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Viernes, 13 de abril de 2012

ENTREVISTA

Cámara, cuerpo, acción

No hay adversidad ni desencuentro que pase de largo por la vida de Darin Wixon, su cámara los atrapa: ser un tonto americano en Buenos Aires, sufrir una enfermedad que provoca la amputación de sus piernas, además de la amenaza de que siempre quedan pocos días de vida, un matrimonio que termina en estafa: la vida es arte.

 Por Pablo Pérez

Darin Wixon es fotógrafo. Nació hace 41 años en Longview, una ciudad industrial de 30 mil habitantes en el estado de Washington. Vive en Buenos Aires desde octubre de 2007, cuando llegó a trabajar para un website de contactos gays. En 2008 tuvo los primeros síntomas de una enfermedad extrema llamada PAN (poliarteritis nodosa) que se agravó a tal punto que debieron amputarle ambas piernas. Darin documentó fotográficamente cada día de este proceso; son casi mil fotos de las cuales seleccionó 17, además de un video, que hoy integran su muestra Failure’s Art, en la galería Wallrod, del barrio de Boedo.

Darin Wixon baja a abrirme en silla de ruedas y, cuando estamos por subir al ascensor, llega una amiga de él que viene para oficiar de intérprete, Dolores Palmeiro, también fotógrafa. Fui yo quien le pidió a Darin que, si podía, invitara a alguien que hablara inglés por si necesitábamos ayuda, porque cuando lo conocí durante el festejo del primer año de la revista Sauna, me había costado seguirle la conversación, habla con mucho acento y casi siempre en tiempo presente, un presente onírico que decido conservar en la trascripción de su testimonio, cuya línea temporal por momentos se hace difusa e ilógica, como en las pesadillas. Este relato es el trasfondo de la muestra de Darin, para quien no hay mucho que innovar en fotografía: “Todas las fotos son iguales –dice–. Lo importante es la razón por las que se hacen”.

Tonto Yanqui

A pesar de la adversidad que cada día enfrenta, Darin es un hombre sonriente. Una vez en su departamento, no hace falta que yo pregunte nada, empieza a hablar antes de que encienda el grabador.

–Cuando llego al hospital y me cruzo en el pasillo con el médico, me dice: “Tonto yanqui, ¿de qué te reís? No tenés motivos para reírte”. “¡Porque estoy vivo!”, le contesto. En el Hospital Roca donde hago rehabilitación, en el Muñiz, en el Durand, para todos, mi nombre es Tonto Yanqui. En Migraciones o cuando voy a pedir mi certificado de incapacidad me dicen: “Tonto Yanqui, ¿por qué no te volvés a Estados Unidos?”. Para los ojos de Argentina yo no soy argentino. Siento que no tengo país, estoy en medio de los dos. No sé quién soy, no sé dónde ir. Por eso yo saco las fotos, porque los médicos me dicen: “Te vas a morir, llamá a tu familia, organizá tus cosas, Tonto Yanqui”. Mis amigos no me creen, se piensan que entiendo mal el español. Un día llevo a mi amigo Rob como testigo y cuando salimos, se pone a llorar. En la puerta del hospital, mientras esperamos un taxi para ir a mi casa, mi médico y la jefa de servicio salen y, en la calle, frente a todo el mundo, siguen diciéndome: “Sos un tonto, no entendés nada, tenés que volver a tu país, no pertenecés acá”. Argentina es mi país ahora, yo quiero vivir acá, me gusta mucho por muchas cosas. Para mí es importante la gente que está a mi alrededor, por ejemplo la gente que hace la revista Waska o Jojo y Bosco de Popa, son todos artistas a los que me interesa ayudar.

Yo soy mi arte

¿Es a partir de esta enfermedad que empezás a fotografiarte a vos mismo?

–Primero saco las fotos como documento para mi familia y mis amigos. Porque cada día me dicen que me estoy muriendo y ellos están lejos y no pueden venir acá a ayudarme. Otras, no recuerdo haberlas sacado. Ahora que por mi enfermedad no puedo tomar alcohol ni drogas, tengo la mente muy clara y, cuando las miro, cada foto me trae un flashback que me permite recordar. Ya no sé cuál es la diferencia entre mi arte y mi vida. Yo soy mi arte en este momento, soy un performer pero no soy un performer, porque es mi vida, es mi salud. Tengo casi mil fotos de todos los días desde 2008, cada minuto está documentado. En la exhibición hay un orden cronológico, que va desde marzo de 2008 hasta noviembre de 2010. Termina la exhibición sin saber qué me pasa.

