Viernes, 15 de junio de 2012 | Hoy
TEATRO
Por Alejandra Varela
Todo está preparado para la consagración, van a hacerle un reportaje. Justo entonces Charlie comienza a dibujar las primeras desprolijidades, olvida nombres y datos, un imposible para un arquitecto brillante que acaba de ganar el premio Pritzker. Diríamos que Charlie es tal vez un genio excéntrico displicente con la bella vida que tiene, pero se trata de un texto del dramaturgo norteamericano Edward Albee, donde la oscuridad y los sinuosos juegos del alma humana aparecen despojados y de un modo bestial. Charlie está capturado por un conflicto ajeno a la escena. Existe la tentación bastante simplista de leer La cabra como una obra de teatro donde el amor sensible y sexual que un hombre racional y moderno siente por un animal sería un síntoma de malestar, la mancha en el hogar burgués perfecto. Pero es el mismo Albee el que se ocupa de desviar esta interpretación, al construir un protagonista que se enfrenta naturalmente a la sorpresa de ese amor. Charlie es un hombre feliz. Se ha casado con la mujer que ama, está orgulloso de su hijo adolescente y asume su temprana homosexualidad sin remilgos morales, ha llegado a lo máximo que podía ofrecerle su profesión, pero nada de eso impide que sea capturado por una fuerza irracional, bestial, que lo obliga a refugiarse en un establo con su amada y llenarse de barro. Sabe que el límite está en la mirada del otro, por eso su experiencia se vuelve indecible. Charlie ha roto con la frontera de lo permitido, ha realizado un acto que no puede compartir con su entorno sin desatar un drama y ese paso hacia el amor animal, hacia el bestialismo, como tan bien lo define Julia, su mujer, que rechaza la palabra zoofilia para nombrar lo innombrable, transformará a su entorno para siempre.
Su experiencia ya no puede ser compartida. El esfuerzo por leer el amor de Charlie hacia la cabra como un acto de infidelidad sería similar a borrar la naturaleza de su acción. Charlie rompe el espacio de la confidencia social, del secreto. Su quiebre no es con su esposa sino con la civilización misma. Julio Chávez como director y protagonista sostiene la composición de Charlie desde un relato que le otorga verosimilitud a la experiencia. Charlie vio a la cabra y se enamoró, y en ningún momento surge una duda sobre ese deseo. Podría integrarlo a su vida si no fuera porque el olor que le deja la bestia empieza a impregnar la casa, porque su memoria y su atención comienzan a fallarle porque vacila ante los desvíos de su razón.
También Albee reflexiona sobre la libertad sin reparos morales, sobre la irreverencia de cumplir con las pasiones y pretender que todo siga en su lugar, la casa en orden, las voces sin estridencias, sin dramatismo, sin la locura, como la palabra que llegue a restaurar el imperio de lo humano.
La cabra, de Edward Albee, con las actuaciones de Julio Chávez, Viviana Saccone y Vando Villamil, se presenta de miércoles a viernes a las 20.30, los sábados a las 20 y 22.30, y los domingos a las 20 en el teatro Tabarís.
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