TAPA
¿Que mejor argumento para la homofobia que citar las Santas Escrituras? Sin embargo, cientos de textos académicos discuten la seriedad de las interpretaciones corrientes y revisan la traducción de aquellos pasajes que parecen aludir y castigar la homosexualidad. Con este punto de partida, nuevas iglesias inclusivas se multiplican en busca de un paraíso diverso, que en definitiva es el único que conocemos (o al menos añoramos).
› Por Liliana Viola
¿Quieren que les diga qué se siente? “Es como subir a un avión por primera vez, fascinarse con el ascenso, observar maravillado por la ventanilla... y de pronto darte cuenta de que estás en el vuelo equivocado, viajando hacia un destino que te aterroriza, rodeado de gente que rechazás. Y no podés bajarte... sos uno de ellos.”
Así describió el periodista católico Andrew Sullivan dos acontecimientos simultáneos: se dio cuenta de que era gay, se dio cuenta de que era una oveja descarriada.
Aun los que no creen, los que creen pero no practican, los que se ríen del Papa, los que consideran la Biblia como un disparador del Código Da Vinci, saben que el cristianismo, tanto católico como protestante, condena las “prácticas homosexuales”. Y no se trata de un asunto restringido al círculo de creyentes: puertas del Reino de los Cielos cerradas, vía libre para ejercer esa vocación de cancerbero-patovica que, –queda demostrado a través de los siglos–, todo ser humano, sin distinción de credos, lleva dentro.
Ahora, tener una vocación religiosa y al mismo tiempo saberse “una abominación a los ojos del Señor” será, según las descripciones de los mismos protagonistas, el mismo infierno. Peron ni el infierno es eterno, al menos aquí. Testimonios de personas que han transitado por la contradicción sin abandonar ninguna de sus verdades dejan demostrado que es posible salir del laberinto por arriba.
“Por hipocresía, la gente insiste en permanecer en círculos donde son todos iguales”, afirma el pastor luterano Alejandro Soria. Y en la Iglesia, aparentemente entramos todos en la norma. Salimos de ahí y nos metemos como locos en el boliche a levantar. Soria se crió en San Martín y tiene 46 años. Fue educado en la religión católica, lo llevaban a misa desde chico, fue monaguillo, catequista y, como tal, responsable de grupos adolescentes. “La expulsión de la Iglesia era muy sutil; una vez enterados de que era gay, ya no podía dar clases de catecismo, se me negó el trabajo con los adolescentes y me dejaron paulatinamente sin actividades: estate sentado, escuchá el sermón, comete la hostia y andate. Esa era la forma de sacarme del medio. En 1982 entré a un seminario franciscano en Moreno, les aclaré a los superiores que era gay y había tenido relaciones. Me dijeron que no había ningún problema mientras respetara el celibato. Y lo respeté. Pero después vi que las relaciones sexuales eran moneda corriente. Los seminaristas y los curas tenían sexo entre ellos, con visitantes externos, y salían a encontrarse con novias, novios, materias pendientes”.
Dejé el seminario en 1984 y esa misma noche me levanté al colectivero que me llevaba a mi casa. Tuvimos una relación importante. A tal punto que me propuso que compartiera mi vida con él. Le dije que no. La doctrina me había quemado la cabeza, no podía concebir que yo fuera capaz de armar algo con alguien.
Alejandro Soria pertenece a la Misión Sacerdotal Tercermundista.
Marcelo Sáenz nació hace 48 años en una familia evangelista. En la adolescencia empezó a tener fantasías sexuales con varones. “Cada vez que pude hablarlo con los sacerdotes, en quienes yo confiaba, recibía como respuesta que estaba confundido, que en realidad no es que fuera homosexual, que tenía que rezar y que al final me iba a casar y sería feliz para siempre.” Entre los 15 y los 18 años rezó, no se acostó con hombre, ni con mujer, y al sentir que iba a explotar de confusión, se sometió a una serie de cursos, lecturas, ejercicios y rezos para encarrilarse. ¿Es necesario decir que todo falló?
