Viernes, 22 de abril de 2011 | Hoy
LUX VA A VER HOTEL GOLONDRINA
Después de un breve pasaje por el paraíso de los tragos gratis, los baños con olor a espadol y a frutilla y las risas en otro idioma, Lux aterriza en Casa Brandon para ver una obra que arrancó tantas lágrimas como hombros dispuestos al consuelo. Es que llorando también se conoce gente.
“Te acompaño a la casita Brandon a ver la obra de travas si antes vamos al Hard Rock Café”, me chantajeó mi amiga Mary Ann, famosa por haber chupado un poco de margarita en la alfombra de un hotel all inclusive de Cancún. No pude negarme a taconear por los pasillos del capitalismo furibundo, sobre todo si me iban a invitar todo, desde los nachos con queso y jalapeños hasta los tragos estrambóticos en vasos enormes. Mary Ann es amante de un minero australiano que está contaminando todo Andalgalá y con esas regalías tenemos vía libre para los gastos. ¿Qué mejor que un tequila sunrise a costa de unos cuantos miles de litros de agua contaminada? “Para lo demás existe Mastercard”, dijo, y me sonrió. Al lado del baño de damas está la foto de Chryssie Hynde, la saludo antes de entrar; el olor a espadol mata, las risotadas americanas se escuchan desde los mingitorios y, a pesar de que entré al baño de hombres, no hay marines a la vista.
Cuando llegamos a Brandon, las travas estaban a punto de subir al escenario. Tortas, putos, chongos y minitas esperaban en el teatro improvisado, filas de asientos de todo tipo, diversidad mobiliaria que puso a la tilinga como loca. Las actrices Mar Morales, Nicole Cagy y Emma Serna revolotean alrededor de una cama colorida. Atentxs y bastante alcoholizadxs, encontramos dos lugares separados, bastante distantes. Podía ver a Mary Ann mientras tomaba el famoso daikiri de jengibre de la casita.
La obra empezó contando una historia muy común entre las chicas trans: el encuentro entre una jovencita que escapa al destino de ser un albañil en el Norte argentino, otra que huye del acoso de su padrastro y la más joven e inocente, quien sueña con encontrar al príncipe azul. Gatos que lamen pezones, persecuciones policiales, un mapa con los puntos de venta de ropa buena, bonita, barata y brillante, y hasta una posesión de la Pomba Gira en escena, van conformando el imaginario travesti porteño. Pero lo que no es común es que el colectivo travesti se cuente a sí mismo, rescate sus propios valores, sus creencias, leyendas y costumbres, según aprendimos de una charla improvisada con la activista de Futuro Transgenérico, Marlene Wayar. Daniela Ruiz, la directora, Susy Shock y demás público asistente no paraban de moquear. Hasta Mary Ann lloró... ¡ella! —cuyo marido la dejó por Marilyn, una travesti chaqueña de 1,80— estaba a moco tendido abrazada a un chongo de chomba azul.
Nos escapamos en medio de la charla, agachaditxs y mareadxs. Tomamos calle Corrientes y a las dos cuadras divisamos un chongo de overol y casco amarillo. Miradas van, miradas vienen, y a los minutos ya estaba yo bulteando a Lázaro. Levántate y anda, le dije, y me hizo arañar el espejo retrovisor de su fitito.
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