Viernes, 15 de abril de 2011 | Hoy
Entrevista de Little Prince(ss) a Les Kirk Wright
Feo es bello: sería difícil pensar un oxímoron más contradictorio y más potencialmente revolucionario en lo que se refiere a los juegos de poder en los que se funda el régimen de belleza. En el reino tiránico del rey “En Peso” y de la reina “Depilación”, ser orgullosamente gordo y peludo (ser fabulosamente feo) podría significar llevar adelante una lucha de liberación antropológica. Por otro lado, si se acepta el lugar común de que “gustos son gustos”, la definición de “feo” se torna ofensiva y políticamente incorrecta: el feo pretende ahora la certificación ISO de belleza y la canonización como “diversamente bello”. ¿Por cuáles de esas avenidas transitará el movimiento úrsido norteamericano, donde nació y donde, tal vez, hoy agonice? Para contestar esa pregunta, nadie mejor que el erudito Les Kirk Wright, autor de The Bear Book: Readings in the History and Evolution of a Gay Male Subculture (1997) y The Bear Book, 2 (2001), curador de Bear Icons y director de The Bear History Project.
—En los años ’80, los homosexuales comenzaron a hablar de sí mismos y de otros gays usando el término “oso” a manera de broma. En mi primera investigación he recogido muchas historias que muestran cómo sucedió eso en muchas partes de los Estados Unidos. Pero los osos dieron vida a una verdadera y específica identidad definida en un momento y un lugar precisos: los años ’80 en San Francisco.
—En primer lugar, seguramente la epidemia de sida desempeñó un papel importante. Teníamos miedo a tener relaciones sexuales. Teníamos incluso miedo de que la misma comunidad gay colapsase y desapareciera. Algunos homosexuales creyeron (teniendo en cuenta el factor de desgaste físico propio de la enfermedad) poder evitar el sida engordando. Ser gordo podía verse como un sinónimo de salud. En los años ’80, como dije, en las grandes ciudades norteamericanas, los bares se vaciaron, los saunas cerraron sus puertas: los gays dejaron de tener sexo. Más adelante, en el medio de ese proceso de terror, los gays empezaron a mirar fuera de sus propios refugios antiatómicos.
—En San Francisco, ese deseo de apertura se manifestó de varias maneras: el Lone Star fue el primer “bar de osos” que abrió en South of Market. En comparación con los numerosos locales leather (y los saunas, ya cerrados), allí se veía todo tipo de homosexuales y eso marcó la diferencia. Luego comenzaron a difundirse las fiestas sexuales privadas, con ingreso por invitación, sistema en el que tuvo un increíble suceso el grupo Abrazo de Oso. Richard Bulger tuvo olfato suficiente como para empezar a publicar una revista (al comienzo, apenas un fanzine fotocopiado) con avisos de contactos y fotos de desnudos que no se correspondían con el clásico canon de belleza gay, “joven y flaco”. Como muchos homosexuales no podían encarnar ese ideal (o incluso se burlaban de él), el rechazo colectivo del “Castro clon” consolidó el ideal comunitario. Hubo una dimensión política en ese rechazo, aunque muchos osos hoy se rían de eso. Hay que añadir, a toda esta combinación de elementos, el nacimiento del ciberespacio. Internet no existía todavía, pero la casualidad quiso que hubiera un montón de osos trabajando en Silicon Valley, experimentando con el correo electrónico. Comenzaron a comunicarse entre sí. El resto es historia...
—La estética úrsida, para usar su expresión, tiene potencia subversiva y revolucionaria. En la comunidad gay masculina existe una corriente submarina, una ley no escrita según la cual más sexo se tiene cuanto más bello se es. Y cuanto más capital sexual, tanto más capital social. En pocas palabras: el gay feo no tiene, no debería tener y no merece tener relaciones sexuales. Los gays “feos” tienen un capital sexual bajo y, por lo tanto, merecen un capital social bajo. Son, o deberían ser, débiles y marginalizados en todos los sentidos. Desde este punto de vista, podría decirse que la estética úrsida ha tenido algún efecto subversivo.
—Desafortunadamente, esta potencialidad quedó en gran parte sin explotar. Diré, en cambio, que en el interior de una sociedad dominada por la clase media, el efecto de la estética gay, en general, ha adquirido un matiz conservador. Y, por lo tanto, la mayor parte de quienes se identifican como osos, probablemente no defiendan sino su derecho a participar del hiperconsumismo gay de clase media.
—El sistema de Bob Donahue y Jeff Stoner fue ideado como broma. Usaron el sistema de clasificación de estrellas para ridiculizar el modo absurdo en que los gays se tratan unos a otros como objetos. Pero todo ese espíritu camp está hoy ausente de la comunidad úrsida. En resumen, al igual que los gays en general, los osos han adoptado los iconos que los medios de comunicación fueron capaces de venderles (Jack Radcliffe fue el primero en encarnar el nuevo canon de belleza osa en sus películas porno de mercado específico).
—Si utilizamos la palabra en su sentido más antiguo y generalizado, los “osos” son hombres que exhiben con orgullo los caracteres sexuales secundarios de los varones adultos: el pecho ancho, la fuerza física, una copiosa cantidad de pelo en el cuerpo, típico de ciertos grupos étnicos (celtas, mediterráneos, semitas, por ejemplo), la tendencia a engordar, especialmente con el envejecimiento. La masculinidad lleva consigo los aspectos implícitos del rol masculino, que varían de cultura a cultura.
A partir de la Edad Media, y por efecto directo de la acción de la Iglesia Católica, la atracción de un hombre por otro fue interpretada como “afeminamiento”. No hay ninguna correlación natural entre esas dos cosas, pero es una verdad cultural de antigua data.
—Si volvemos a los ’80, vemos que los primeros osos eran con frecuencia obreros u hombres disgustados con la cultura gay urbana, dominada por los valores de clase media. O venían de la comunidad leather o eran camioneros, cowboys, motoqueros, obreros de la construcción. Abrazaron con alegría el nuevo credo de la revista Bear: “La masculinidad sin adornos”. Eran gays “naturalmente masculinos”. Lo nuevo fue que, con excepción de la comunidad leather, hasta entonces no se había desarrollado un discurso sobre la masculinidad (el ser “hombres”) dentro de la comunidad gay.
Conviene aclarar dos puntos: no todos los osos eran “naturalmente masculinos” y, como la masculinidad no es sino una forma de interpretar un rol, tampoco hay nada “natural” en la masculinidad. La “hipermasculinidad”, el afeminamiento y la masculinidad “típica” son todas interpretaciones (más o menos deliberadas o inconscientes). Y aquí entramos en lo irresoluble: ¿se nace o se hace? Pero eso es otra historia...
—Desde mi más íntimo punto de vista, la definición de oso sigue siendo fluida. Cualquiera puede autoidentificarse como oso, y excluir de su (auto)definición aquello que no considera sexualmente deseable. Lo que, en todo caso, debemos preguntarnos, porque eso apunta directamente a “las reglas de la masculinidad”, es: ¿quiénes carajo son esos que establecen qué es masculino y qué no?
—Hice una pausa en mis investigaciones del mundo úrsido entre 2003 y 2010, así que soy como Rip van Winkel o la Bella Durmiente: me despierto después de un largo sueño y me encuentro frente a una comunidad que encuentro difícil de reconocer. ¿Los osos europeos, y los osos en general, han abrazado la transformación de la sociedad en el mismo sentido consumista que su contraparte norteamericana? Eso también yo quisiera saberlo...
(traducción D.L.)
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