Para Sáenz si hay un daño que no se puede reparar es la pérdida del tiempo.
Marcelo Sáenz es fundador y director de Cegla (Cristianos Evangélicos Gays y Lesbianas de Argentina, www.ceg.unlugar.com), agrupación que desde hace cinco años ayuda a las personas que participan en la Iglesia y que padecen el conflicto de la sexualidad y la fe.
“El director del Instituto donde me recibí de bachiller superior en Teología –cuenta el reverendo Roberto González– me llamó un día y me dijo que no iba a conseguir ningún trabajo en ninguna iglesia por mi condición de homosexual. Me dijo que me iba a recibir sólo porque mis compañeros presionaban para ello, pero él se preguntaba si valía la pena el esfuerzo de recibirme si no iba a poder trabajar.” Ahora los tiempos han cambiado y la Iglesia Metodista recibe a la comunidad Glttb. “Siempre, desde la adolescencia, tuve esta vocación de ser pastor. Pero al mismo tiempo vivía mi sexualidad con culpa, lo que me llevó a casarme, a tener hijos. Aun así el nivel de culpa no bajaba. Empecé a sentirme mejor cuando me reconcilié conmigo mismo y allí pude pensar en guiar a los demás.
Podrán las puertas del Cielo estar selladas, pero el deseo de Dios –o el de pertenecer, que no es poco– encontrará sus atajos. Se podrá expulsar a las ovejas negras, pero ellas crearán su propio y particular corral.
¿Qué ocurriría si se demostrara que las Escrituras no hacen referencia a la homosexualidad? ¿Si se supiera que durante mucho tiempo la Iglesia bendijo las relaciones entre hombres, y que incluso muchos sacerdotes se casaron entre sí?
Es hora de saber qué ocurriría, ya que todo esto ha sido demostrado y puede leerse en Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad (1980). Con esta obra, el prestigioso medievalista John Boswell, cuyos trabajos han merecido importantes premios de parte de la comunidad académica, abrió el juego para más investigaciones que poco a poco van saliendo del claustro.
“La tradición bíblica jugó un rol importante en la violencia contra personas gay y lesbianas. Basta citar la Biblia para dar por ganada la discusión. Supuestamente allí se condena a la homosexualidad y muchos interpretan que también se justifica el odio y la crueldad.” Así explica el teólogo Daniel A. Helminiak por qué escribió Lo que realmente dice la Biblia sobre la homosexualidad, best seller desde que apareció en Estados Unidos en 2004.
Basándose en los estudios Boxwell, Helminiak relee en su contexto la historia de Sodoma y Gomorra (Génesis). Pasaje clave del Antiguo Testamento en lo que a estigmatización de la homosexualidad respecta, tanto que da nombre a una práctica y a una identidad. El coito anal es sodomía, y los hombres que lo practican, sodomitas.
“Lot estaba sentado a las puertas de Sodoma cuando llegan los dos ángeles forasteros. Lot va a su encuentro y los alberga en su casa, protegiéndolos de una muerte segura a la intemperie. Cuando los hombres de Sodoma, enfurecidos, golpean a la puerta de Lot para recriminarle haber dado asilo a extranjeros, le dicen que quieren “conocer a los intrusos”. Helminiak explica que la palabra “conocer” puede ser interpretada, y de hecho lo fue, como “tener relaciones sexuales”. Recordemos que la Virgen, cuando la sorprenda la Anunciación, dirá que no es posible, ya que no “ha conocido varón”. Esta hipótesis está avalada también porque Lot, que les ruega respeto para sus huéspedes, les ofrece a sus dos hijas vírgenes a cambio. Los hombres de Sodoma rechazan esa oferta que es claramente sexual y toman por asalto la casa de Lot. Los refugiados responden con mayor violencia y Dios finalmente castiga con un incendio a las dos ciudades. Se salva Lot, el que actuó bien.
