muy tapados.
Yo siempre me sentí así, y también siempre supe que necesitaba más información. Empecé buscando en Internet. Después, vine a vivir a Buenos Aires y a estudiar a La Plata, y es otro mundo.
Pude conocer a otros hombres trans, me hizo muy bien encontrarme con más personas trans. Y me modificó un montón. Ahora, a la hora de volver a Formosa, me siento más seguro. Puedo explicarle a la gente que soy un hombre trans cuando creen que soy lesbiana.
Creo que la gente está abriendo la cabeza. En lo personal, nunca sentí rechazo. Siempre hubo buena predisposición de parte de los demás.
En la facultad, solicité que cambien mi nombre en los registros. Me sentía muy expuesto cuando pasaban lista, decían mi nombre de DNI, y yo levantaba la mano, y volvían a preguntar, no me tomaban el presente. Cambié mi nombre en todos los registros de la facultad sin ningún problema. Claro que ya estaba el antecedente de una compañera de la facultad, Claudia Vásquez Haro, con ella hice toda la presentación.
Yo me considero un trans masculino y me gustaría ocupar un rol íntegramente masculino. Quiero intervenirme, es algo que siempre sentí.
La presión social está: me cuesta mucho que entiendan mi corporalidad, siempre tengo problemas con los baños, por ejemplo. La presión social para definirse me parece mal: que la sociedad te lleve a ser hombre o mujer, nada más. Igual, siempre quise operarme y hormonarme.
Yuri Volkova, 18 años, estudiante secundario, en cambio, no siente que La Plata sea un punto de llegada. No sólo porque nació allí sino porque su vida cotidiana está contaminada de pequeñas y grandes luchas por el reconocimiento:
–En la calle siempre me miran. Las jodas, los chistes están al orden del día: la gente grita boludeces cuando voy con mi novia, porque soy bajito. Si ando sólo voy escuchando música, ya no les presto atención.
Creo que todo mi ser les hace ruido. Porque no soy convencional, no me ajusto a su forma de pensar o sus lenguajes.
Los biovarones quieren sentir dominación sobre cualquier cosa (sin meter a todos en la misma bolsa).
Mi estrategia con la gente es corregirla para que me trate con el pronombre que siento. En la escuela, desde el principio me trataron de él. No fue hasta que las autoridades me empezaron a tratar de “ella” que empecé a sentirme mal en la escuela.
Un tema pesado fue el uso del baño. Cuando traté de hablarlo con las autoridades para ir al baño de alternativo que usan los docentes, el que usarían los discapacitados, tuve una discusión muy fuerte con la psicopedagoga. Me planteó: “¿Vos sos mujer?”, yo le dije: “Sólo anatómicamente”, y ella me contestó que “los baños estaban hechos para la anatomía nomás”. Hoy no puedo usar ningún baño en el establecimiento. No voy a entrar en el baño de mujeres, y en este momento no me siento seguro usando el baño de hombres porque puedo recibir cualquier agresión. Es así que tengo que salir del edificio e ir a cualquier otro lado para usar el baño.
Toda la situación me generó mucho estrés este año con mis compañeros. Muchas habladurías. Me afectó porque sufro de estrés crónico, y casi pierdo el año por faltas.
Me recetaron vacaciones. (Risas.)
Soy diferente a otros chicos de mi edad, me tomo la vida con más seriedad. Valoro más el cuidado de uno mismo. Definiría mi masculinidad como andrógina. Definir hombre o mujer es algo cultural y no por usar crema o maquillaje soy menos hombre.
Modificar mi cuerpo es para tener comodidad conmigo mismo, también para poder estar más tranquilo y no tener que cubrirme en verano, por ejemplo. Eso puede ser por presión social, que es lo que jode. Pero me molesta cuando la gente usa la expresión de que “queremos modificar nuestros cuerpos”. Son dos partes nada más. Si una persona tuviera un tumor en la cara se lo sacaría y ya, es lo mismo. Yo siento que tengo dos tumores en el pecho.
Para mí todo está en la lista de prioridades. Mi nombre en el DNI sería ideal, porque me afecta, y quisiera empezarlo cuanto antes, pero no tengo plata para un abogado.
Cole Alexander Rizki, 25 años, Estados Unidos, viviendo en La Plata, describe un recorrido en el que el lenguaje tuvo un peso específico a la hora de identificarse como trans:
–La transición no es lineal para mí, así que no voy a empezar hablando de mi familia y mi niñez. Para mí, la identidad no es fija, sino que tengo identificaciones. Existen en relación a las personas. Así es que, antes de ir a la Universidad en Northampton, Massachusetts, no tenía tanto contacto con gente que se identificara como transgénero, transexual, o “lo que sea”. Puede ser muy bueno o muy violento encontrarse con una comunidad. Apenas llegué a la universidad y a la comunidad que existía ahí, me dijeron “vas a ser trans” y eso fue muy violento para mí, porque era otra vez gente imponiendo un discurso encima de mi cuerpo.
