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Viernes, 14 de enero de 2011

LUX NAVEGA EN EL PORNO NO CONVENCIONAL

Las X cambian, la plusvalía queda

Si revolcones le sobran, revueltas le faltan al cine destinado al estímulo de las partes. Y sólo por esa causa altruista, Lux se mete en un set para hacer lo que mejor le sale.

La barba candado de Miss Victoria se puso roja de ira cuando lo increpé por trabajar para el capital concentrado del cine porno y alimentar con los avatares de su cuerpo término medio las cuentas bancarias —o los ahorros en negro— de esos productores platudos que le pagan menos que al nutricionista. “Yo voy camino a ser porno-star y ahora con dos semanas de laburo puedo pagarme el alquiler y vos, con tu ideología demodé, tenés que vivir de prestado hasta fin de mes”, argumentó con odio, pero sin que el grito —que lo haría más humano— saliese de esa garganta profunda.

Sabrán que “demodé” es para alguien como yo un insulto que deja huella, y por supuesto también deseos de venganza, aunque siempre bien controlados. Que no me vengan a mí con eso de demodé. La leyenda de Lux se funda en la certeza de Heráclito: nadie se baña dos veces en el mismo río, y lo que va sucediendo ahora mismo en mi cabeza ya es historia. Siempre rompí con las cadenas de la tradición, soy el cambio permanente, el eterno retorno de lo queer in extremis, y ese pobre Miss Victoria ni siquiera sabe que el concepto de plusvalía, por más antiguo que parezca, siempre está de moda, como el agua.

Filmar cuerpos jóvenes y bellos en pelotas anudados en la máquina de la cópula pertenece ya a lo peor del mundo Disney, y cada vez sirve menos para la paja ambiciosa. Si no la tuvo todavía, el porno necesita una revuelta democratizadora donde el ojo pajero encuentre nuevos puntos de goce y de morbo. Eso pensaba mientras me puse a navegar en mi notebook (prestada, sí, Miss Victoria) por los sitios triple equis, donde las anatomías más raras, la vejez menos prolija y los cruces intergeneracionales conmovieron mi sensibilidad queer; y con la ayuda de la inteligencia pude hallar posibilidades de calentura, sí, ahí donde el porno clásico nunca buscaría... Y a pesar de todo, como últimamente en toda pornografía, el sopor me sobrevino rápido y con la cabeza contra la pantalla me derrumbé en el sueño.

“¡Lux, a escena!”, ordenó Miss Victoria, que de porno-star se había vuelto productor y director de películas de alto voltaje bizarro. La compañía se completaba con dos ancianos sin techo contratados en las escalinatas de la Catedral, una mujer S/M de obesidad mórbida cedida por Cuestión de peso y un tal Christian Chapi, trans veinteañero con cara de angelito y pene descomunal, estudiante repitente harto de que lo bochen en la nocturna. Yo, estrella invitadx con látigo y botas de cuero (ecológico).

Me hundí de inmediato en los cuerpos contraculturales como suelo hacer con todo: Lux es pura intensidad piromaníaca, aunque, claro, acá un poco reguladx por la cámara y las ansias de cobrar una buena suma para cubrir alquiler y vicios. Lo que se dice todo un muestrario de eficiencia queer para gozar y hasta producir orgasmos propios y ajenos. Nadie mejor que Lux para prestigiar un film porno anticanónico. Yo, que incluso hice excitar a un fantasma en la Fiesta de los Muertos en México. Pero de la gimnasia fornicatoria en la película no queda acá lugar para contarles más.

Lo cierto es que con la plenitud del trabajo cumplido me presenté en el despacho de Miss Victoria a pedir mi jornal. Miss Victoria sacó de una caja de metal doscientos pesos y me los puso en la mano sin mirarme. “¿Doscientos pesos?” “Y sí. ¿Quién te creés que sos, Pamela Butt te creés, Jeff Stryker te creés?” En ese momento, como ordena el cuento clásico, me desperté. Y con indignación. Carajo, che, ni en un sueño la industria porno distribuye la riqueza como corresponde.

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