› Por Valeria Licciardi
Mi avidez de agonía me ha hecho morir tantas veces que me parece indecente abusar aun de un cadáver del que ya nada puedo sacar. Este es el título, sí, así de largo, de la última obra de Nicanor Aráoz, quien convocado por el Centro Cultural San Martín el martes pasado presentó una performance que involucra el cuerpo, la danza, la música funk, la violencia, lo femenino, lo masculino, lo que no es ni uno ni lo otro. Nicanor es artista visual y viene trabajando hace unos años con material autorreferencial. Nació en Punta Alta, Corrientes. Tiene 30 años. Le gustan los gatos. Es de Géminis como yo (y cumple el mismo día, oh casualidad). Es zurdo y últimamente come mucho atún. “Vengo trabajando con el cuerpo desarmado, roto, fragmentado y esto es un quiebre, porque es mi primera performance y porque muestro cuerpos en movimiento, algo muy distinto a lo que vengo haciendo. La danza como un ritual, un exorcismo que no permite definición, al danzar los cuerpos generan movimientos y el género parece desaparecer para convertirse en energía.” Este no es el primer encuentro que Nicanor tiene con la diversidad. El año pasado fue curador en la sala del Di Tella y junto a Martín Legón presentaron a Anabella Papa, que a través de la pintura reflejó un momento de su vida cuando supo convivir en un hotel de Constitución con chicas trans. Ahora planea realizar una segunda muestra: Mi mundo se hace trans, en la galería Rayo Lazer, donde invita a las chicas y amigos a mostrar su arte; la muestra se presentará en mayo y Nicanor se hará llamar “Nancy”.
La obra que presenta ahora intenta ser una réplica exacta de una vivencia que tuvo este verano en Santa Teresa, un barrio de Río de Janeiro, mientras participaba de una clínica para artistas; allí conoció un lugar asombroso llamado “Vendo nao vendo”, un local que de día funcionaba como un compraventa de muebles usados y de noche —los fines de semana— se transformaba en un bar atendido por chicas trans, donde se podía bailar música funk. Se vivía un clima de fiesta, todo pasaba en la calle. Para ir al baño se debía cruzar por entre cajoneras, mesas y escritorios. Era como estar en una disco de Nueva York en los ’80. Todo eso está en Río con el funk. Se respiraba liberación sexual, musical, era un lugar de decisión e indefinición”. Resultan interesantes estas dos últimas palabras que menciona Nicanor si pensamos en lo trans. Se nos pide “decisión” y que en muchos casos se pague con una operación el capricho de algunos que no pueden comprender que las cosas pueden ser mucho más amplias de lo que pensamos. Hay relación con el funk y no es menor, si se habla por “definición” de una cultura que lucha por la no dominación de una clase social por sobre la otra. Ambos coinciden en la lucha por la identidad.
Esta obra me hace reflexionar, pensar mi relación con el cuerpo, la posibilidad de cambiarlo, la aceptación, el no control de lo natural, el hombre la mujer, el sexo, la protesta, la libertad, lo que uno decide que tenga ganas, la violencia, el amor, todo en un mismo mundo, todo junto.
Quedan aún dos funciones que se pueden ver los días jueves 12 y 19 a las 19 en el C.C. San Martín (Sarmiento 1551).
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