Es bueno ofrecer recursos, o decir “así me identifico yo” o “esto me ayudó”. Pero mi primer encuentro fue violento porque nuevamente me impusieron un discurso. Entonces al principio rechacé el discurso trans, y hasta fui transfóbico en un primer momento. Era una reacción muy infantil pero me sentí violentado.
Tuve que viajar a un país hispanohablante para tener la necesidad de identificarme como trans. Porque en Estados Unidos en inglés no tenés la necesidad de usar un género gramaticalmente, mientras que, en castellano, el género gramático es obligatorio. Es una lengua que constantemente fuerza la identificación de género encima de las personas, encima de los cuerpos, y constantemente, la sociedad está proyectando un género en la personas y esto es más explícito en castellano. En idioma inglés también están esas proyecciones de género pero no a través de la gramática, así como tampoco hay besos para las mujeres y la mano para hombres. En Latinoamérica desde el saludo ya estás marcando el género, si bien es distinto en cada país.
En Estados Unidos no tuve que tomar una posición fija en términos de identidad. Cuando llegué a México en el 2006, tuve que hacerlo. Podría haberme decidido definirme como “marimacha” y explicarle a cada unx que “soy mujer” o “lo que sea”. Pero me decidí a jugar en el momento que llegué a México. Tuve la oportunidad y lo tomé como una performance, la posibilidad de explorar el género fuera de mi propia cultura. Así es como pude identificarme como un chaval mexicano.
Y fue increíble. Porque me dio otra perspectiva y me di cuenta de que me sentía más cómodo en varios aspectos.
Intento definir mi masculinidad de una manera no binaria. Que no es lo opuesto de feminidad, ni el opuesto de ser mujer. Construirla de una forma que no sea violenta a otras identificaciones y en especial hacia las mujeres.
Creo que el problema de la masculinidad hegemónica y normativa es que realmente es una construcción violenta, que se construye en oposición a lo que es la feminidad y en oposición a lo que es ser mujer. Y hacia otras poblaciones marginalizadas.
Ser queer es un posicionamiento, no una identificación, no una identidad. Para mí eso es clave porque significa que es algo que se mueve, y lo hace en relación con otras posiciones. Tiene que ver no sólo con la temporalidad de las identidades sino con el espacio. También significa que en diferentes contextos los posicionamientos se modifican, devienen.
Paralelamente a estas entrevistas, comenzaban a circular repercusiones mediáticas y sociales por la aparición de un hombre transexual, Alejandro Iglesias, en el programa Gran Hermano 2011.
Personalmente, la primera sensación que tuve al saberlo fue miedo, y como todo miedo, éste no es inocente. Creo que una de las primeras cosas en mi historia personal que reconocí como una experiencia trans es el miedo a la violencia que las personas se permiten por el solo hecho de que no respondemos a las normas de género. En cualquier momento social puede haber un policía de género, señalándonos y amonestándonos, sea desde la palabra o desde lo físico.
No creo que sea ingenuo que, poco tiempo antes de que se traten las leyes de identidad de género, el hombre trans más visible de la Argentina se considere enfermo (disfórico de género) y tenga una masculinidad que en muchos sentidos se ajusta a los parámetros de lo que la heteronormatividad considera que “debe ser un hombre”.
Por otro lado el hecho de que se vea un tipo trans hace posible la existencia, aunque sea en la cabeza de cualquier persona. Nos hace pensables.
Yuri: –La aparición de Alejandro en Gran Hermano me parece una reverenda cagada. No está bueno que seamos visibles de una manera tan mediocre. En vez de hacernos ver como personas nos hace ver como una enfermedad (sic). La gente de los paneles, sean médicos o no, le exigen que sea más hombre, que repita estereotipos, y él repite todo lo que los psicólogos le dicen. Me hace enojar mucho.
Al comenzar Gran Hermano, dijeron: “tenemos más especies en el programa”, porque tienen a una lesbi (sic), un gay y un trans, y de ahí ya sabes cómo viene la mano. El problema es que la gente no se da cuenta de que puede estar caminando al lado de una persona trans. Y tenerlo en el programa es como decir: “Ah, esto existe, esto es una deformidad, pónganlo en el Guinness”, y al parecer ellos siempre saben más que nosotros que lo sentimos.
Lisandro: –Me parece genial que haya aparecido Alejandro en un programa tan masivo. Va a abrirle la cabeza a mucha gente. Aunque su discurso sea que se considera enfermo y la gente hable de él como enfermo, ya el hecho de que la gente lo vea es importante. Ven a un hombre trans, y creo que la gente lo tomó muy bien.
Creo que la gente está abriendo la cabeza.
En el año que se va, se presentaron varios proyectos de ley de identidad de género, para intentar emparchar o resolver necesidades que como colectivo trans tenemos. Para quienes estuvimos más o menos cerca de los debates sobre los proyectos de ley, las discusiones sobre su representatividad, alcance, impacto en nuestras vidas, las prioridades y urgencias son ejes fundamentales. Con los distintos proyectos de ley lo que se está poniendo en juego es el reconocimiento de los derechos humanos de las personas trans por parte del Estado, y esto conlleva distintos aspectos: por un lado, nuestro derecho a la identidad, a la salud y a la educación pasa a ser contemplado institucionalmente; el riesgo es que la identidad se convierta en potencial objeto de regulación y control.
