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Viernes, 27 de mayo de 2011

ENTREVISTA

La homohemeroteca propia

Pietro Salemme convirtió su propia biblioteca en un material de consulta para los lectores ávidos de ficciones, teorías, imágenes, revistas, artículos de diarios y videos relacionados con la temática Glttbi. Para leer, hay que acordar cita con el dueño e instalarse en alguno de los sillones, porque aquí los libros no se prestan, ni se pierden.

 Por Paula Jiménez

¿Cómo comenzaste a gestar este proyecto?

—Yo desde muy chico empecé a juntar mucho material Glttbi. En esos años no había mucho y lo que tenía era un radarcito que me hacía prestar atención al más mínimo detalle donde pudiera aparecer algo que remitiera al tema. Guardé el material durante estos 35 años que tengo, y hace un año y medio me decidí a compartirlo. Quiero que a alguien más le pueda servir. Así, básicamente, es como nació la biblioteca: no es que primero vino la idea. Mi casa quedó sin libros, fue como raro, empecé a sentir que me retumbaba mi voz allí. Mi biblioteca privada es ahora pública.

La biblioteca suele ser algo muy querido y personal, y abrirla al público no cualquiera lo hace; además los libros, se sabe, muchas veces no se devuelven. ¿Cómo te animaste?

—Eso fue algo que tuve que pensar. Lo que hago es que todo el material de la biblioteca se consulte ahí mismo, no salga de la biblioteca. Yo sé cómo organizarme y cedo mi tiempo, no hay ningún problema. De los libros te puedo contar muchísimo, en cada uno, además, hay una historia. Para mí son casi extensiones de mi cuerpo. Tengo libros que no son nada fáciles de conseguir y si los pierdo, no los encuentro más. De hecho vendo libros usados también, ése es mi trabajo, conozco el tema. Hay ediciones que no aparecen en el mercado, títulos que están descatalogados.

¿Es grande el espacio de la biblioteca? ¿Dónde queda?

—Es un lugar grande, sí; queda en Hurlingham, que es menos de una hora de viaje desde Capital y los que están interesados en hacer una consulta pactan conmigo la cita antes, por Internet. Es un espacio amplio donde hay muchos objetos también, vestuarios, incluso juguetes de cuando yo era chico. No tengo el mal de la gente que junta por juntar, pero sí de guardar. A veces la información circula muy rápido y las generaciones que vienen se pierden de muchas cosas que han sucedido. Por ejemplo, la ley de matrimonio no hubiera salido sin el trabajo de mucha gente que escribió y participó en el pasado; a mí interesa volver a traer a flote todo eso que quedó tapado.

¿Va mucha gente a consultar?

—Al principio me sorprendí mucho, vinieron muchos periodistas que se interesaron por el tema. Yo quería que la gente conociera el espacio y creo que lo conoce más gente de otros lados que del municipio mismo. También vienen muchos estudiantes que están haciendo tesis sobre esta temática. La metodología es así: no está abierto siempre, coordino una cita y lo que hace el público es tomar nota y venir más de una vez, porque hay muchísimo material. Yo también los ayudo a buscar, porque hay gran cantidad de revistas, recortes de diarios desde los años ’80, material en video también hay bastante. Ya está catalogado casi todo. Falta organizar una parte del material, porque estoy solo, aunque desde un lugar afectivo también me ayudan Vida Morant, o Jorge, mi pareja. En algún momento pensé en hacer una biblioteca popular, pero había una serie de cosas muy burocráticas y tanto trámite me desanimó.

¿El material de video se puede ver ahí mismo?

—Sí. Tengo la idea de digitalizar los VHS, pero la cantidad de material que tengo es enorme. Son horas y horas de grabación de, por ejemplo, material de los ’90, esos años en los que hubo como una especie de boom de hablar de todo esto en los talk show. Yo tenía prácticamente mil videos entre programas de TV y películas. Digitalizarlo es algo que me llevaría mucho tiempo y me costaría dinero. A veces pienso en pedir un subsidio de ciertos lugares, pero todavía no me organicé.

Da la impresión de que la biblioteca es como el centro de tu vida. ¿Es así?

