CRONICAS MENSTRUALES
› Por Naty Menstrual
Cuando la Gerardo la orientó en los primeros andares por la putez, lo traumó al instante sin saberlo. Le habló de mierda. Lo sentenció sin tener idea en el tema que se estaba metiendo. Volver a revolver mierda, volver a recordar los amargos soplamocos en esa odiosa ducha fría. Y más cachetazos y más odiosa ducha fría brindados por una nunca tierna madre. Y recordó. Reflexionó. Masticó. Y el trago se trabó. Apretó sus dientes. Apretó la cola. Y rezó.
Su madre había tejido redes oscurantistas en su pequeña cabeza cuasi adolescente. El imperio negado de lo prohibido. Celosa cancerbera del infierno y del planeta del pecado. Su madre era de las que abrían la puerta del baño de golpe para lastimar las rodillas cuando se tardaba demasiado. Había que controlar todo hasta las pajas. A esconder las revistas porno, cuidar de ocultar cada detalle que significara el despertar al sucio sexo. La mariquita no entendía nada, tanto le gustaba, si tanto le gustaba seguramente que era malo, esa era la consigna en esa casa. El pensar pecaminoso y sucio que no servía para nada, sólo para envenenar el alma. Pero ella no hacía caso y su mano era su aliada. La paja era su amiga, su amante solidaria en la noches solitarias, a veces no había horario. Amante solidaria en las noches, las siestas, las mañanas. Maratones de pajas gloriosas, pajas olímpicas de sudorosos campeonatos. De existir ese deporte en los juegos olímpicos hubiera sido buena medalla de oro sin dudarlo. En el único deporte. Los demás le daban asco.
Qué sucia se sentía. Qué sucia. Ella sola pajeándose enloquecida, escondida en impensables rincones de la casa, en el baño o en su cama. La paja, el sexo, la caca, sin dudas era una bolsa de culpa por todo lo que hacía o deseaba. Ella se pensaba hacer la paja sin parar y se cagaría en su calzoncillito en su padre y en su madre y todo el mierda mundo que no la dejaba ser mariquita en paz. La paja era su aliada terrorista entre azulejos o sábanas o yuyos de su mano sin pelos ni callosidades, todo era una mentira cochina. Y Gerardo, su reciente personal trainer de mariconería, había removido todo eso. Todo ese Edipo incómodo y pesado. Mierda No.
—Si un tipo te coge y lo cagás, nunca más te va a querer coger, aunque esté reenamorado.
Mierda otra vez. Entrometiéndose en su duro camino de la vida. ¿Qué querían de el, qué pretendían, que sea perfecto que no cagara? ¿Que sea virga hasta casarse con un estúpido burgués? Como podían pretender eso si no era minita, era ciento por ciento marica. ovalía de nada ese detalle? El tenía una vida desastre que pensaba concretar costara lo que costara para sus padres o para él. Se relajó y se tiró un pedo sinfónico y fétido de esos que avergonzaban a su santa madre. Que se avergüencen, pensó, él había salido de sus tripas y de la leche de su padre, no tenían nada que decir. En bocas cerradas no entraban moscas. Y ellos masticaban alitas y patitas todo el tiempo hasta casi vomitar.
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