Una serie de ocho documentales presenta cómo es la salida del closet a lo largo y a lo ancho del país. Mathieu Orcel, director francés radicado en la Argentina, les pone la cámara a quienes salen, a quienes están afuera, a los que miran y a quienes no quieren ver.
› Por Paula Jiménez
El flash de la cámara da en las caras sonrientes de dos hombres, uno vestido de blanco y otro de negro. El más bajo recuesta sobre el hombro del otro su cabeza y se deja abrazar. Son jujeños, decoradores, hace doce años que están juntos y se sacan las fotos para su álbum de bodas en una plaza de San Salvador, capital de su provincia. Las fotos vienen con besos. Cuando el director del documental, el francés Mathieu Orcel, se acerca a un grupo familiar que observa desde un banco, les pide su opinión y la escena se termina de completar. Para mí esto está mal, ¿qué ejemplo se les da a los chicos?, protesta la madre y el padre redobla: así está todo, lleno de gente que roba, que mata. Acá no pasaban estas cosas. Sabíamos que pasaban en otros lugares, pero acá no. Y sí, señor padre, vaya sabiéndolo: en todas las ciudades, incluso en la suya, hay diversidad, y para colmo amparada por la ley. De esta diversidad, de sus detalles, de las maneras en que se la vive a lo largo y a lo ancho del territorio argentino, es de lo que la serie de dcoumentales Salida de emergencia se propone hablar.
Lesbianas, gays y trans de todo el país dan su testimonio en estos ocho capítulos emitidos los martes a las 22.30 por Canal Encuentro. Orcel, director y guionista francés radicado en Argentina hace algunos años, dice sentirse orgulloso de que en esta iniciativa sea el Estado, por una vez, "el que ponga el hombro". Cuando en Francia propuso su proyecto a canales privados el rechazo fue tajante y raso el argumento: el público no estaba preparado para tanto. Ningún público está preparado para tanto hasta que la realidad demuestra lo contrario. Y la realidad todo el tiempo está demostrando lo contrario. Además, esto no es una ficción. Aquí la más pura cotidianidad es reflejada por la cámara de Orcel lejos del cliché y del escándalo. A través de ella entramos, por ejemplo, a la vida de un matrimonio de guardaparques de Lago Puelo que toman mate, comen tostadas y se preparan para empezar el día. Tras la ventana de su cabaña de sueños, se ve la arboleda, el cielo, el paisaje patagónico y delante al más oso de los dos hombres con la bata puesta, sentado en una silla de pino con un gatito que ronronea sobre su pecho. Un poco después lo volveremos a encontrar, pero uniformado, en pleno bosque, al lado del intendente del parque que resulta ser su amigo y defenderlo. En su relato el intendente le revela un costado de la realidad que el oso guardaparques ignoraba: hubo gente de su trabajo que se oponía a que se casaran con el uniforme puesto. Como si hiciera a la diferencia que los uniformes lo tuvieran puestos ellos o se mantuvieran colgados en el armario. En tal caso, lo que más parece perturbar es que el que haya salido del armario no fuera precisamente un uniforme. Como ocurre con Angie, la mujer policía que ingresó como hombre a las fuerzas de seguridad rosarinas y que aún no puede lucir, debajo de sus jinetas de sargento y a la vista de todxs, la identificación con su nuevo nombre. Podría figurar sólo su apellido, es la opción que le dan, pero no quiere. Por lo demás, Angie parece convivir a las mil maravillas con sus compañeros y expresa sentirse cien por ciento feliz con su trabajo en la división de bomberos de la policía.
Diseño de interior
Salida de emergencia, el título que Mathieu Orcel y Agustín Muñoz –su marido y coguionista– eligieron para esta serie de documentales, condensa, inteligentemente, varios sentidos. Por un lado las palabras que lo componen evocan eso que sale a la luz y emerge de la sombras, por otro, aluden a lo que debe ser socorrido antes del desastre y, por último, es la salida que nunca se hace por la puerta principal. En todos los casos siempre se trata del abandono de una situación de peligro y ocultamiento. Cuando Laura, una bióloga de Rawson, llega con su bicicleta a una playa de Chubut, la tarde es calma y no parece soplar el viento, sin embargo, progresivamente, algo se empieza a agitar. El lente de Orcel se acerca a la cara de la chica y podemos ver sus ojos llorosos. Entonces Laura dice con elocuente dolor, casi apretando los dientes, que no sabe quién fue, pero que a ese que inventó la expresión "salir del closet" no se le podría haber ocurrido nada mejor para señalar la oscuridad y la tristeza que se viven ahí dentro. Tristeza, dice, y repite tristeza contra el sol que de fondo parece rajar la arena helada, desértica y dorada del inmenso sur, que también existe.