—Hacía muchos años que yo quería hacer una militancia más activa y no encontraba con qué identificarme, políticamente no quería meterme en ningún lado y sentí que el arte era una forma de militancia; y lo mismo sentí con la biblioteca. Si uno le tiene miedo a algo es porque tiene desconocimiento y los libros son modos de acceder al conocimiento, al saber. La idea tiene que ver con eso: un poco utópica quizás. Y otra cosa importante es conservar esos libros, porque algunos de ellos me han salvado la vida. Eso me pasó también con el cine.

¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, en mi adolescencia fue paradigmática Otra historia de amor, la película de Américo Ortiz de Zárate. Ya no hay casi información sobre él, se fue muy joven, rápido.

Se podría decir que aspirás con esta biblioteca a que el material llegue a los que no pueden acceder...

—Claro. También a eso apunta el hecho de que funcione en Hurlingham, en el conurbano, me pareció interesante poder abrir este espacio en el barrio. Algunos vecinos me incentivaron después de haber leído alguna nota que me han hecho. Gente que me conoce desde que nací. Es un poco desmitificar ciertas imágenes que dan los medios sobre los gays.

¿Cómo fue para vos ser gay acá en tu barrio?

—Yo la verdad es que durante la adolescencia la pasé medio feo. Es casi de manual todas las cosas que me han pasado. Después fui creciendo, poniéndome más firme, seguro, y ya está: las cosas pasaron. En el momento en que me plantearon la primera nota sobre la biblioteca no pensé que me iba a volver visible y está bien: está instaurado también en esta cosa de militancia que yo quería para mí.

Me comentabas que a la biblioteca la nutrís de todo tipo de material, incluso homofóbico. ¿Por qué?

—A mí me parece que entra en discusión con otros materiales. Durante el debate en torno al matrimonio se decía que los mejores argumentos venían de la gente que estaba en contra. Y creo que a veces encontrar ese material resulta muy divertido. Guardo en la biblioteca esos libros de los años ’30, ’40 o ’50, que enseñaban cómo ser un hombre o cómo ser una mujer, daban pautas de cómo manejarse en la vida social y con los afectos. Es como tener un background de lo que fue antes, para poder ver cómo eran las cosas en ese momento. Cuando empecé con la biblioteca, durante el tiempo previo a la ley de matrimonio, las cosas que se decían eran imposibles de escuchar, era como volver a estar en la secundaria, donde uno era insultado permanentemente.

¿Cómo te proveés de nuevos materiales?

—Uno de los recorridos que hago es acercarme a los autores y pedirles libros, y la mayoría de las veces las respuestas son positivas. Eso es casi como una palmada en el hombro, un estímulo. Además, en la medida en que puedo seguir comprando libros, lo hago, y la biblioteca se va engrosando.

¿Hay algún ranking de autores o de temas entre la gente que consulta?

—No. Ahora, por ejemplo, hay un grupo de gente que viene a investigar porque van a hacer un documental. Es muy interesante lo que plantean. Quieren ver el lado B de toda esta cuestión de tener derechos. Hay gente que no puede acceder a esos derechos. En este sistema hay quien se puede comprar un libro de $ 50, otro de $ 1 y hay gente que no llega ni al de $ 1. Por eso me interesó en su momento que el proyecto se llamara Oscar Hermes Villordo. Consulté a Natu Poblet, que tiene los derechos sobre su obra, y ella pidió ser la madrina del proyecto. Villordo hablaba de los “otros” putos. A pesar de ser contemporáneo de Mujica Lainez, que era un homosexual muy intelectual, Villordo hablaba de los que andaban por Retiro, los otros, mucho más cercano al común. Además creo que fue un militante con sus novelas, en los ’70 y ‘80. Vino gente del Chaco a conocer la biblioteca, porque estaban orgullosos, justo en el momento en que se había reeditado La brasa en la mano. Esas cosas a mí me hacen muy feliz, porque a veces en esto estoy muy solo...

La Biblioteca Glttbi “Oscar Hermes Villordo” se encuentra ubicada en Buenos Aires, en la localidad de Hurlingham.
Para acordar una cita: [email protected]
La librería virtual está en www.ayconstanza.blogspot.com, que tiene también libros a la venta.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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