Este miércoles se presenta en sociedad Rosa Prepucio (Mansalva), el libro de crónicas donde Alejandro Modarelli emprende una antiguerra del cerdo mientras relata exóticos viajes por baños públicos y otros paisajes.
› Por María Moreno
Descontando la juguetona frase de Gertrude Stein —“una rosa es una rosa es una rosa”— y a la Doña Rosa de Neustadt —más que seguro hétero hasta la faja—, teníamos hasta hoy tres rosas mayores: Rosa Luxemburgo, Rosa von Praunheim y Rosa L. de Grossman (Néstor Perlongher). Ahora a ese jardín hay que agregar esta Rosa Prepucio, no se sabe si color de catálogo o nombre propio. Alejandro Modarelli ha escrito unas crónicas que son un pinchazo de stiletto en la canilla del cronista popular clásico: de prosa apolínea, pobrista desde el vamos y melancólico profesional, sólo interesado en lo social de la cintura para arriba y de las rodillas para abajo. Las “locas” de Modarelli no son mujeres encerradas en un cuerpo de hombre, son activistas escapadas de la política de la identidad que claman con fervor una especie de “Manifiesto contra el puto occidental globalizado”, aunque en el fondo el verdadero manifiesto sea éste: “Porque una buena pija, por más copta, sunnita u ortodoxa que fuera, es siempre una pija que te interpela desde el fondo de los tiempos, desde antes de convertirte en sujeto. Baja sobre nosotros como la misma divinidad, y vuelve irrelevantes las naciones, la ley, la moral y las ideologías”.
Modarelli parodia los testimonios clínicos de los diferentes en cuyos bordes los médicos han trazado sus cuadrículas represoras, sólo que es él quien ahora hace cada nota al pie como autor, narrador y editor, mientras se apropia de las palabras ortivas (“manflor” o “invertido”) para sacarles su carga de estigma; pedagógico, traza como al pasar el quién es quién de la enciclopedia gay y, taconeando, se acerca al ensayo erudito, a la crítica literaria, al panfleto militante, mientras no deja de hacer llover esperma en la boca de cada uno de sus personajes.
Rosa Prepucio es entre otras cosas un libro sobre el envejecer gay (y con sobrepeso), pero es el anti-Diario de la guerra del cerdo. Las locas modarellianas carecen de resignación, son pura treta y picardía: aun en un mundo que ha desterrado los muelles de Querelle y las teteras demócratas en aras de la cultura del gimnasio en donde el clásico chongo modelado por el trabajo manual y las pastas ha sido reemplazado por un joven de antebrazos a lo Popeye y el peinado de marine, ellas sostienen en la acción dos refranes: “La suerte de la fea, la linda la desea” y “La ocasión hace al ladrón”. Siempre se las rebuscarán para sacar provecho —con ayuda de la lycra— para agenciarse el viaje de un macho que pertenece a una sociedad en donde se conserva la virginidad de las mujeres o el valor “blanco/a” se impone sobre el disvalor “gordo/a”. Es que una loca está acostumbrada desde chica, en medio del remilgo hétero-mayoritario, a la lucha por el encuentro de la bragueta amiga o el roce de una pierna que no se retira y que pertenece a alguien que... ¿quién hubiera pensado?
Rosa Prepucio es un gran libro de crónicas de viajes, implacablemente calenturiento, políticamente revulsivo (el énfasis me impone los adverbios) y maravillosamente escrito en la excelsa tradición del neobarroso rioplatense.
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