¿Qué pasó en 2008?

–Un día me siento como engripado, a los dos días me duele todo el cuerpo, no puedo moverme, en dos meses pierdo 20 kilos. No voy al doctor enseguida. Por suerte, un día viene a visitarme mi amigo Fabián y me lleva al hospital, allí me atienden los médicos Leandro Steinberg y Alejandra Piegari. Están en su primer año de residencia, son muy jóvenes, muy lindos los dos, y me ayudan mucho. Pero es muy fuerte para un médico en su primer año tener un caso como el mío, el único caso con esa enfermedad. Hace falta una lista de síntomas, hay que estar muy grave para poder diagnosticarla. Más adelante veo a un neurólogo muy importante que me dice que tengo poliarteritis nodosa (PAN), una enfermedad muy rara, un tipo de vasculitis que heredé de mi padre. El neurólogo me deriva al Muñiz, donde conoce al equipo médico, y allí me dejan internado dos meses. Yo hablo sólo inglés, y en la sala estoy rodeado de paraguayos que hablan en guaraní. No entiendo nada y me siento muy solo. Mi familia me ayuda, pero desde el otro lado del mundo.

Amputaciones

Darin sigue hablando, siempre en presente, y en una frase saltamos de 2008 a 2010. Su salud empeora y debe ser hospitalizado nuevamente, esta vez en el Durand, donde lo inducen a un coma farmacológico por dos semanas y luego seguirá internado por ocho meses. “Mis médicos, Leandro y Alejandra, me ayudan –cuenta–. Me traen comida de su casa, me compran los medicamentos. La enfermera, Marta Sánchez, es una santa: me cocina, me compra gasas, pañales, los medicamentos que necesito, es como mi madre adoptiva. Mientras estoy internado viene a visitarme Jorge, un amigo que conozco del Hospital Muñiz. Yo le ofrezco las llaves de mi casa, que está vacía, total yo sigo pagando el alquiler. En ese momento tengo mucho dolor, tienen que inyectarme dos miligramos de morfina cada cuatro horas y no me acuerdo mucho de nada. La poliarteritis nodosa es una enfermedad en la que el sistema inmunológico en vez de defender al cuerpo, lo ataca. Mientras estoy internado tengo una ulceración en una pierna, una gangrena, entonces tienen que amputármela. Luego me tienen que amputar la otra. Cuando me dan el alta, Jorge me propone casamiento, sólo para que yo pueda tener mis papeles. Me convence y nos casamos. Dos semanas después me roba todo y desaparece. En este momento estoy esperando mi DNI, desde hace once meses. Mi psicoanalista, la doctora Susana Lichtenstein, me ayuda con eso. Cada vez que llega la fecha, vamos a buscarlo y no está. Me dicen que es un error de ellos y piden disculpas. Y yo lo necesito para conseguir mi prótesis, ya estoy listo y con piernas ortopédicas puedo caminar. Voy al Hospital Roca para mi rehabilitación. Soy argentino, pero no tengo derechos en nada, me siento como un desaparecido, no existo ni en Argentina ni en Estados Unidos. Cuando voy a la embajada de Estados Unidos para pedir ayuda, no me la dan. No sé quién soy, no sé dónde ir. Acá soy como un esclavo del sistema de salud y no tengo mucha ayuda. Si subo a un avión, mis arterias explotan. Y en Estados Unidos atenderme por mi enfermedad cuesta millones de dólares. Allá no rechazan a ningún paciente, pero te endeudás y si no pagás, vas preso. Cuando me pongo de novio con Lucas, todavía hay muchas cosas de Jorge acá en el departamento, ropa y bolsas, en ese estante alto al que yo no puedo llegar. Una vez, Lucas está buscando una remera suya y busca ahí arriba, donde encuentra entre las cosas de Jorge mucha cocaína y un dildo gigante. Sacamos fotos de todo y las llevamos a la embajada de Estados Unidos para pedir ayuda, pero ellos me dicen que no pueden hacer nada, que no tienen que ver con eso, que corresponde a la Argentina. Como tengo miedo de que Jorge vuelva para robarme más cosas, lo único que me sugieren es que cambie la cerradura de mi casa. Un día, Jorge vuelve y trata de usar su llave pero no puede, entonces viene más tarde con la policía. Ven que tengo un porro arriba de la mesa de luz. La policía dice: ‘Bueno, los dos vienen a la comisaría’. ‘Un porro no es ilegal –les contesto–, yo lo sé.’ ‘Si yo digo que es ilegal, es ilegal’, contesta uno de los policías. Nos separan a Jorge y a mí. A Jorge lo dejan ir y se lleva mi silla de ruedas, porque fue él quien la retiró del servicio social y está a su nombre. La policía se queda en mi departamento. ‘Nos tenés que acompañar a la comisaría’, me dicen. ‘No tengo silla de ruedas, ¿me van a cargar hasta allá?’ ‘No te vamos a meter preso, sólo tenés que declarar y después te liberamos.’ ‘¿Pero después me van a traer de vuelta? No tengo silla de ruedas.’ Uno encuentra mis anteojos Yves Saint-Laurent, y el otro policía me dice: ‘Deberías regalárselos’. Entiendo que me están coimeando y se los doy. El otro me pregunta si tengo algo para él. ‘Sólo tengo efectivo.’ “¿Cuánto tenés?”, me pregunta. ‘Setecientos pesos, mi dinero para la comida del mes.’ Se los tengo que dar; y entonces se van.”

