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Viernes, 7 de enero de 2011

LUX VA A PALOS VERDES, CLUB NUDISTA

La pose del pollo

No es que haya cambiado pavo por el ave de corral más comida de estas pampas, sino el descubrimiento al que arribó Lux luego de haberse perdido y encontrado en un club nudista de la Zona Oeste, donde se emula al animal tanto en la acrobacia como en la arquitectura. ¿Raro? Lux ha visto cosas más curiosas.

Ahítx como había quedado después de las Navidades, me propuse un Fin de Año (un comienzo de Año Nuevo) totalmente distinto. Aprovechando la mudanza de la Beto, que se alquiló quinta y se fue con toda su familia disfuncional (incluyendo la perra renga y la gata con cáncer de hocico), acepté la invitación para comer el 31 con la Juani, dispuestx sólo a beber agua y a comer damascos para eliminar todas (¡las pocas!) impurezas de mi cuerpo y comenzar la renovación del año impar limpix por dentro y por fuera. Ni make up me puse esa noche, porque iba a ser un encuentro intimísimo, familiar casi. Pero andá a confiar en una santiagueña. Si las tucumanas son abrepiernas, las de Santiago son más mentirosas que una iguana. A la hora del cambio de almanaque, ya me habían obligado a tomar dos copas de un clericó enriquecido con quién sabe qué sustancias que me pusieron en estado de temblor epidérmico y a la Juani la pusieron a limpiar toda la casa, de arriba a abajo, como si fuera la última vez. Presa de ese estado maníaco, no hacía más que ponerme los nervios de punta.

En cuanto empezó a clarear, le robé las llaves del auto y rumbeé para lo de la Beto, a ver si obtenía algún sosiego (hablando de empanadas, me dieron ganas de repulgue). Por supuesto, el plano que me había mandado por mail estaba todo mal referenciado y me perdí. Salí en todos los puentes del Lejano Oeste (más allá de Moreno), pero no pude dar con la calle que me habían indicado.

A eso de las 10 de la mañana, ya presa de la desesperación y con una leve resaca que me hacía titilar los lagrimales, detuve a unos jóvenes que, a la altura de Reja Grande, acababan de bajar de la Lujanera. Les dije, simplemente, a través de la ventanilla, mirándolos por encima de mis anteojos oscuros: “Busco una piscina, una alberca, una pileta. Quiero empezar el año en el agua”. Me mandaron a Palos Verdes (www.palos–verdes.com.ar), sobre la Ruta 24 (a quinientos metros, en verdad), un remanso naturista para la práctica de la desnudez, el avistamiento de aves y el intercambio de parejas. Las indicaciones fueron precisas y en diez minutos estaba tocando timbre frente al portón.

Me abrió un anciano que me indicó dónde estacionar el auto y me explicó las pocas reglas del lugar: los varones, desnudo obligatorio; las mujeres, optativo. “¿Y yo?”, pregunté. “Vos, tesoro, hacé como quieras; pero pasala bien”, me dijo. Avancé por un caminito de tierra hasta el estacionamiento bajo los árboles. Cada tanto, al costado del camino, había un colchón forrado con “cuero ecológico” en los que se suponía que debía haber gente, pero estaban vacíos. Tanto mejor: la paz de la naturaleza era lo que más ansiaba.

A trescientos metros de donde estacioné estaba la pileta (amplia, pero despintada). En el solarium había dado comienzo una clase de yoga en pelotas, donde hombres y mujeres mezclaban sus emanaciones con un resultado que (para qué negarlo) tenía su costado afrodisíaco. Yo me había dejado la tanguita, por pudor y porque, improvisada como había sido mi salida de Año Nuevo, estaba con zapatitos de taco y me pareció que sin ninguna ropa y de taco iba a dar muy estrella porno.

No me sumé a la clase de yoga. En cambio, me sumergí en la espesura, de donde salí corriendo perseguida por nubes de mosquitos muertos de hambre (repelente para insectos, por supuesto, tampoco había llevado). Aparecí en un claro donde había un “Templo de Afrodita”: así habían denominado al garchódromo donde cuatro chongos exhibían ya sus tumescencias matutinas. ¡Qué fascinación! ¡Qué catálogo de glandes!

Tragué saliva y seguí camino hasta otro descampado donde había un pollo gigante de fibra de vidrio tirado en el pasto (o lo que de él quedaba, bajo el sol inclemente del 1º de enero). Al artefacto podía entrarse –¡por supuesto!– por el culo, que daba paso a una caverna donde habían dispuesto colchonetas por doquier.

No se me ocurrió ninguna razón para este garchódromo temático hasta que los cuatro chongos y alguno más, como los acontecimientos revelaron con posterioridad, entraron detrás de mí a la entraña avícola, me pusieron en posición de pollo al horno y me controlaron, sucesiva y regularmente, la temperatura rectal, a razón de quince minutos por persona. Una hora y media después, con las piernas temblando, volví a la pileta, donde me encontré con mis compañeros de corral, tomando mate con sus esposas, como si nada hubiera sucedido.

Me di la obligatoria ducha y me zambullí en las aguas heladas del piletón, mirando a esas mujeres (algunas ya muy ajadas, otras en edad de merecer).

Bien dicen que “al que madruga, Dios lx ayuda”. Había empezado el 2011 bien temprano (me prometí volver a Palos Verdes entre semana). Ahora me tocaba la siesta y después, tal vez, con suerte, un choripán reparador, antes de tener que devolver el auto. No había terminado de decir mentalmente la palabra “choripán” y ya estaba roncando a pata suelta. Me desperté con la boca llena.

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