Este año, Soy participó en la Marcha junto con las travestis que representaron la historia de marginación y exclusión de la Aldea Gay en la película Mía: ellas repartieron ejemplares que iban sacando de un carro cartonero (útil sí pero no de utilería) tirado por Coco Niz, de la Cooperativa El Correcaminos. “Es que no hay diferencia cuando hay discriminaciones”, explicaba el cartonero cuando se decidía a integrar por primera vez y con su carrito tracción a sangre la Marcha del Orgullo. “Voy a la marcha porque tengo orgullo cartonero, y porque de discriminación nosotros sabemos bastante: de la mirada desconfiada, la palabra con asco, el insulto, el coche que te pasa por encima, las políticas públicas que no llegan, la asociación entre basura y desecho humano.”

“¡Así que sos el cartonero puto!” se le acercaron algunos con tono de broma y otros con tono de franco levante. “No, no soy el cartonero puto, ni tampoco un puto cartonero, pero aquí estoy, contento de compartir con ustedes.”

Esta escena donde participaban actores poco habituales no fue un episodio aislado. Este año tal vez lo más distintivo haya sido la cantidad de gente que venía por primera vez y que llegaba en pareja de chicas o de chicos o en grupos de amigxs, desde lo más profundo del conurbano, de las provincias, de la pubertad y de la adolescencia, de donde antes había closet obligatorio y esta vez hubo espíritu de fiesta. Como siempre en estas marchas, el acto estético y el efecto del show hablan de una posición política frente a la realidad que se quiere modificar. Las diversas formas del ser minoritario se miran entre sí, y mucho ganan al reconocerse para avanzar en la lucha contra la precariedad, más allá o más acá de las identidades. ¿Por qué, desde una mirada queer estaríamos dispuestxs a participar en una alianza que no tuviera realmente en cuenta cuestiones de justicia económica que a su vez también afligen a las minorías sexuales? ¿Por qué creer que estamos solxs o que somos lxs únicxs cuando tanta gente se pone en marcha?