Helminiak reflexiona: “Resulta impresionante pensar que Lot hubiera ofrecido sus hijas a los sodomitas. Es un buen ejemplo de cuán diferente era su cultura respecto de la nuestra. El padre era el propietario de las mujeres. En este contexto, la palabra ‘conocer’ a los intrusos, aun con su connotación sexual, pone en cuestión el abuso de un hombre hacia otro hombre, la falta de hospitalidad y no el acto sexual en sí. ¿Por qué Lot habría estado dispuesto a exponer a sus hijas a violación? Lot era un hombre justo o, como las Escrituras dicen, un hombre correcto, cumplió con su deber, proteger a sus huéspedes (que en esa época tenía un valor supremo) a costa de su propio bien. Cuando los Evangelios, en varias oportunidades, se refieren a este incidente, nunca hacen referencia a la homogenitalidad, sino al rechazo de los mensajeros de Dios, a la dureza de corazón”.
“Cuando entendemos la historia de Sodoma en su verdadero contexto, salta una triste ironía –reflexiona Helminiak–. La gente se opone y abusa de las personas homosexuales, obligándolas a ser forasteros. Todo esto en nombre de la religión y de la supuesta moral judeocristiana. Tal perversidad es el mismísimo pecado del cual la gente de Sodoma fue culpable. Tal crueldad es lo que la Biblia realmente condena una y otra vez. Así que aquellos que se oponen a la homosexualidad debido al supuesto pecado de Sodoma, podrían ser ellos mismos los verdaderos sodomitas en el estricto sentido de la Biblia.”
La teóloga argentina y ex monja Elsi San Martín* agrega que a estos errores de interpretación se suman errores de traducción. “Tal el caso de dos textos atribuidos al apóstol Pablo en su carta a los Corintios y a Timoteo que comprende dos palabras griegas (malakoi y arsenokoitai), tradicionalmente interpretadas como ‘afeminados’ y ‘homosexuales’, pero que hoy sabemos que ninguno de ellos es sinónimo del término homosexual moderno. La ideología y los prejuicios de los traductores han sido, quizá, los mayores responsables de este y otros lamentables errores, que siguen causando terribles angustias.”
Ann Nyland, lexicógrafa y prestigiosa traductora de griego antiguo, publicó hace unos meses una Biblia de estudio que se hace cargo de estos errores de traducción. No contiene notas teológicas, sino explicaciones de términos según el contexto lingüístico en el que fueron escritos. Por ejemplo, allí se explica que los antiguos griegos no tenían términos ni conceptos que correspondan a la dicotomía contemporánea de “heterosexual” y “homosexual”, y como Boxwell también señaló, cuando se habla de los actos con el mismo sexo como “antinaturales” se está queriendo decir “fuera de lo ordinario” y no otra cosa. ¿Por qué todas estas correcciones no son conocidas?
“Los errores que hoy ya se conocen en los niveles académicos no llegan a los creyentes por variadas causas. Falta de actualización de los pastores o, lamentablemente, debo decir, resistencia al cambio”, reconoce San Martín. La negativa reciente de todas las librerías católicas de lengua inglesa a poner en venta Study New Testament for Lesbians, Gays, Bi and Transgender (Biblia de estudio para lesbianas, bi, gays y transgéneros) de Ann Nyland confirma sus dichos.
“No todo me es odioso en el cielo, no todo en la tierra es detestable", dice el demonio de Pushkin al ver a un ángel por primera vez, a la entrada del Paraíso.
Y esto, con las debidas disculpas a los más ortodoxos, también es cierto: no hay destino tan visitado como el paraíso, por negado y por perdido. Por callado. Las Escrituras fueron muy avaras a la hora de describir el lugar que tanto placer dará y tanto tormento causa, apenas cinco o seis referencias. Lo que sabe, se sabe por los otros.
¿Será un oscuro lugar donde el amante por fin se encuentra con el amado y éste entonces da vuelta la cabeza y ni da señas de reconocerlo? O donde se despierta cada mañana el pobre Adán, siempre con las costillas intactas. El paraíso será ese terreno donde se revelarán como buenas las cosas que hicimos mal en nuestra vida terrena. “¿Quien, si yo gritara, me oiría entre la legión de los ángeles?”, se desespera Rilke ante lo mismo que a Olga Orozco le da calma: “Oculto territorio impredecible, donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi ceguera”.