Cuando Mathieu Orcel y Agustín Muñoz pensaron estos documentales, se sentaron a enumerar la serie de clichés con los que se suele representar a la comunidad Lgttbq, para no repetirlos. Entre ellos encontraron que uno de los más comunes es el de imaginar una sola salida del closet posible: la del gay porteño. El camino era claro y hacia allí fueron. Exponer la diversidad de realidades dentro del país hizo que el estereotipo cayera y que en su lugar emergiera una pluralidad de historias. Pero historias que también, más allá de su contexto, se han topado con dificultades subjetivas y objetivas similares entre sí. Asumirse y visibilizarse trans para Milagros, o Mili, de La Pampa, o para Tomás Ignacio, un tecnobiólogo del conurbano bonaerense, supone un tipo de conflicto no demasiado distinto, ya que al padre de Milagros le cuesta aceptar la transición de su hija –según confiesa su hermana ante la cámara– y lo que la familia de Tomás Ignacio no puede hacer es llamarlo por su nombre de varón. "Me puse Ignacio porque era el nombre de un abuelo de mi mamá al que ella quería mucho", cuenta Tomás.
Ahora bien, si la lucha es incesante y todos los días, en todas partes, se está saliendo del closet, hay sitios donde esta tarea diaria cuesta más. Cuando Milagros y su amiga lesbiana caminan por el campo pampeano y en el audio se las escucha definirse como "comunidad", a su alrededor no se ven más que margaritas y algún que otro pájaro atravesando el cielo. Nadie que les haga el aguante. Ningún referente cercano más que ellas mismas. De perfil a la cámara, avanzan las dos muy solas con ese ancho y vacío horizonte detrás, pero con esta escena, con la valentía que concentra, se presiente el principio de un movimiento inimaginable un tiempo atrás.
El capítulo de arranque emitido el primer martes de noviembre se llamó "Matrimonio igualitario" y las tuvo como protagonistas a Ramona y a Cachita, aquellas dos ya famosas señoras, pioneras en la historia del matrimonio igualitario argentino. Su visibilidad sigue iluminando el borroso panorama de la mayoría de lesbianas de la tercera edad. "Yo no me voy a sentar en un centro de jubilados a que me quieran enganchar un novio cuando lo que quiero es una novia", dice la pícara Ramona a la cámara. Ambas viven en Buenos Aires pero se conocieron en Colombia. Durante mucho tiempo mantuvieron oculta esta relación que sólo hizo su salida del closet tras su vuelta a la Argentina, el país que les ha dado una libreta de casamiento con la que no se atrevían a soñar. En el mismo capítulo se escucha esta pregunta: "¿Acá se puede? Nosotros pensábamos que este era un país muy religioso, me sorprende". La pregunta la hace un turista que mira a los jujeños recién casados sacarse fotos en la plaza y darse un beso. Está claro: el paisaje está comenzando a cambiar. Un poco más al norte, en Humahuaca (y en otro de los capítulos) los que se muestran son tres chicos gays. Abrazados, dan la mismísima imagen del amor libre y trastruecan felizmente el espíritu de la postal tradicional. Tienen la Quebrada de fondo, están parados al lado del monumento, y atrás se ve a la ciudad extenderse a los pies de la larga escalinata. Los muchachos casi gritan al unísono: esta es nuestra salida de emergencia. Y bajo el cielo despegadísimo sus palabras suenan con orgullo y alegría, como quien dice: aquí estoy yo.
Próximo capítulo: “Diversidad en la Iglesia”
Los martes, a las 22.30, por Canal Encuentro.
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