¿Por qué me contás esta historia como el origen de la muestra?

–Porque por eso hago la muestra. Mi novio Lucas se suicida un tiempo después y me quedo solo. También pienso en suicidarme, porque no tengo muchas opciones. Entonces llamo a mi médico y viene de inmediato con su madre, que es psicóloga. Y ahí empiezo a recibir ayuda de ellos. Todo esto que pasa me lleva a hacer esta instalación, que es el resultado de estar solo. Mi amigo Bruce (La Bruce) dice que es el fin de la victimización. Creo que esta muestra puede ayudar a otras personas que están en mi misma situación, en este momento voy a tener mis diez minutos de fama y una voz. No sé si quiero seguir adelante, pero ahora tengo una responsabilidad, un poco de tiempo durante el cual mucha gente me escucha. No tengo otra opción, sé que puedo ayudar a mucha gente, es lo más importante para mí. Puedo lidiar conmigo mismo, pero no puedo ver a otra gente sufriendo. Lo divertido de todo –sigue contando– es que esta historia no podría llevarse ni siquiera a una película, está tan por encima de la realidad que es increíble, completamente increíble, pero es verdad y es una de las razones por las que la instalación es tan importante. Esta muestra es mi cuerpo, soy yo. Mi enfermedad no se va a ir. Probablemente en los próximos cinco o diez años me voy a morir. Tengo solamente un 30 por ciento de posibilidades de sobrevivir, un tiempo limitado en la Tierra, y si puedo ayudar a los demás como muchos me ayudan a mí, me puedo morir tranquilo. En los últimos meses le pregunté a más de 100 personas por qué los artistas de más de cuarenta años no muestran sus problemas. En respuesta, muchos me preguntan por qué quiero yo mostrar mi dolor. Con mis fotos quiero describir esta necesidad de pedir ayuda. Es muy importante para mí asegurarme de que no se trata de algo narcisista ni egocéntrico. Uso mi cuerpo para mostrar lo que pasa. Es arte, pero es arte y vida juntos, si puedo educar y ayudar a otra gente, eso es lo más importante. Tengo una cámara y tengo mi cuerpo, eso es todo lo que tengo.

Cuando terminamos con la entrevista y estoy a punto de salir, Dolores se ofrece para bajar a abrirme y le pregunta a Darin si necesita algo de la calle. Darin le da su tarjeta de débito, le escribe en un papel su clave de seguridad y le pide que le retire 200 pesos de un cajero automático. En el ascensor le pregunto a Dolores si ella estaba al tanto de esta historia y me contesta que no, que apenas conocía a Darin desde hacía dos días, por Internet, y que recién ahora lo conoció en persona. Ese es uno de los rasgos más admirables de Darin: a pesar de las adversidades y los engaños que le tocó vivir, sigue creyendo en sí mismo y en la gente.

Galería Wallrod. Carlos Calvo 3619
del 7 al 28 de abril
wallrod.com

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The Moment. “Esta la saqué apenas el médico me dijo que tenía una enfermedad muy rara y que tenía poco tiempo de vida. Todos los doctores decían: ‘¿Qué pasa? ¿Por qué sacás una foto?’. ‘No sé, no sé...’ Quizá no es técnicamente perfecta, pero es súper real.”
 
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