Otra cuestión a tener cuenta es la manera en la que se aplicarían las leyes sancionadas y cómo éstas se articularían con las ya existentes. En este sentido, hay antecedentes tales como la resolución del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires 2359/07 y en la ley 3062 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –para que se reconozca la identidad de las personas trans en los servicios públicos de salud–, sin mencionar el trabajo de muchos activistas que están trabajando actualmente en la construcción de alternativas de vida para las personas trans.
Yuri desconfía de las discusiones en torno de los proyectos de ley de identidad de género:
–En el Senado, por ejemplo, no hay gente muy diferente de la que está en el panel de Gran Hermano. Va a ser cualquiera, si a ellos no les está pasando por el cuerpo. No les afecta ningún aspecto de sus vidas la ley que voten.
Lisandro: –Creo que puede ser muy bueno el debate de las leyes de identidad en el Congreso Nacional. Estaría bueno que la gente se diera cuenta de que no sólo existen gays o héteros, que hay más sexos y géneros, y creo que es muy posible que eso pase. También va a ser súper importante poder tener nuestro nombre verdadero en el DNI.
Actualmente, el acceso a la salud para la mayoría de las personas trans es un tema problemático. Por una parte, hay un Estado que no reconoce nuestras existencias; por otra, instituciones médicas que no están preparadas para atender nuestras demandas de salud particulares desde la misma política pública. El acceso a la salud es diferencial entre nuestro propio colectivo. Según el discurso médico dominante, con asidero psiquiátrico, social y legal, somos considerados enfermos, que debemos ser tratados con “una receta de género” que se basa en estereotipos de lo que es femenino y masculino, negando la diversidad de expresiones identitarias (masculinos, varones, hombres, tipos, chavales, transexuales, transgéneros, trans o cualquier otra variante). Con tantas particularidades que nos atraviesan, no podemos obviar el carácter individual de la construcción de género, tanto para las personas trans como para las personas cisexuales –las que expresan un género que coincide con el asignado al nacer–, y sin embargo, se nos exige cumplir con “una talla única de género”, y eso es una violencia que actualmente forma parte de la experiencia trans. Para quienes no pretendemos reproducir los estereotipos de género o simplemente vivimos la violencia de esta falta de conocimiento e imposición de sentido que se ejerce desde la institución médica, elegir entre una consulta médica o no no es nada fácil.
Personalmente, he vivido varias veces la violencia de médicos que aprovecharon la diferencia de poder en la relación médico-paciente. La autoridad incuestionable que tiene el discurso médico y la falta de empoderamiento, acceso a información y la autogestión e intercambio de saberes dentro del colectivo transmasculino nos pone en una situación de mucha vulnerabilidad. Pero, claro, no todas las experiencias son idénticas.
Lisandro: –Tengo el mismo médico desde hace mucho tiempo, no tuve problema con él. Me trata en masculino. Todavía no he tenido malas experiencias.
Yuri: –Encontrar a una psicóloga piola que me dijo desde el principio que no consideraba a las personas trans como enfermas. Significa que me va a atender como persona y no va le va a adjudicar a todo que yo sea trans. Me ayudó mucho a relajarme. Con otros médicos no he tenido malas experiencias aún, sólo me tratan secamente.
Cole: –Me parece reviolento tener que explicar mi corporalidad al médico que me va a atender y después que me recete y me diga cómo tengo que hacer las cosas si ni siquiera toman en cuenta mi corporalidad. Por ejemplo, con el ginecólogo, yo espero poder encontrar un lugar donde traten a personas trans.
Podemos encontrarnos atravesadxs por experiencias que compartimos con el colectivo LGTBI, como pueden ser las llamadas “salidas del closet”, que son una manera de tener que dar cuenta de nuestra diferencia con una norma. Sin embargo el escueto recorrido que se puede hacer de lo que más arriba llamé experiencias trans muestra particularidades en el tejido de nuestras vivencias: tener que darle explicaciones a la gente sobre qué somos sin poder tener legitimidad, porque nuestros saberes no son considerados válidos, porque se nos considera artífices de un engaño, porque se nos criminaliza con la acusación de “falsear nuestra identidad”, lo que en la mayoría de los casos no nos deja acceder a un trabajo legal y bien remunerado, a una salud integral, a una educación que nos contemple y nos respete. Esta situación genera un acceso diferenciado o precario a los discursos y conocimientos para poder decidir autónomamente.
Esta es una tímida aproximación a la profusión de experiencias que las personas transmasculinas tenemos, que no son sinónimo de “sufrimiento”, pero sí de autoafirmaciones dentro de un entorno hostil.
Las fotografías que ilustran esta nota son parte de un proyecto de Cole Rizki para hacer visibles las identidades transmasculinas. Todas las fotos de hombres trans fueron tomadas también por otros hombres trans en distintas ciudades de Estados Unidos, México y Argentina.
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