SOY POSITIVO
› Por Pablo Pérez
Nada me apaciguaba, ni el contacto con la naturaleza, ni los cielos estrellados, ni flotar panza arriba en la pelopincho; a la semana de estar cuidando la casa de mi amigo en Monte Grande sin poder concretar un encuentro sexual, estaba mentalmente alterado. Tenía por delante tres semanas de casero en la zona sur y, para poder pasarla bien, necesitaba recuperar el equilibrio.
Por el vertiginoso ritmo de trabajo que mantengo durante el año, sumado a mi habitual falta de concentración y disciplina, tenía abandonadas mis prácticas de meditación desde hacía más de un año; me había propuesto retomarlas apenas comenzado 2012. Vine a Monte Grande preparado: traje mis manuales de Reiki, Shiatsu y un dossier con las instrucciones para la “subida en vibración”, ejercicio que me enseñó la sanadora Madame Bonnot, a quien conocí en París en 1991 y que hacía imposición de manos gratuitamente a portadores de VIH y gente con sida. En cada sesión con ella los resultados fueron evidentes, mi cuerpo se sacudía vibrante al sentir una energía que recorría mi columna vertebral; salía de la sesiones en un estado de bienestar poco frecuente.
La “subida en vibración” es un ejercicio complejo. Comienza con la visualización de los colores del arco iris que, en palabras del apunte, van del ultrarrojo al ultravioleta. Tras este ejercicio de “gamas”, uno debe visualizar una playa de mar o de río donde debe meterse a purificarse mediante abluciones. Luego sentir cómo el sol seca el cuerpo, primero de frente, mirando al sur, y luego de espaldas, mirando al norte. Tras esto, ubicado en una pirámide imaginaria, uno debe concentrarse en la energía del campo magnético que corre de norte a sur, al que le corresponde, según la ley de Laplace, un campo eléctrico que va de este a oeste. En esta posición, después de armar una protección que consiste en un tubo de luz dorada de unos 10 cm de espesor y del diámetro de nuestros brazos extendidos, comienza lo que se denomina “subida en vibración”: nos elevamos, traspasamos la cima de la pirámide, y el viaje astral culmina en el nivel correspondiente a nuestro grado de evolución. Entonces uno puede, tras respirar pausadamente y sentir que se expande más allá de los límites del cuerpo físico, formular una pregunta a su guía astral.
Dispuesto a realizar el ejercicio, desconecté el teléfono de línea, apagué el celular y me puse a meditar. Tras la “subida en vibración” mi pregunta fue sencilla: ¿cómo recuperar el equilibrio? La respuesta fue inmediata: pijas, pijas y más pijas, una sucesión de imágenes tan vívidas como las de un sueño o una película. Pensé que no estaba realizando bien el ejercicio, que estaba obsesionado con el sexo y distraído, pero luego entendí que no, que justamente ése y no otro era mi problema. Y como si algo se hubiera desbloqueado por arte de magia, desde esa misma tarde los hermosos chongos de la zona sur empezaron a aparecer en carne y hueso: un bailarín de salsa, un empleado de seguridad en su garita, un profesor de natación...
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