Alabado sea el paraíso, porque también puede ser clandestino.
A los ocho años, un cura me preguntó si me tocaba en los recreos con otros chicos. Pensando que se refería a la mancha venenosa, le dije que sí. Ahí nomás empezó a preguntarme si me tocaba con chicos o chicas. “Con los dos”, contesté, y siguió con las preguntas. Ahora, de grande, me doy cuenta de que sólo me lo preguntaba para ratonearse con mi confesión.
En la secundaria practiqué, como todos, las famosas masturbaciones grupales y la competencia de ver quién llegaba más lejos con la eyaculación. Pero además de esos juegos, yo ya tenía encuentros sexuales con otros chicos del barrio, y lo vivía con muchísima culpa. Un día, en esa época, vino al colegio un cura reclutando gente para el seminario con una premisa: “Tus pecados condenan a tu madre, y para librarla de ello, tenés que entrar al seminario”.
Del seminario salí pronto. Ya en las reuniones previas, los fines de semana, las puertas de los cuartos de los aspirantes y los encargados de las charlas se abrían y se cerraban en medio de la noche como disparos de cañón: pum, pum, pum. Era plena dictadura y lo que los muchachos no podían hacer puertas afuera porque era demasiado peligroso –sobre todo en las teteras–, lo hacían protegidos por las pesadas puertas de los claustros. Más tarde intenté entrar en la orden de los franciscanos conventuales. Si bien allí la mayoría de los aspirantes no eran gays, se sabía que algunos lo eran. Un seminarista que yo conocía se cansó de hacerme proposiciones, las cuales nunca acepté porque él me echaba el fardo a mí, me decía que era yo el que lo incitaba. Tanto calenté la pava que otro se terminó tomando el mate y ese mismo vino a pedirme una campera de cuello alto: era para taparse un chupón. “¿Quién te hizo eso?”, le pregunté. Fue fulano, que me pellizcó fuerte. “Ah, bueno, loca, ése tiene dientes en los dedos, te los dejó todos marcados”, fue mi respuesta.
Pertenece a la Misión Sacerdotal Tercermundista, es militante de la Comunidad Homosexual Argentina, primer clérigo en la Argentina contraer unión civil.[email protected]
La sexualidad es poder: quien toca mi sexualidad se mete con mi individualidad.
La sexualidad es un espacio de poder que la Iglesia va a evitar perder por todos los medios: por ejemplo, si la Iglesia permitiera la plenitud del goce de su clérigo, el mensaje sería más honesto, genuino y claro.
Cuando me asumí como gay descubrí un mundo nuevo. También es verdad que, una vez asumido, me autoexcluí de mi familia, desaparecí de mi espacio, mis amigos se polarizaron y me quedé con los que me aceptaban. A su vez, los gays con quienes pasaba más tiempo tenían prejuicios, por ejemplo, acerca de las travestis y bisexuales. En ese momento yo ni siquiera me detuve a analizar ese discurso. Pero a medida que la autoaceptación aumentaba, ésta aceptación se hizo extensible hacia los demás.
Resignifiqué la religión; le di vida. No fue de un día para el otro: pasaron años dialogando, leyendo, escuchando a la gente. Y estoy dispuesto a seguir cambiando.
Sin vocación religiosa yo sería una persona gay común y corriente. Soy consciente de que la religión me ayudó, pero también sé que ha hecho daño y sigue haciéndolo a mucha gente.
Después de 20 años en pareja y 10 años frente al Centro, puedo decir que tengo una familia feliz. Con mis dos hijos, mis nietos y Norberto, mi pareja, con quien trabajamos juntos y tenemos los problemas comunes que tienen todas las familias, pero estamos unidos en el amor y el respeto.
Preside el Centro Cristiano de la Comunidad GLTTB
www.geocities.com/crecrisglttb
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