A LA VISTA
Maiamar Abrojos, actriz y docente de escenografía y vestuario en el IUNA, evalúa el reciente fallo del juez de instrucción civil Miguel Güiraldes quien, con argumentos del Opus Dei, le negó el derecho a su identidad.
—Al principio fue bastante angustiante porque se pone en tela de juicio tu vida, tus cosas, y básicamente tu historia. Ya fue bastante terrible la exposición que viví con las pericias, que fueron agotadoras. Pero es tan arbitrario lo que dice este señor en el fallo que con los días empecé a aflojar y a relajarme. Por supuesto que le voy a hacer una denuncia por su mal desempeño, que si bien es bastante complicada pienso llevarla adelante. Lo que no se da cuenta Güiraldes es que está anulándome como persona, no sólo que me niega quien soy en mi propia cara sino que está diciendo que no merezco estar en el marco de esta sociedad.
—No, para nada. De hecho, en un momento me empecé a reír de lo delirante que eran las afirmaciones de Güiraldes. Cuando empieza a decir que las personas tienen su standard y que el transexual escapa a esas normas, a través del tamaño de los pies o de las manos... Es tan discriminatorio hasta para las mujeres, porque lo que este señor afirma es que una mujer no puede tener pies o manos grandes porque sería masculina. Entendí que ni siquiera era algo dirigido hacia mi persona sino un tema profundo de él. Pero más allá de la risa, es terrible que un juez evalúe desde ese lugar, no puedo entender cómo la Justicia tolera un fallo de esta magnitud.
—Yo siempre me sentí una mujer, lo que quiero es que la cirugía refleje eso para sentirme completa. Es algo absolutamente personal, yo no me siento cómoda de esta manera: nunca me sentí un hombre. Cuando sos chica no sabés cómo organizar tu vida pero después vas aceptando una realidad y te das cuenta de que no podés luchar contra eso. Con los años hubo un proceso de maduración mío, yo tengo casi 45 años y a mis 25 no era tan fácil, lo que te quedaba era ser travesti y prostituirte. Ahora hay opciones, las cosas son diferentes.
—No tengo idea. Pero sí sé lo que voy a hacer cuando me operen: voy a ponerme una calza bien ajustada hasta arriba para que se note que no tengo nada. Cuando me hice el busto, me hizo tan bien, fue algo tan íntimo conmigo misma, que me ayudó a definirme, a verme y a percibirme.
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